lunes, 1 de octubre de 2012

Por activa y por pasiva.





Es habitual en mi manera de vivir no prestarle atención a la televisión, prescindir de ella, no preguntar si dispone de una el piso en el que me vaya a instalar ni reparar en si se encuentra en el conjunto de enseres que forman parte del inventario del apartamento que me acaban de enseñar. Ha habido ocasiones en las que, aun disponiendo de un ejemplar, lo he escondido debajo de cualquier mueble que lo pudiese albergar o lo he tapado con algún paño que diera buena vibración decorativa. Han pasado etapas en mi vida durante las cuales no he visto nada a través de la pantalla, en las que la radio y los periódicos han sido mi brújula para saber mas o menos que ocurría en el mundo más allá de lo que no presenciaba en la calle, y todo ha ido muy normal, diría más, ha ido mejor debido a la carga de imaginación a la que hay que someter a todo aquello que escuchas en las emisoras o interpretas mediante la lectura de los artículos y crónicas de los diarios.

El aspecto que siempre me ha delatado, antes de declarar en cualquier conversación mi ausencia de hábito televisivo, ha sido mi total desconocimiento de tal o cual anuncio en el que sale esto o aquello que hace no sé qué o no sé quién con lo que te ríes mucho, momento en el que informas de tu desinterés, ante alguna que otra inesperada mirada, y a partir del cual te dices que a lo mejor no estaría mal probar un poco. El caso es que desde hace unas tres semanas vengo ejerciendo, mesuradamente, el acto de haberme convertido en espectador, en ejecutor digital del mando a distancia, de una serie de canales, muchos, que pueden ser vistos en el reproductor de imágenes del que consta el lugar en el que vivo de un tiempo a esta parte. La intención es salir de la cueva,  dejar de ser uno de esos bichos raros que no se someten al cinismo Zen de la caja tonta; la intención es ser uno mas, un tío normal y corriente y moliente, uno como todos que consiga dejar de decir que él no hace eso. Pero no hay manera, es infumable, imbebible, no apto para raciocinios que deseen salvaguardar la salud de sus elucubraciones. Y mira que lo he intentado, por activa y por pasiva, pero el resultado ha sido un total desencanto que me ha llevado a tener un concepto aún peor del que ya tenía de la compra-venta del alma sea cual sea el precio que haya que poner sobre la mesa.

Bien es cierto que no siempre, mediante buenos ejemplos, se puede aprender a cómo hacer las cosas sino que, en ocasiones, hay que ilustrarse de cómo no hacerlas, y para ello nada mejor que la tele. Además del exceso de manipulación mediática, que es una auténtica vergüenza, por otro lado tenemos una serie de enfurecidas tertulias en las que los allí presentes parecen haber sido entrenados para actuar como seres propios de ir con un collar al cuello o remunerados para ladrar constantemente a cerca de una serie de cuestiones que traen en vilo a una sociedad de la que parecen no formar parte porque si no no se sentarían a hacer el ganso de la manera que lo hacen. Luego están las películas, los tiros, las bombas, los descalabros, los expertos en artes marciales y bofetadas, la munición, la guerra, la norteamericana ideología de estado que todavía anda suelta en forma de batallas del Vietnan; y después se encuentran los sorteos, los programas en los que ganar dinero a base de preguntas con las que se te cae el sombrajo y para cuya respuesta se recurre a una llamada que ponga al concursante en contacto con su aburrida suegra o con un primo lejano que se encuentra en casa con el ordenador enchufado por si las moscas. Todo un acercamiento a lo que nos rodea, a lo que nos hace sumergirnos en la irrealidad que nos mastican para que no pensemos que el agujero en el bolsillo cada día es mas grande.

