martes, 30 de julio de 2013

Nocturno en Do sostenido menor







Un día de finales de Noviembre de 1944 Wladyslaw Szpilman es sorprendido por un oficial alemán de la SS en el edificio en el que se encontraba escondido; escondido en el hueco de un ático desde el que se podía ver la material ciénaga de llamas y escombros a la que había quedado reducida Varsovia. Szpilman llevaba cuatro años huyendo de la guadaña del ejercito alemán yendo de un lado a otro del gueto judío de esta ciudad, con la muerte en los talones. Se había quedado literalmente solo en una capital en la que unos meses antes vivía un millón y medio de personas. Hacía más de tres años que estaba conociendo el pánico, el hambre, la miseria, la destrucción, el mal, el demoniaco espíritu del hombre, la sinrazón; escenas tan escalofriantes como la subida de adrenalina que supone que doce personas consigan esconderse en un hueco en el que físicamente no caben más de siete; cuerpo a cuerpo muy cerca de la asfixia. Primero la familia, siempre unida, hubo de cambiar de piso, de calle, una y otra vez, con la sempiterna amenaza de ver cómo el cerco del gueto cada día se reducía un poco más. Las primeras desgracias personales para Szpilman vinieron tras la desaparición de algún amigo, más tarde fue su familia al completo la que dejó de aparecer delante de sus ojos, tras uno de aquellos recuentos en los que se aglomeraba a millares de judíos en la umschlagplatz, en la plaza con explanada hasta la que llegaban trenes hediendo a cloro con el propósito de ser cargados de judíos para mandarlos al viaje sin retorno de los hornos crematorios o los fusilamientos en masa. Su última comida juntos fue un caramelo de nata dividido en seis porciones. 
Parecía mentira que este hombre estuviera pudiendo convivir con y resistir tanto sufrimiento, tanto desasosiego a lo largo de tantos meses cada uno de cuyos días era una nueva prueba de fuego. No había nada seguro, se había corrompido hasta la confianza entre los vecinos, gente asustada que temía ser exterminada y que no se fiaba de nadie. El miedo se apoderó de la voluntad de muchos ciudadanos e hizo que algunos de ellos se convirtieran en colaboradores de la causa Nazi, todo a cambio de unos cuantos días más de vida. Varsovia era una más de las crueles incongruencias de la maquinaria bélica sin sentido ejecutada por los Nazis. La cuestión era no dejar títere con cabeza. Todo lo que fuera susceptible de estar relacionado con los judíos tenía que ser exterminado. Ancianos, mujeres, jóvenes, niños, daba igual, la cuestión se codificaba en voladuras de cabeza y montones de cadáveres, en campos de concentración y cámaras de gas, en amenazas, decretos cada vez más duros e injustificadas torturas. Vosotros a la derecha, vosotros a la izquierda; unos morían y otros conseguían una tregua momentánea, la que le había sido otorgada por esa especie de sorteo de lotería en el que se convertía aquella selección de un grupo en dos bandos.
El oficial alemán que encontró a Wladyslaw Szpilman, el pianista cuya historia más tarde Roman Polanski llevaría a la pantalla, se llamaba Wilm Hosenfeld. Hosenfeld fue uno de esos hombres que no estaba a gusto en el sitio que le había tocado, una de esas personas con las que la historia se equivoca y le pone los pies sobre un tiempo y una tierra que no le corresponden. El capitán Hosenfeld no sólo no dijo a nadie que había visto a un judío escondido, agazapado como un perro rabioso y tatuado con esas indelebles secuelas que sellan el pánico en el rostro de quien incluso ha ideado el suicidio en caso de que la SS estuviera a punto de echarle el guante; Hosenfeld le llevó comida, le sugirió a Spzliman un lugar más seguro para no ser capturado y le dio un abrigo, le visitó varias veces, la última el 12 de Diciemebre de ese mismo año, y le deseo fuerza y ánimo, le pidió que resistiera. Pero antes de esto Hosenfeld había ayudado a muchos otros judíos, había discutido con compañeros del ejercito por las atrocidades que se estaban cometiendo, se había interpuesto entre el cañón de un revólver y el cuerpo de un niño judío a punto de ser asesinado. Hosenfeld apartó del calvario a muchos inocentes cuyo destino parecía estar grabado en la nómina del exterminio, les buscó empleo cerca de él y actuó de emisario del ángel de la guarda de personas cuyo pecado consistía en llevar un brazalete blanco con una estrella de David en el brazo.
Cuando el capitán Hosenfeld encontró a Spzpilman le preguntó que cómo se ganaba la vida; el judío contestó que era pianista, entonces Hosenfeld le llevó hasta una habitación de aquel edificio en la que había un piano, lleno de polvo y desafinado pero un piano al fin y al cabo, y le pidió que tocara algo. Szpilman entonó el Nocturno en Do sostenido menor de Chopin, con sus mugrientos y entumecidos dedos, entablando esa mágica conversación que convierte el alma de los artistas en etérea y deslizante materia sobre los algodones de la sensualidad y el placer. Szpilman recordaba un extenso corpus de obras gracias a que, para contrarrestar la amenaza de una posible locura, cada día hacía ejercicios de memoria, como si se encontrara tocando en el Café Nowoczesna o en la Radio oficial polaca. Terminó la guerra y a lo largo de ese proceso de reconstrucción Spzpilman llegó a ser director musical de Radio Varsovia, compositor y concertista; pero Hosenfeld no pudo resistir el vía crucis de los campos de prisioneros y murió en la más absoluta demencia, desposeído de todo rasgo que pueda ser encontrado en la voluntad de un hombre.
Años después fue hallado el diario de Hosenfeld; parte de ese testimonio puede ser encontrado hoy en día junto a El pianista del gueto de Varsovia de Wladyslaw Szpilman en edición de Turpial Amaranto. No hay declaración que tenga desperdicio. Todo parece atado bajo las cuerdas de un continuo ataque de sinceridad, como si esas palabras trataran de encontrar una redención imposibilitada por la barbarie humana bajo la tutela de la que se encontraba el capitán Hosenfeld que una y otra vez se preguntaba: ¿Por qué ha tenido que ocurrir esta guerra?¿Puede salir bien esto?¿Por qué permite Dios este terrible guerra con sus espantosos sacrificios humanos?¿Qué piensa la gente que todavía habla de victoria?¿Por qué?¿Por qué?


5 comentarios:

  1. Hay personas en el mundo que dan sentido a la palabra humanidad,son de una calidad humana excepcional...
    Yo también me pregunto¿por qué pasan estas cosas?No creo que exista una respuesta,solo más mentiras,para justificarse...Un abrazo¿? !!

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    1. parece que no existe explicación posible para tanto desbarajuste, para que a penas hace unos años la mitad del planeta estuviera bajo la emboscada del terror permanente, como lo está en estos momentos la otra mitad. Eso mismo se preguntaban a diario tanto el capitán Hosenfeld como Wladyslaw Szpilman.

      Mil abrazos

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  2. Ni he visto la peli ni he leído el libro. Lo tendré en cuenta, Clochard.
    Salu2 polacos.

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    1. Pues ambas obras son una maravilla, espero que disfrutes de ellas.

      Salud.

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    2. Acabo de mirar en Amazón, para comprarme "El pianista del gueto de Varsovia", pero no lo tienen en versión electrónica, así que tendré que esperar. Ya no puedo comprar más libros de papel.
      En cambio, he estado revisando tus entradas hasta que he vuelto a encontrar una en la que recomendabas un libro y ése sí lo tienen en versión kindle.
      Gracias por las recomendaciones.
      Salu2 electrónicos, Clochard.

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