miércoles, 13 de febrero de 2013

Atípico sosiego.










Paseando por el centro de la ciudad soy testigo de todo aquello que frecuentemente caracteriza los actos de la vida cotidiana en el escenario de la calle: saludos, ironías, regañinas que las madres lanzan a sus hijos para que tengan cuidado y no los vaya a atropellar un coche, vagabundos, que en palabras de Larra piensan que quienes no han tenido un perro no saben lo que es querer ni ser querido, asediados por la policía para que dejen de dar esa mala imagen de bebedores de la muerte, como decía Lorca cuando se refería a los clochards neoyorquinos, personas con aspecto de inmigrantes que caminan como no dirigiéndose a ninguna parte tratando de acostumbrarse a este clima y a este no estar del todo, bolsas con rimbombantes nombres de diseñadores asidas de unas manos esculpidas, perros que se mean en la esquina y cuyos dueños asisten impávidos al acontecimiento, vendedores de cupones, jóvenes que intentan detener a paseantes para que les rellenen una encuesta o para que les faciliten el número de su cuenta bancaria con el fin de hacerles socios de una dudable asociación benéfica, y veo también mi reflejo en cada uno de esos actos que forman el paisaje callejero de esa hora de la mañana.

Pienso en la condición humana, en lo que nos ha traído hasta ese tipo de comportamientos acordados de los que conviene no salirse para no sacar los pies del plato, y me dan ganas de reír cuando veo cada vez con mas frecuencia la cantidad de manifestaciones que se convocan cada día en cualquier parte del país en contra de todo lo que ha provocado que hayamos acabado siendo tan derrotadamente animales de compañía de la publicidad y el negro negocio de las campañas electorales y la corrupción. Me río de rabia porque son dos partes muy diferenciadas: la del ruido y la del silencio. El ruido procedente de todos aquellos que protestan pidiendo lo suyo y un poco de decencia, y el silencio de una masa compasiva y peligrosamente paciente ante el percal que cada vez se nos muestra más duro de pelar y sin perspectiva de credibilidad que valga entre los que el sosiego se confirma como protagonista de una desmedida ignorancia que no está dispuesta a dar un paso al frente. Tiendo a ver en los organizadores de las plataformas de protesta un amable rasgo de inconformismo, no ya hacia una injusticia determinada, que también, sino hacia una actitud que necesita ser frenada, que acarreará incongruentes consecuencias engendradas en los dictámenes de una nueva dictadura bajo el velo de una falsa transparencia y un puntualmente administrado somnífero que se viste con las ropas del armario del eufemismo.

España se siente herida y confusa. Herida por los atracos y las extralimitaciones que la ciudadanía no deja de sufrir de manos de quienes gobiernan y de quienes se encuentran en los cargos de máxima confianza de quienes gobiernan, y confusa porque aunque parezca que todo el mundo está indignado hay millones de personas que no se atreven a protestar, que miran para otro lado, que sienten miedo y asienten con una falsa sonrisa de perrillo faldero, o de pura cobardía, o de simple miedo y terror e indefensión, a los caudillos del siglo XXI dándoles la bienvenida y consintiéndoles el derecho al plácido y silencioso pisoteo que nadie denunciará por considerarlo consuetudinario o sospechoso de las artes de la venganza.

La situación actual es propicia para sacar a relucir nuestra parte más rastrera, dando así pie a que las personas bienintencionadas y convencidas de cuáles son los caminos más limpios para llevar sus vidas hasta los puertos de la realización y una felicidad sin hipotécas de conciencia, cubriendo sus necesidades básicas y viviendo en paz sin ser ninguneados, se ven entorpecidos por una cuadrilla de discapacitados de ingenio a los que les sobra con serpentear ejercitándose como chivatos y promotores de falsas calumnias a medida. Ahora es fácil ser un esquirol y venderse a cambio de nada. Ahora se vuelve a estilar la tristeza de la imagen que le dábamos al resto del mundo hace cuarenta años: algunos se sienten orgullosos de representarla en forma de un retrógrado machismo carente de cualquier atisbo de imaginación asomado al precipicio por el que se despeñan las ansias de querer volar con alas de buitre. Todo esto tiene mucho que ver con el miedo y con la envidia, o con los males genéricos de la naturaleza humana como diría Schopenhauer, llevados a su grado más bajo, con la comodidad en la que le gusta apalancarse a los pelotas y a los lameculos utilizando la poca seguridad personal que se les ha inculcado como valor fundamental para ser algo en la vida, con esa deplorable interpretación de la autoestima en la que han encontrado un molde perfecto para guarecerse, para tirar la piedra y esconder la mano algunos que se creen astutos pero no pasan de ser la deshonra del grupo.

