miércoles, 5 de septiembre de 2012

Recuerdos de Conil.





 Recuerdo las cañas en el bar Portillo, con sus pescadores ennegrecidos por el sol salado de las faenas del mar. Recuerdo al creador de fundas para encendedores, hechas a mano, que representan rostros femeninos, esculpidos, tallados, deslizándose en sus manos mientras le pone tres sobrecillos de azúcar a un café y se pasa los dedos unidos sobre la frente, y no se explica nada, y se lo explica todo ese hombre abatido por los años y la soledad, por el saco de patatas que lleva en las sienes, por las canas, por la maestría, por las ganas de mandarlo todo al carajo y quedarse con las vueltas.

Recuerdo, en ese mismo bar, al corredor de seguros que todos las noches se había hartado de follar, contando sus hazañas mientras el resto dejaba que desahogara con palabras el equivalente al contrario de sus experiencias e irrumpieran casi en aplauso las afectuosas felicitaciones entre vítores y risas. Y a Blas, el camarero con nombre de camarero de novela, cortando el bacalao y poniendo orden, y cerrando la puerta, a las dos de la madrugada, para decir a boca llena ahora podéis fumar mientras se sirve un whisky con naranja tamaño nodardosviajes. Recuerdo la calle Extramuros y los curiosos nombres de las que se encuentran en el mismo barrio: Dorada, Pargo, Sardina, o Azucena, Clavel...  Pescados y flores entre casas blancas, entre cal y adoquines y escaleras, entre callejones angostos de trazado musulmán.

Recuerdo a Antonio el peluquero, el Cerillito, tan delgado como el papel de fumar, diciendo que lo bueno que él tiene es que cuando engorda unos gramos se le nota bastante y le sienta muy bien, tan afable y sonriente, que aprendió el oficio en el servicio militar porque algo había que hacer, y ahora lleva venticinco años cortándole el pelo, en el mismo sitio, a la ciudadanía conileña que jovialmente le echa en cara no haber sido nunca invitada a un pelado aunque, eso si, no se podrán quejar de los repasos, que cobrar no cobra ninguno, es más: son una buena publicidad.

Recuerdo los ruidos de las madrugadas, retumbando como en el interior de una cueva, emitidos por incívicos y beodos rebaños de trasnochadores poco dados a la poesía, los coches que aceleran en vías estrechas, las motos que relinchan y el olor a gasolina quemada de  una manera tan cruel e incoherente, desviando mis ojos de la dulce monotonía de la lectura junto a la que aterricé sobre más de una mañana. Recuerdo mi blog de notas junto a la cama y la promesa nunca !@#$%^&* de adaptar mi horario al habitual recorrido del sol.

Recuerdo las furgonetas del afilador y el tapicero, como antaño, de pueblo en pueblo pregonando, ahora no a voces ni en bici sino por unos minúsculos altavoces atados con cuerdas sobre el techo de sus vehículos, la variedad y virtudes de su artesanía y el buen precio por el que realizan sus trabajos. También la paradójica venta de turrones navideños en pleno mes de Julio, cada día en la esquina de la calle de la iglesia, calificando de ganga la oferta.

Recuerdo el aroma de la escalera de mi portal cada vez que doña Clotilde hacía tortilla para sus nietos, y el trocito que me llevaba a casa, que como veo que usted se queda hasta tarde, lo mismo en mitad de la noche le da por un bocado, que fría está casi mejor; yo me comprometía a ser quien cerrase la puerta de abajo, cual el guardián del bloque, llegada cierta hora en la que ya era poco probable que entrara nadie, solo el ruido del rebaño por la ventana.

