miércoles, 11 de abril de 2018

Estrellas borrosas


Resultado de imagen de ferocidad

Debido a que llevo toda mi vida en el oficio me niego a ver uno de esos programas en los que algunos chefs muestran su amenazante porte de brazos cruzados dando una pésima imagen de dureza deteriorando sobremanera la belleza implícita en todo lo relevante a la creatividad culinaria. Lo cierto es que, por desgracia, esa dureza, plagada de rabia y de arrebatos de soberbia, es lo que ha y sigue caracterizando a los consagrados personajes del panorama gastronómico. Habla aquí la voz de la experiencia: durante años he formado parte de equipos en lo más alto de esas guías atiborradas de estrellas y de signos con los que se justifica la disciplina cuartelaria plagada de brutalidad a la que son sometidos muchos jóvenes con ganas de aprender. Da vergüenza escuchar todavía hoy, en pleno siglo XXI, eso de que la hostelería siempre ha sido así, para argumentar que hay que pasar por el aro del salvajismo legionario, y del más puro escarnio, si lo que se quiere es avanzar en el camino con el que se obtendrá el merecido éxito de animal moribundo de intelecto. Prácticamente todos los restaurantes de élite cuentan con una numerosa brigada nutrida de alumnos en prácticas, simbólicamente remunerados o ni siquiera eso, que comparten pisos patera consistentes en dos o tres habitaciones, en cada una de las cuales duermen seis o siete personas, un cuarto de baño y una sala de estar que durante la noche también será ocupada habilitando ésta con otros tantos colchones en los que estirar el cuerpo después de doce o catorce horas de intenso trabajo bajo presión. Después, en el directo del servicio, son frecuentes las reprimendas alcanzando en muchas ocasiones el tono de bárbaro insulto, el agravio con el que los sabuesos al mando de la máquina imponen la ley del más fuerte, que casi siempre corresponde a aquellos que han alcanzado un puesto tras haber estado tragando quina durante mucho tiempo, resarciéndose así de las fatigas pasadas, y de los complejos de inferioridad adquiridos, llevándose por delante a quien haga falta. A partir de ahí se genera un ambiente de competencia interna que determina la selección, y aparecen los atenazadores síntomas del síndrome de Estocolmo encargado de convencer a la mente de que no se puede perder la oportunidad, ya que la consabida opinión general es que esos sitios son los mejores, y el que no aguante es porque es débil o flojo o cobarde o sencillamente no sirve para esto. A todo ello hay que sumarle el alto grado de incultura que se respira en el gremio; no se me podrá olvidar nunca que siendo yo maître de un importante restaurante del norte de España tuve que sufrir el consejo del jefe alentándome a que no leyese tanto; pocas veces he sentido tanta vergüenza ajena. Otro dato: muchos aspirantes a la gloria de la ferocidad ejercen bajo el efecto de las drogas, aspecto que carece de importancia siempre y cuando se saque bien el trabajo, que es lo que cuenta. A la hora de la comida gozará el indefenso recluso de veinte minutos para disfrutar del todo incluido de un plato de bazofia, café, cigarrillo y una visita al lavabo. Las consecuencias de toda esta calamidad de desarrollo humano pronto se ven reflejadas en una serie de fracasos tatuados con la impronta del trauma. Esta estomagante melodía me revuelve las tripas, y se las revolvería a muchos clientes si supieran todo lo que sucede antes de que su manjar llegue a la mesa; o no, porque lo más triste del asunto es que la esclavitud sigue formando parte de una sociedad que sin ese componente no se entendería. Qué asco.

6 comentarios:

  1. Ohhh.. ahora si estás escribiendo en plata. Chapó. Lo del cabrón que aconseja que no leas es de risa, igual que los hijos de puta que te dicen que tú no estás allí para pensar. Lo triste o de pura risa macabra es que esto no solamente funciona así en la hostelería, es que es la tónica general del funcionamiento en muchos "gremios". Pero en fin, lo bueno es que antes se callaba todo y ahora la mierda, por suerte ha salido de las alcantarillas. O una de dos, o nos comerá la mierda como se dice popularmente y no se salvará ni Dios, o al tiempo, se convertirá en abono que dé una nueva fertilidad a la vida humana. Con tu permiso comparto en facebook. Enhorabuena, por tan valioso artículo.

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  2. Ohhh.. ahora si estás escribiendo en plata. Chapó. Lo del cabrón que aconseja que no leas es de risa, igual que los hijos de puta que te dicen que tú no estás allí para pensar. Lo triste o de pura risa macabra es que esto no solamente funciona así en la hostelería, es que es la tónica general del funcionamiento en muchos "gremios". Pero en fin, lo bueno es que antes se callaba todo y ahora la mierda, por suerte ha salido de las alcantarillas. O una de dos, o nos comerá la mierda como se dice popularmente y no se salvará ni Dios, o al tiempo, se convertirá en abono que dé una nueva fertilidad a la vida humana. Con tu permiso comparto en facebook. Enhorabuena, por tan valioso artículo.

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  3. https://lucocinayalma.com. Te sugiero le eches un vistazo al restaurante de este señor de la cocina.

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    1. Pues así está la cosa, Rubén, ni más ni menos. Estoy de acuerdo con lo que dices, algún día tendremos que salir de ésta, algo tiene que pasar. Gracias por tu recomendación, le echare un vistazo.

      Abrazos.

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  4. Clochard:
    está visto que "ni sirvas a quien sirvió, ni pidas a quien pidió".
    No he visto ni un solo programa de cocineros altisonantes. Siento rechazo por las poses de los "genios", ya sea de la gastronomía como de la costura o la pintura. ¡Esos diosecillos que necesitan maltratar a sus subalternos para crear, que se creen dueños del bien y del mal, que actúan como niños mimados, que son tontosdelculo!
    Desconozco todo de los restaurantes y sus cocinas, pero ¿pero de verdad se necesitan veinte pinches para preparar un solo plato? ¿Si en la cocina no hay un soplete ya no se puede cocinar? Alguien muy sensato dice por aquí que buen cocinero es el que con cuatro productos a punto de caducar es capaz de hacer un plato sabroso. ¡Pues eso! Como esos "escritores" que necesitan una pluma de no sé qué, un tipo de papel de textura tal, tomarse un güisqui de no sé cuántos años, un despacho que dé a un jardín con no sé qué arboles y una música de no sé quien... para poder escribir. ¡Venga ya!
    Un saludo sensato, Clochard.

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    1. Con respecto a tu primera impresión, decirte que no siempre es así. En cuanto a lo del número de pinches, pues si, si tenemos en cuenta las auténticas obras de arte que suponen cada una de las elaboraciones, el mimo para con el producto, el trabajo que hay detrás de cada plato; ahora bien, muchos de esos pinches no saben practicamente nada y se dedican a trabajos "de chinos", fruto de los cuales se puede alcanzar la perfección escultórica; sería posible menos personal con los mismos o mejores resultados, pero hay que pagarlo y tenerlo en unas condiciones laborales decentes, cosa que no se hace, ya que se recurre a alumnos en prácticas procedentes de escuelas de hostelería, alumnos obnubilados por el cuento de Caperucita a los que se los come el lobo cuando tiempo más tarde se dan cuenta de que no saben hacer un guiso de lentejas. Lo de los chefs que salen en televisión es vomitivo, como lo es el aborregamiento de una audiencia que es para caerse de espaldas.

      Salud, Dyhego.

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