lunes, 24 de julio de 2017

Be someone


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La música nos acerca al contenido de los sueños, a los pensamientos que se entrelazan con la sustancia de la imaginación, a ese ser uno mismo en mitad de la calle, a la cobertura de chocolate del instante en el que no nos sentimos nadie, libres, hijos del devenir que depende de nuestras decisiones. A veces se nos mete una canción en la cabeza y nos habita tanto como el aire que respiramos, y vamos dándole vueltas a las cosas con ese telón de fondo en forma de banda sonora que acompaña todo lo que barruntamos. Cuántas veces nos hace felices una canción por la mañana, una melodía, un punteo de guitarra o un solo de trompeta, una serie de frases cantadas que quisiéramos haber escrito nosotros, un estribillo que se nos pega al cuerpo y a la ropa, a la mirada y al cabello, a la cadencia de los pasos y a los gestos de una inusual paciencia que nos ha sido posible gracias a la medicina de la música. Hay canciones que son como himnos que nos fuesen acompañando a lo largo de la vida, resúmenes de las ideas que queremos ordenar y no sabemos cómo. Un paseo en bicicleta o en coche o a pie, un viaje en tren o en autobús, siempre salen beneficiados si la música hace acto de presencia participando del guión de lo que se va escribiendo de memoria, como si las palabras se fuesen poniendo de acuerdo con el ritmo de los instrumentos algunos de los cuales creemos estar tocando como uno más de los integrantes de la orquesta. Una película muchas veces es mejor por el sonido sobre el que se amoldan los gestos de sus protagonistas, por ese paréntesis en el que aparece el tema que viene a resolver la ecuación de la cuadratura del círculo dándole sentido al sentimiento que quiere ser expresado. Es por todo esto por lo que la música es imprescindible, por lo que sería inimaginable una existencia con su ausencia, partiendo de la base de que nuestra voz y la articulación de cuanto los sonidos que generamos emiten es la prueba de que resulta imposible un mundo sin notas, sin acordes, sin partituras vocales emanadas de la fuente diatónica de nuestra garganta. Escribo esto mientras escucho a Tracy Chapman, mientras te echo de menos y trato de arroparme en lo que voy aprendiendo de ti, mientras un verso me resulta de tal contundencia que acapara la razón de ser de lo que aspiramos a ser: be someone, be someone; ahí es nada. Hay música en los latidos del corazón y en el roce de las puertas que se dilatan debido al calor, en el bombo dando vueltas de la lavadora al centrifugar, en el subir y bajar de las nubes de las cortinas y las persianas, en el movimiento de la toalla con la que nos secamos la espalda, en los cubitos de hielo que estimulan los sorbos del trago largo, en el cepillo de dientes balanceado por entre lo que de nosotros sabemos de oídas por sus cerdas, en el tictac del reloj de pared de nuestra infancia y en los maullidos de los gatos; hay música en el pasar  de las páginas y en la punta del lápiz que subraya, en el dedo con el que nos hurgamos la nariz y las orejas, en el descorche de una botella de champán, en la trayectoria de la bayeta que recorre la superficie de los estantes de una biblioteca y en el tacto con el que las pomadas se extienden por la piel; hay música en los clics del ratón y en su cortar y pegar y copiar imagen y demás, en el deslizarse del bolígrafo que anota un fotograma sobre la servilleta de una confitería. Esa es la similitud entre la música y la poesía: que están por todas partes.


 

2 comentarios:

  1. Una vez leí de un compositor que tiró a un perro por la ventana porque... ¡desafinaba!
    La música tiene un poder tremendo, no en vano se dice que amansa a las fieras, pero me resisto a creer que convierta a un "malo" en "bueno". Siempre recuerdo que hubo nazis muy aficionados a la música...
    Estamos rodeados de sonidos, pero no siempre se convierten en música: el croar de las ranas me despierta ansias animalicidas, el niño de la moto que se pasea bajo mi ventana me despierta instintos asesinos...
    Salu2.

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