Recuerdo a Basilio el pescador, que bien se podría llamar Santiago como el héroe de Hemingway, explicándome las partes en las que se divide un atún, morrillo, mormo, contramormo, ventresca, parpatana, galeno, tarantelo, lomo, solomillo; pero que me van a contar a mi ahora estos ignorantes que no saben ni lo que se comen, anda, chaval, líate un cigarrillo, que en todos los trabajos se fuma. Recuerdo el recorrido entre Zahora, Caños de Meca, Barbate y Zahara de los atunes, y la subida a vejer, y el desplazamiento a Medina Sidonia. Belleza vestida de blanco con aroma a yodo.

Recuerdo la procesión de la virgen del Carmen, sacada por lo marineros sobre un barco, y el gentío celebrando apiñado junto al paso, en su recorrido en tierra por las calles, otro año en el que el carácter del mar acentuado por el levante, el mismo viento que lleva las ropas de un tendedero a la terraza del vecino y revuelve las cabezas, no impidió la salida. Recuerdo muchas zetas juntas y muy pocas eses, palabras que forman parte de la jerga, de un idioma de estos lares. Recuerdo a un payaso llenando una plaza al aire libre repleta de niños con sus padres, y su magia con cuatro pelotas pegadas, y su maleta de retirada a una pensión de la calle Cádiz, y su rastro de melancolía con perfume a subsistencia.

Recuerdo haber vivido aquí las transfusiones políticas, el aumento del paro, la subida del IVA, haber sido campeón del mundo junto a un pueblo entero que soñó con el fútbol poder olvidar las sacudidas del presente, recuerdo haber comenzado de una vez aquí a escribir mi diario, como Ana Frank, como Benedetti, como Delibes o Grass, como ese bolígrafo Bic preferido que se deja llevar y llena unas hojas sin decir demasiado.

Recuerdo la avalancha de turistas sin dinero de este Agosto, la puesta de sol desde mi azotea, la torre de Guzmán, el museo de las raíces del lugar, las exposiciones de fotos, el locutorio de los fines de semana, la inspiración para las entradas que surgieron como salidas del agua de estas olas tan cercanas. Personajes, situaciones, luces y sombras de este rincón de Andalucía de calles estrechas y gente divertida y cerrada como su lengua.

Recuerdo el primer día que visité la biblioteca, tan menuda y tan escasa y al mismo tiempo tan extensa y suficiente para amparar el exilio de quienes preferimos, llegado el casio, refugiarnos de las llamas de la hipocresía laboral en los mares de los párrafos. Aquí pasé tardes enteras y algunas mañanas, aquí escribí cuanto pude sobre estas teclas, aquí descubrí autores que no conocía, aquí fui feliz  disfrazándome de estudiante a pesar de las canas. Aquí, en Conil de la frontera, pasé un verano entre gente sureña.

 

 

6 comentarios:

  1. Clochard:
    Bonitos recuerdos. Es como si los estuviera viviendo yo.
    Salu2.

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    1. Dyhego:

      Hay alma debajo de las piedras de Conil, hay cosas escondidas que bien se merecen un invierno del que me he quedado con ganas.

      Salud.

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  2. Leyendo tus recuerdo he sentido unas ganas locas de volver a Conil y de conocer esa otra parte de este pueblo que no se encuentra en las guías turísticas.
    Un abrazo y hasta pronto.

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    1. Las cosas que no aparecen en las guías turísticas tienen la ventaja de no necesitar de los engorrosos trámites de contratación y de la libertad especial de la que goza lo sencillo, lo de la calle, lo que realmente pertenece al pueblo. Espero que vuelvas para disfrutar de ellas.

      Un abrazo.

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  3. Enhorabuena por tu escrito, unos recuerdos muy emotivos. Yo soy un conileño que conozco todo ello que cuentas, ahora bien, la forma cómo lo has descrito realmente pone los "pelos de punta". Un saludo

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    1. Los pelos de punta o cómo los quieras, en Conil, te los puede poner Antonio el Cerillito, que para eso es peluquero. En Conil hay poesía para parar un tren, y si eres de allí disfrútala, que a veces uno no se da cuenta de lo que más cerca tiene.

      Un saludo.




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