sábado, 14 de junio de 2014

El gran mecanismo




Siempre he creído que hacer bien el trabajo que uno sabe es una, sino la única, de las maneras de mantener a flote el barco del alma ante las intempestivas de la realidad. El cobijo en el que uno se acurruca y se concentra mientras hace lo que tiene que hacer cada día para ganarse la vida, el oficio al que llegó y en el que parece que quedó instalado para los restos, tiene forma de guarida decorada con posters, de habitación del espíritu, y en ella se escucha la música que a cada momento nos va pidiendo el cuerpo a medida que colocamos los cubos del rompecabezas del pensamiento que nos conduzcan hacia la culminación de las buenas intenciones. Ese es el lugar de la soledad que cada cual lleva a cuestas lo mejor que puede mientras todo sucede a su alrededor. 
No es fácil mantenerse firme en el propósito y no cesar en el intento de actuar con corrección, sin bajar la guardia, sabiendo que además del beneficio que se le reporta a los demás somos nosotros mismos los primeros en recibir el beneplácito de disponer de buena cara. Ese es el punto de partida del efecto dominó tras el que viene el resto y que puede comenzar con un buenos días, o con el sencillo gesto de hacerle desinteresadamente un favor a alguien: nuestra relación con los otros, con los que se encuentran ahí, cada cual a lo suyo, haciendo algo igual de importante y que de una u otra manera repercute en la función que nosotros llevamos a cabo, como las piezas de un gran mecanismo que se llama sociedad. Así de aparentemente sencillo se muestra el trato ordinario, el intercambio de esfuerzos, cada tuerca en su sitio, cada responsabilidad en el lado que le corresponde, cada intento con la gratificación que se merece. Así sería coser y cantar, otro gallo nos cantaría. Pero para eso necesitaríamos del agradecimiento recíproco, de la aprobación de un consenso que pusiera a todos los trabajos en igualdad de condiciones para que nadie se creyera más que nadie y desaparecieran de una vez las estúpidas disputas por cualquier tontería, por no hablar de la arrogancia y de las subidas de tono acompañadas de humo, de mucho humo, de la falta de comprensión a la que se someten quienes barren las calles o penden de un rascacielos abrillantando cristales. Claro que después se nos llena la boca y todavía hay quien se atreve a decir que viven muy bien éstos o aquéllos, que ganan un pastón, y nuestro interés se centra en saber cómo hacer para que eso nos ocurra a nosotros, sin reparar nada más que en el dinero con el que poder atiborrar nuestras vidas de tratos inútiles, consiguiendo que la reflexión sufra el trance del trauma de la obsolescencia programada como si de un tostador o una batidora se tratara. 
Hay qué ver cuanta ignorancia y que poco dispuestos estamos a bajarnos de la burra. Hay qué ver de qué manera tan ramplona nos acomodamos sobre certezas que no pasan de eufemismos y a las que les acabamos dando justamente el nombre contrario a lo que son. Y todo por no ser capaces de pensar por nosotros mismos que cada una de la mayoría de las prendas que compramos, por ejemplo, esta contaminada por el injusto esfuerzo de un niño cosiendo en un sótano, o que para conseguir que nuestra moto ruja como un demonio tengamos que quemar unos cuantos centímetros cúbicos de aire limpio y hacer que retumben los tímpanos del vecino. Y mientras, en esa distracción tan prometedora para aplacar los nervios, se nos va olvidando que si cada uno de nosotros es importante lo es ante todo para que cuadre la ecuación de la convivencia, y para que el juez se sienta orgulloso del fontanero que vive tres casas más abajo, aunque esto último resulte casi imposible y diga bastante de lo que pretendo explicar.

2 comentarios:

  1. Clochard:

    El trabajo bien hecho es todo un arte y exige disciplina y, sobre todo,honradez y responsabilidad.

    Salu2.

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    1. Con lo fácil que sería que cada cual se dedicase a hacer bien su trabajo, con la conciencia puesta en el beneficio que le reporta a los demás, pero..... ahí está la cuestión.

      SALUD, Dyhego

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