miércoles, 6 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XXXIV


Resultado de imagen de diario

Yendo uno a ejercer esa sana costumbre de tomar unas cervezas puede encontrarse con el inconveniente de la impertinencia; esas cosas pasan por ser uno tan valiente, por pensar que la paz consiste en estar uno tranquilo. Las situaciones incómodas son un sopor a no ser que a uno le vaya la marcha; pero para eso hay que tener cuerda, guita, manga ancha y mano izquierda, ganas de querer perder  el tiempo con los encuadres de los que tanto le cuesta salir al personal, en fin seguir llenando la taza recreándose uno en contemplar cómo rebosa la infusión de la paciencia. Hay que vaciar la taza de tanto en tanto, hay que limpiarle el fondo y supervisar el estado de su asa, ver en la porosidad de su cáliz hasta qué punto han calado las escurridizas gotas de café que cada mañana tatúan el rostro del  a esas horas recipiente más deseado. He pasado por la librería de la calle Tarifa que tan buenos momentos me aporta, que tanto bienestar despierta en mi mente acelerada por muy pensando en las musarañas que vaya, inmiscuyéndome en esa atmósfera de abundancia como un buzo en busca de corales. La temperatura ha bajado diez grados como mínimo, centígrados, retrógrados, analgésicos, estornúdicos, tosíticos y moqueantes, bufandíticos. Se las regalo. El ambiente es de incertidumbre, nadie da nada por supuesto por mucho que se le vaya la boca en una conversación con ese tipo de opiniones cargadas de un categorismo inculcado de desde la infancia, puede que desde la lactancia. Eso te lo digo yo. Por ahí ni se te ocurra. Lo llevas claro. Pero vamos a ver. Hasta aquí hemos llegado. Es de cajón. No hay más chinches que la manta llena ni vuelta de hoja. El hogar transmite bienestar solitario, que depende cuándo viene muy bien. Tomar notas en el bar de La Plaza puede resultar sospechoso; La Ciudad es cerrada en sí misma, en sus círculos concéntricos, en sus portales y zaguanes y cancelas de forja, en sus cofradías y hermandades, en sus conciliábulos de descafeinado con churros. Esta tarde huele a otoño cargado de invierno, a brasero de cisco y a tortas con chocolate; esta tarde se viste de franela a cuadros y de lana, de algodón condensado, de plástico y plumas. Hay pan para hoy.
 

2 comentarios:

  1. Impecable, amigo. Qué más podría decirte...ah, bueno, que me gustan los churros con locura. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Intento huir del ruido, cada vez que puedo.
    Salu2, Clochard.

    ResponderEliminar