lunes, 21 de mayo de 2018

Obtusa hipérbole


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Transcribir los límites del pensamiento en estado de ira, para darles relieve en la realidad que nos circunscribe y nos atañe y nos abarca en un determinado momento, no es conveniente, porque tiende siempre uno a lo que comúnmente se entiende por equivocarse, despedazándose, valga el gerundio que acusan los críticos ignorantes como recurso de los principiantes, en un mar de dudas que no es ni más ni menos que la obtusa hipérbole de los que buscan el éxito local a base de entender el mundo como una sucursal de la bolsa. Andamos amordazados de pies y manos y la lámpara que pende sobre nuestras cabezas es de plomo, de ese metal que entroniza a la memoria selectiva y la pone de relieve junto a un acantilado,  motivo por el que parece ser que merece la pena guardarse continuamente ases en la manga, mentir como un bellaco, ennoblecer el discurso, hacerlo heroico y al mismo tiempo pasajero, como si fuésemos Ulises e Itaca fuera una isla reservada para lo que estamos contando, para nuestro cinismo de tres al cuarto, y he sido generoso. Mentimos más que cagamos y guardar las apariencias huele por los cuatro costados a comida recalentada, a poco que uno atisbe el olor/hedor del dinero. Rasques por donde rasques todo son dinero e interés, todo es mugre envenenada, demagogia de reptiles. Quedar bien, seguir escuchando, hacerse el loco, o el tonto, o el indócil o el marioneta o el condescendiente mordiéndose la lengua ya no va con mi estilo, no sé si por los años o por delicadeza conmigo mismo, ya no sé si por instinto repentino o por el aleluya que viene a salvarme y a decir basta, hasta aquí hemos llegado. Nunca una sociedad que haya tenido el privilegio de recibir una educación se ha jactado de no leer ni un libro; nunca se ha visto tan desamparado el individuo ante la prefabricada escena de estímulos arbitrarios. Pongo las noticias y sale una recién casada pareja de la familia real inglesa copando parte del informativo al que uno más esperanza le tenía, el de la sexta, que pasa por el aro, que habla del pasado de la novia y del futuro de los condes, que se para en detalles de los modelos elegidos por este o por esta o por aquella o por el otro o por la otra, a cual más golfo y ladrón, que comulga con ruedas de molino por mucho que nos vengan a decir misa. Asco con mayúsculas celebrando que la palabra sea esdrújula. Profundizas algo en una conversación y te quedas más solo que la una, porque de eso ya no habla nadie, porque vale más una palmadita en la espalda que desenterrar a los muertos de las cunetas, porque se nos tendría que caer la cara de vergüenza de ser tan hipócritas y tan farfulleros. Parece que la experiencia no nos sirve de nada, y vamos por la vida como Sénecas dictando sentencias de una sabiduría respaldada por el engrudo de nuestro comportamiento. Hablamos para mirarnos al ombligo, para persuadir a quienes tenemos delante de que somos de tal o de cual manera y de que hemos conquistado el infierno haciéndolo pasar por el paraíso. Váyanse a paseo quienes después de sus andanzas sólo sacan en claro que hay que alabarlos por sus conquistas mercantiles a costa del lomo de los demás.


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