viernes, 8 de febrero de 2013

Test de Españolidad.








Cuando yo era un niño ver a un extranjero por la calle de mi pueblo, que no tuviera nada que ver con alguna familia del lugar por motivos de emigración, resultaba tan extraño y acaecía con tan poca eventualidad que se convertía en todo un acontecimiento cada vez que algún ser foráneo se dejaba caer por allí para huroneo de los vecinos, que velozmente caían en la cuenta de que debía venir desde muy lejos, debido a ese instintivo sobresalto con el que los que llevan años sin dejar de hacer exactamente lo mismo son sorprendidos por una pieza que trastoca la composición del rompecabezas, y asaltaba el más que inmediato rubor y sentido de la vergüenza que impedía comunicarse con aquel ser que parecía que había salido de una turbulencia del destino procedente de la lejanía de una tierra misteriosa. Todo el mundo miraba con cierto asombro su manera de vestir, lo que comía, cómo andaba, la marca de su coche y los detalles más insignificantes, porque era una ocasión extraordinaria para acercarse al mundo exterior bajo la sombra de aquella visita y las conclusiones que de ella pudiesen ser sacadas.

Me refiero a los finales de los setenta y comienzos de los ochenta en un pueblo del interior de la provincia de Jaén, que ha pasado siempre desapercibida a pesar de contar entre sus maravillas con las mejores representaciones artísticas del Renacimiento en nuestro país. De aquella época es una lata de cerveza holandesa, perteneciente a unos turistas de los países bajos que un buen día decidieron descansar por unas horas en aquel lugar, que estuvo rodando, cargada de lápices y bolígrafos, por el hogar de mi familia hasta que cada uno de los hermanos fuimos saliendo de él. Algunas veces, cuando veo la cantidad de consumibles de oficina que se venden en las grandes superficies, me paro a pensar en la utilidad que rapidamente le dimos a aquella lata que a primera vista fue frotada como si de una lámpara de Aladino se tratara. Era frecuente, entre los vecinos, la broma del yuspitingli y demás similitudes fonéticas, como la de finalizar con una e todas las palabras que se quisieran decir en francés, y despachar así el desconocimiento de cualquier lengua extranjera, dado que saber idiomas no se correspondía con la cotidianidad de las personas que no habían salido de aquel entorno durante toda su vida, y enfrentarse a un ciudadano de otro país era de lo más pintoresco que podría suceder en verano.

El verano era la época del año en la que venían las familias que se habían visto obligadas a emigrar, y hacían su eventual regreso con hijos habituados a otras costumbres ante cuyos ojos éramos unos garrulos que no dejaban de asombrarse con la estrechez de los pantalones y el vuelo de las faldas de las jóvenes sucesoras de nuestros vecinos emigrados a Francia, Bélgica, Alemania y Holanda. La dignidad y el orgullo de aquellos padres hacía presagiar que fuera de nuestras fronteras existía un mundo cargado de posibilidades y de experiencias con las que contaban gracias al valor que les llevó a tomar la siempre difícil decisión de trasladarse a otra tierra que distaba varios miles de kilómetros desus orígenes.

Hoy la situación es muy diferente, en muchos aspectos, no solo en el hecho de que sea ostensiblemente frecuente la aparición de personas procedentes de otros países entre nosotros, sino que que además ahora ya no existe esa tendencia a la curiosidad, a no ser que ésta vaya acompañada de un cierto grado de malicia, y nos disponemos a opinar gratuitamente a cerca de la dudosa confianza que despiertan estas personas y el malestar que propina su masiva aparición sin pararnos a pensar lo que les haya podido traer hasta aquí. Es una de las causas del anquilosamiento de hábitos que han postrado la capacidad de reflexión amparándose en la comodidad de no querer saber más de lo estrictamente necesario para ir tirando, sin duda alimentada por muchos años de mala educación y proyección de reformas políticas y educativas de cuyo espejo solo recogemos un mar de dudas y poca solidez de valores por parte de la ciudadanía que se ha dejado llevar en ese falso sosiego y beneplácito de pretender ser más guapos y graciosos que nadie, así, por nuestra cara bonita.
 
