martes, 9 de abril de 2013

Disciplina natural.






La vida, además de tenerla, de ser lo único de lo que realmente disponemos, resulta obligatorio vivirla, hacerle caso y no dejar que pase el tiempo entre ella y nosotros sepultándonos en la barbarie y convirtiéndonos cada vez con más fuerza en indómitos representantes del autoaniquilamiento; es preciso aprovecharla, respirarla, ver la luz que cada día se nos ofrece, caminar tranquilos y disfrutar de esta única oportunidad que nos brinda la existencia, tal y como es, dándonos cuenta de lo importante que resulta percatarnos de ésto: vivir sin tregua cada uno de los segundos que recorremos desde que nacemos, y hacerlo con la intención de ser lo más razonables que podamos, haciendo uso del civismo y de la inteligencia para facilitarnos el viaje, para que la convivencia resultante sea el engendro del bienestar, de la clarividencia y del sentido común. Algo así defendía José Luis Sampedro, una de las mentes más lúcidas de nuestro pensamiento contemporáneo, uno de los intelectuales más pacíficamente combativos del siglo XX, un catedrático de economía que escribía con la misma natural disciplina que se exigía así mismo para ser buena persona y acabar convirtiéndose en referente de todos aquellos que aún piensan que no están locos y que las cosas pueden y deben ser de otra manera.
A cualquiera de nosotros nos puede resultar muy fácil decir muchas cosas, otra cuestión es ponerlas en práctica cuando hay que dar ejemplo con los actos que demuestran el valor de nuestras declaraciones. Parece que el que más y el que menos tiene una serie de conceptos claros, un grupo de ideas y de causas que ejercen poder sobre su voluntad para sentirse realizado, y de una u otra manera se da por satisfecho con sus actos, considerándolos loables y cargados de sentido; pero difícilmente se consigue ésto si todo ese proceso de formación no está acompañado de una carga de humanidad que cuadre todas las ecuaciones y desvele todas las incógnitas del intelecto.Viendo lo que ha dado de sí la vida de este hombre, de José Luis Sampedro, uno tiende a pensar que sería deseable para uno mismo disponer de alguna de las cualidades del maestro: su imperecedera y pulida paciencia en el estudio, su minucioso método de trabajo, la profundidad de sus reflexiones, la cordura y  benevolencia de las mismas, la forma en la que están documentadas cada una de sus novelas, los exhaustivos planos arquitectónicos que sostienen los argumentos históricos de sus relatos, la cercana dimensión de las atmósferas de su escritura, su Aptitud con mayúsculas, su superlativa sapiencia de la importancia de la relatividad en el pensamiento y la claridad y sencillez de unos cuantos puntos con los que sostener toda una filosofía. Le gustaba decir que él no era nada más que un escritor, uno más de todos los que nos encontramos encima de este tinglado. Defendía a capa y espada su teoría de que la naturaleza no puede estar al servicio del hombre por capricho de éste, que se trata justamente de lo contrario, y que por este camino no hallaremos nada bueno, a lo sumo el adelanto de un fatal desenlace.
Disponiendo de un expediente ejemplar y una brillante cátedra, y siendo aún muy joven, era tan humilde que el día en el que fue entrevistado para ocupar una importante plaza, en lo que hoy sería algo así como el Ministerio de Hacienda, le dijo que a penas sabía nada de economía a la persona que verbalmente lo estaba examinando, pongamos que el mismo director del Banco de España, ante el cual argumentó que estando delante de semejante personalidad uno no podía afirmar que supiese mucho de la materia, que como mucho, y para comenzar a aprender el oficio, no estaría mal hacerse con aquel trabajo e ir viendo, pero ya ve usted. Después vino la etapa en la que definitivamente se dedicaría a ofrecernos su pensamiento, el ingreso en la Real Academia de la Lengua Española, y entre otras muchas obras La sonrisa etrusca, El amante lesbiano, Octubre, Octubre, y la inconmensurable La vieja sirena, en la que con cuidadosa exactitud se refleja la vida del Egipto del siglo III en mitad de una historia de bellezas y paisajes con los que se acaba teniendo la sensación de que la literatura es una de las más apasionantes experiencias de la vida misma: una vida en el interior de otra, o muchas vidas dentro de ésta.
Sorprende ver cómo a un ser de estas características, a toda una eminencia del sentido de la humanidad, a un alma inteligente como pocas, con la delicadeza y la fragilidad de lo sutilmente claro,  se le haya hecho tan poco caso por parte de la caterva de políticos que hoy mismo dicen sentir su desaparición, envueltos en un descomunal cinismo que los entierra en su cara de serpientes. Con la puesta en práctica de la mitad de las explicaciones de Sampedro, que no desfalleció ni un instante en sus esfuerzos por ayudar a todas las generaciones con las que coincidió para reivindicar el derecho de una vida próspera y cabal, hubiera bastado para hacer de este mundo un lugar con algo más de alternativas y posibilidades de no verse entre la espada y la pared, pero es harto frecuente que la lucidez y el pragmatismo de los intereses no opten precisamente por el camino del bien común. Odiaba los ismos, decía que con ellos comenzaba a estropearse cualquier aspecto. Cuando compartía la escritura con su trabajo como economista solía trabajar a partir de las cuatro de la madrugada, mientras la casa estaba en silencio y su concentración campaba por los mares de la fantasía matemáticamente estructurada de sus obras.
Hay hombres a los que conviene no perderles el rastro, a los que es aconsejable tener como referentes, y a partir de hoy las cenizas de José Luis Sampedro se esparcirán por todos los rincones del alma humana para que ésta no se sienta sola a pesar de la desgracia: nos queda su memoria, sus lecciones, su talento puesto a la disposición de la humanidad y lo que seamos capaces de hacer con ello.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    Fue un tipo cabal, inteligente, sencillo... un sabio.
    Salu2.

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    1. Dyhego:

      Fue un hombre de los pies a la cabeza, todo un referente del pensamiento, el más puro retrato de lo que es una buena persona.

      Salud.

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  2. Yo casi había llegado a pensar que José Luis Sampedro no se iba a morir nunca, lo veía viejo pero tan lúcido que no pensaba que ocurriría. Y creo que esa idea mía era una especie de necesidad inconsciente, necesitaba que viviera. Lo mismo me ocurrió con Saramago.
    Que alguien así muera es una verdadera desgracia.

    Un homenaje excelente, Clochard.


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    1. La verdad es que si, que parece mentira; de hecho, aunque sepamos que ha muerto, puesto que así ha sido, parece como que no nos ha abandonado, que sus ideas perduran por encima de su existencia. Ojalá continúe ocurriendo con posteriores generaciones.

      Besos, prosas y versos.

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