Como en todo hay honrosas excepciones que se encargan de hacer llevadero el calvario, espacios en los que alguna que otra mente lúcida trata de indagar en lo que se esconde detrás de toda la mentira con la que se nos entierra, y por desgracia siente uno un doble desconsuelo: ver que a esa gente lista e inteligente, a esos periodistas que informan con objetividad, se les responde con descaro a cerca de asuntos de vital importancia como lo son la educación y la sanidad, instantes en los que uno no tiene mas remedio que pensar que el pescado está mas que vendido y que efectivamente la televisión es de lo más instructiva del mundo ya que cada vez que la enciendo me dan ganas de irme a leer un libro.

10 comentarios:

  1. Clochard:
    Tampoco yo veo demasiado la tele... y sin embargo, acabo enterándome más o menos de lo que sucede porque se lo oyes a los compañeros, porque aparece una reseña en el períódico, o en la radio, o en internet, o en las revistas de la barbería, o en el dominical del domingo.
    Eso es lo curioso, que aunque no quieras, acabas enterándote. También hay que estar al día, por supuesto, y, desgraciadamente, eso pasa por saber qué le ocurre a la Belenita famosa por acostarse con torero o a la Pantojita, famosa, además de por sus gorgoritos, por arrimarse a un corruptelas.
    Pero realmente es patético zapear y ver a los mismos perros escupiéndose de una tele a otra.
    Mejor leer, sin duda, o ver una peli.
    Salu2.

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    1. Dyhego:

      El recurso de Radio Macuto es de lo más eficiente, solo que con el más que leve riesgo de la tergiversación de las noticias, pero ahí está. Y como mañaneros encuentros con el periódico en el bar de siempre, que vamos a contar, un calor particular. En cuanto a la morralla que se lucra con el famoseo televisivo tengo que decir que es preocupante ya que la sociedad los admira, y mal camino es ese.

      Buen cine, mejor lectura, sana contemplación y divagación, libertad de pensamiento y de expresión con afán de útil progreso, desde luego, pero qué difícil. Nos queda continuar intentándolo.

      Salud.

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  2. Los programas basuras los tengo censurados, solo veo películas y suelo entrar en la programación para ver si hay algún documental como en la 2 u otros de interés.
    De todas maneras mi medio preferido por excelencia es la radio. El libro es lo que me da vida, al menos gran parte de ella.

    Besos.

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    1. La verdad es que como el sonido de la radio pocas cosas hay que le otorguen una complicidad tan especial al oyente. En cuanto a las emisiones basura de la televisión son un claro ejemplo de lo que acaba luego pasando en la calle; que no se nos olvide que de estos bochornosos programas salen los referentes de multitud de ciudadanos.

      Besos.

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  3. Querido Clochard,hay tiempo para leer,para ver la televisión,para compartir una cerveza,para pasear a la orilla de un río o para hacer la colada.El grado de satisfacción depende del receptor y de la buena elección del programa.¡Cuidado con el centrifugado y con mezclar los colores!En la variedad está el secreto,¡creo!...Un abrazo fuerte!!

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    1. Querida Amoristad:

      Si, de hecho existen honradas excepciones, pero tan poquitas, poquitas, en lo que a la televisión se refiere, que en la mezcla acaba habiendo más de otras cosas que de pantalla.

      Un fuerte abrazo.

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  4. Clochard;
    yo suelo mirar series que molan. el resto no vale la pena.

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    1. Alguna que otra cosa interesante puede ser que haya, no lo dudo ni lo niego, pero es terrible la forma en la que se utiliza este medio para promocionar sandeces y gazmoñerías.

      Salud.

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  5. Es reflejo, más que claro, de la sociedad en que vivimos. No hace mucho tuvieron que explicarme que eran los tronistas y después de buscarlo en youtube, me dije que hubiera podido seguir viviendo perfectamente sin saberlo. Prefiero perder mi tiempo viendo como cambian las nubes que delante del televisor.
    Un besazo desde Graná

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    1. Desde luego que hay hábitos mucho más enriquecedores y que dan pie a pensar con tranquilidad, como es el caso de la contemplación del cielo, que lo que lo pueda ser la tabla de ejercicios del mando a distancia. Disfruta de las nubes y de la naturaleza entera.

      Besos, prosas y versos.

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