martes, 22 de mayo de 2018

De carne y hueso


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Siempre que lo necesito encuentro en la poesía de Mario Benedetti el refugio del verso acorde con las circunstancias, el fiel amigo que tuve la suerte de encontrar en la literatura. Se tiende frecuentemente a pensar que la magia de algunos poetas está en la dificultad de su lectura, en los enrevesados surcos de una dicción de múltiples aristas, que dejan tan abierto el campo de la interpretación como para seguir escribiendo sobre ellos en un juego de continuación mental a través de todo lo que sugieren esas imágenes más cercanas a lo onírico, a lo incorpóreo, a lo abstractamente metafórico propio de la escritura automática en lugar de a lo palpable y aledaño. En la poesía de Mario Benedetti los protagonistas son lo tangible, los cinco sentidos, la sencillez, el fluido simple y cercano de los actos cotidianos, todo aquello que nos conecta con sensaciones inmediatas de esquemas conocidos o reconocibles al tacto del pensamiento y a la memoria del olfato, sutiles hasta la médula, sinceros, hechos de chapa y pintura, de cartón y piedra, de carne y hueso, de lugares comunes y de objetos identificables en los desfondados bolsillos del alma y en el espejo retrovisor del corazón. El don de la naturalidad en Benedetti encuentra su contrapunto en la ausencia de comas cargando aún más el mensaje de una uniforme simplicidad que roza la campechanía, el diálogo interno que el lector agradece, la fuente de la que emanan las relaciones semánticas salidas de las entrañas del poeta. A lo largo de toda la obra de Benedetti se entrevé  ese hombre que solía ir acompañado de una cartera en la que iba acumulando relatos y poemas escritos en la mesa de un café o en la terminal de un aeropuerto, destellos de inteligencia que humanizaba con la infalible lente de sus retinas, con el vocablo certero que es capaz de sacarle una sonrisa a la melancolía, con ese deje de exiliado y desexiliado en una doble y particular vertiente de querer comprender el mundo, posando la mirada sobre lo inmediato, escrutando las razones del heroísmo del pueblo, hilando fino las medidas del traje del amor. Cuando las madrugadas se vuelven grises a plena luz del día, cuando el insomnio lo expulsa a uno de una indeleble imagen que se obstina en aparecer en las quiméricas fabulaciones de la almohada, cuando el viento de los fantasmas sopla como un castigo, cuando el escritorio se llena de libros de ensayo que viajan en un tren que no va a ninguna parte, la mejor receta es dejarse llevar por el aire libre y limpio de la poesía de Mario Benedetti, sintiendo al levantar los ojos de la lectura que uno es de carne y hueso.

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