Todavía parece que el cuento del lobo mantiene su veracidad, y las supersticiones, sin dejar de lado la religión que es la mayor de ellas, sea ésta del tipo que sea, tornan a ponerse en la cima de las deducciones para las que la lógica parece haber dejado de tener argumentos. Eso si, todo tiene un precio. Por ejemplo, ya no nos sentimos orgullosos de la educación ni de la sanidad pública, ahora se estila el modelo privado, la jactancia, la abrumadora arrogancia de la fachada con nada en las tripas. Ese es el precio, la incoherencia en pos de la apariencia, los malos ejemplos del alegato de la violencia para la resolución de conflictos y la justificación de los medios para alcanzar fines obsoletos puestos en práctica por marionetas con prematura calva y barriga cervecera que corresponden en las urnas a quienes le sueltan sus migajas.  Bueno, a eso siempre hemos sido muy dados en España, a poseer un complejo de inferioridad ante cualquier mequetrefe al que le suenan los duros en el bolsillo; de hecho creo que es uno de los cánceres con los que crecieron las generaciones de la dictadura franquista y su posterior transición a la democracia, a excepción de aquellos otros que no han cesado de proclamar un discurso más liberador con el que alejarse de las inútiles ataduras, de los inventados prejuicios en los que se desperdicia la existencia y que solo se encargan de ponerle barreras a la dinámica de un permanecer con aspiraciones a la humilde plenitud que se pueda proponer cualquier hombre o mujer como mejor manera de emplear el corto tránsito de los días que esto dure sin que se asemeje a una pesadilla.

Otra de las consecuencias de este encarnizado proselitismo sin ideas es la aparición de un vulgar modelo a quien se le paga en renombre su miserable vasallaje. Es como lo que venía ocurriendo a lo largo del oscurantismo fascista pero en versión moderna. Es una escena horrible y cómica al mismo tiempo; da miedo y vergüenza, se siente pena por esto. Me temo que de la misma manera haya aparecido esa tendencia de los medios de comunicación a defender causas concretas en función del ascua a la que arrimar su sardina, a encomendarse a una serie de asuntos y no a otros por un presumible tufo de chantaje y compra venta que llega hasta los fueros de los niveles mediáticos transgrediendo el derecho a la información, que es la mayor de las responsabilidades y funciones de servicio público a la que se deben encomendar sin tregua ni mesura, a la que han de tener acceso todos y cada uno de los que forman parte de una sociedad libre y humanamente deseosa de un bienestar basado en un saber vivir con decencia y sin tapujos ni mecanismos de falsificación que traten de ocultar los atentados contra  la honorabilidad pública. El río anda revuelto pero parece que nada se mueve, y esa gran sospecha se me convierte en un mal presagio, sobre todo cada vez que veo que crece el desvarío pero todo mantiene una inusual calma como la del atípico silencio de un niño cuando se le presupone estar jugando en su cuarto.



4 comentarios:

  1. Clochard:
    Nos pasa igual que a Italia, que funciona, más o menos, a pesar de tanta corrupción.
    Afeamos la conducta de los corruptos, los llamamos por su nombre, los ridiculizamos, intentamos quitarles la máscara... pero el grueso de la gente los sigue votando.
    Estaría bien ponerse de acuerdo y, en vez de votar, meter un cartelito en el sobre con un mensaje claro: hijoputas. Si sacaran diez millones de tarjetitas... ¿qué pasaría?
    No sé, no sé, Clochard.

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    1. Dyhego:

      Para eso nada mejor que seguir el ejemplo de los personajes de "Ensayo sobre la lucidez", de José Saramago: novela en la que se expone la posibilidad de votar en blanco como método para decir que no se quiere a ninguno de sos falsos representantes, llegando así a un no gobierno por unanimidad ciudadana. En la novela se llega a hacer y es interesante leer lo que sucedería. Así, en blanco, diciéndoselo todo sin decirles nada.

      Salud.

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  2. Te has despachado bien agusto,Clochard...Estoy totalmente deacuerdo.Si ser hijoputa estuviese penado por la ley,habría lista de espera para entrar a la carcel.Para las próximas elecciones voto en blanco...Un abrazo apolítico!!

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    1. Escribir es una buena manera de soltar todo aquello que te escuece por dentro. El caso es que ser hijo de puta está penado pero parece que la justicia se encuentra algo comprada. Y lo del voto en blanco, ya lo decía Saramago, es todo un ejercicio de lucidez, sin duda, con el que poder darles un buen escarmiento a los aspirantes a dirigir el asunto hacía sus propios intereses.

      Mil abrazos.

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