Resulta curioso observar cómo en uno de los apartados del programa que el partido Popular presentó para llevar a cabo la presente legislatura aparece un llamado Test de Españolidad al que han de responder todos los inmigrantes que soliciten formar parte de nuestra sociedad, en el que las cuestiones giran en torno a la cultura, la lengua y la historia de España, de cuya calificación dependerán las posibilidades que obtengan para poder alcanzar el objetivo de dormir bajo un techo anclado en cielo hispano todos aquellos a los que les han sido negados los mínimos derechos en su tierra. Entonces me pregunto a cerca de nuestras costumbres, cuando somos un país cada día menos acostumbrado a nuestra autenticidad y más dado a imitar la de los yankees; y por la cultura, cuando el ministerio de la misma se ha caracterizado por tener al frente a individuos que carecían de ella; y por nuestra historia, cuando tan solo un reducido porcentaje de los españoles de nacimiento a duras penas saben de dónde vienen y cuáles han sido, y en qué época se produjeron, algunos de los más importantes acontecimientos que han llevado a nuestro pueblo a donde se encuentra y han hecho de él lo que es. Así las cosas, entre que antes no era habitual y ahora lo es sobremanera y cargada de desconocimiento la circunstancia de vernos tan concurridamente acompañados, disponemos de un gobierno que no conoce su cultura ni su historia, ni a su propio pueblo, y solo recurre a la presunta españolidad para usarla ante la coyuntura actual o para hacerse el macho y volver a mostrar una decadente y retrógrada imagen al resto de naciones que hace decenios superaron tales prejuicios. Sin duda aquella lata de mi infancia guarda muchos más y mejores recuerdos que el montón de desdichados papeles con el que estos pésimos dirigentes tratan de burocratizar en extremo algo tan básico como la convivencia desamparando de las herramientas necesarias para la adquisición de valores a un pueblo entero.

6 comentarios:

  1. En mi pueblo había una vietnamita, vestida igual que en las películas, con los pantalones anchos por encima de los tobillos, una camisola y uno de esos gorros cónicos. Menuda y delgada. Me llamaba mucho la atención. Si alguna vez me la cruzaba al volver de la escuela la saludaba y respondía con un acento muy peculiar. Afortunadamente ya no nos llaman la atención los extranjeros pero somos bastante prepotentes: a los desfavorecidos los tratamos como inferiores a los que explotar y a los favorecidos como a imbéciles a los que sablear.
    Lo del examen de “españolidad” es algo absurdo pero hay que recordar que se hace en muchos países (mal de muchos…). Lo importante debería ser la actitud del extranjero en nuestro país (y la nuestra en el exterior): donde fueres haz lo que vieres. Quiero decir que no estaría de más recordar a los foráneos que hay que intentar integrarse y quedarse con lo bueno. Es fácil decirlo, claro. En este sentido, la película “Un franco, 14 pesetas” de Carlos Iglesias, es interesantísima. Deberían proyectarla día sí, día no.
    Salu2, Clochard.

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    1. Sin duda que todo a lo que te refieres tiene mucho sentido y que ayudaría a la convivencia. A mí lo que más me molesta es la demagogia con la que se tratan de poner en práctica procedimientos por parte de dirigentes que han perdido los papeles por completo, de modo que deberíamos plantearnos, aunque cueste mucho tiempo, constancia, y claridad de ideas, comenzar a abordar la situación por otros cauces; ahora bien, quién pondrá la primera piedra... ójala pronto suceda.

      Salud.

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  2. Clochard:
    También hay que tener en cuenta que la "xenofobia" es más económica que "racial".
    Y la integración es complicada según culturas y etnias. En mi instituto hay muchos emigrantes. Los que antes se integran son los noruegos, ingleses, polacos, rumanos (los de "etnia" eslava), ucranianos, etc. Los que menos, los marroquíes. A medio camio quedan los hispanoamericanos.
    Habría que preguntarse el porqué. Y la gran barrera es la cultura y me refiero al poso "cristianoeuropeo" frente al "islámico-oriental".
    En fin, lo que te digo: donde fueres...
    Salu2.

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    1. Completamente de acuerdo, Dyhego, con estos dos aspectos de vital importancia para poder valorar las soluciones que se le puedan dar a la situación mencionada. Siempre nos queda el postgusto de creer que todo tiene una difícil salida cuando la obcecación en las creencias imposibilita la mera convivencia.

      Salud.

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  3. Es un tema muy complicado el de la inmigración así que yo me quedo con aquellos veranos de cuando eramos niños.¡Que felices!sin ninguna preocupación nada más que jugar,nadar,tirarte en la hierba y mirar las formas de las nubes,¡que tiempos!Ahora me acuerdo la primera vez que vi una persona de color,era Baltasar y venía a traernos regalos.Por qué antigüamente a las familias pobres se los traían a la puerta...Un abrazo sin fronteras!!

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    1. Amoristad, a mí una de las cosas que me indignan es que ese test lo propongan quienes carecen de cultura, al menos muchos de ellos, cuando una de las cosas que se le tendría que exigir a los políticos es un alto grado de la misma. Hay muy pocos dirigentes leídos, y eso se nota.

      Mil abrazos.

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