viernes, 6 de febrero de 2015

Presente continuo



Decía Albert Einstein que él no creía en el futuro porque llegaba demasiado pronto. El presente, el presente continuo se convierte así en el objeto de reflexión permanentemente cambiante. En un abrir y cerrar de ojos le pueden pasar a uno tantas cosas como no le habían sucedido a lo largo de meses, o de años. Siempre se ha dicho eso, muy impregnado de filosofía musulmana, de que permanecer atento a las situaciones y hacerlo de buen talante es lo que nos permite poder ver más de cerca aquello que nos favorece, o como solemos decir ver los trenes que pasan. Pararme a escribir, poner los dedos sobre el teclado, es ya una de las cosas con las que mejor se ejercita mi memoria, es el lugar en el que más fácilmente me vienen ideas a cerca de las que poder contar algo, y llegar así a la conclusión de que escribo luego existo. Leo un artículo en el que se cuenta la posible implicación de Primo Levi en la ejecución de dos de sus compañeros del grupo de resistencia al que pertenecía, tras su salida del infierno del campo de concentración de Auschwitz en 1943, y no salgo de mi asombro al constatar que, como nos recuerda Muñoz Molina, es casi más importante disponer de un buen olvido que de una buena memoria. A veces los recuerdos nos pueden traicionar, otras nos ayudan a resolver el enigma que hacía siglos andábamos tratando de resolver, pero nunca nos abandonará esa parte fiel e intrínsecamente afincada en el ser de lo que somos: la memoria. Doy un paseo y no ceso de contemplar, de oler perfumes en esta ciudad ya de por sí perfumada de azahar y empolvada por el polen de todo tipo de flores, perfumada de incienso y de pescado en adobo, perfumada de una espontaneidad vital sin parangón, de un democrático cinismo sobresaliente de hipocresía con la que es capaz de salir del paso de cualquier situación. Paseo y me harto de ver cómo hay cada vez más gente tirada en el suelo junto a un pequeño letrero de cartón en el que ha sido escrito eso de necesito una ayuda, tengo hambre y tantos hijos, estoy parado, busco un trabajo, y me pregunto si ese Reino de Dios que Tolstoi decía estar en nosotros sigue de nuestro lado. Paseo por el centro, no sé cuantas veces habré hecho el mismo recorrido, y siempre encuentro algo nuevo, en esa especie de encantamiento que tiene Sevilla para redescubrirse a cada paso en cualquiera de sus detalles. Busco en las miradas de quienes se cruzan conmigo, me invento sus vidas, busco en las librerías de viejo y en los estantes de las bibliotecas, busco en las manecillas del reloj, en los bolsillos de mi chupa de cuero con la que me disfrazo de estudiante, busco en el diccionario, en el Manuscrito de Jaén de San Juan de la Cruz, en Saul Below y en Francisco Umbral, busco y lo que encuentro es un presente continuo del que emana una mágica energía con  la que se oxigenan mis pupilas.

4 comentarios:

  1. Los recuerdos, ojalá pudiéramos manipularlos a voluntad.
    Salu2, Clochard.

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    1. Algo se puede hacer siempre, aunque no todo lo deseado.

      Salud, Dyhego.

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  2. Y que me dices de la memoria selectiva?Los recuerdos son lo que la mente de cada persona se crea y todo, depende de los filtros que los pongamos.La memoria es un ente,independiente y cabroncete que aveces nos ayuda contra el dolor y otras muchas nos hunde en él.Pero,lo cierto:cada vez hay más cartones en las calles y eso si que es muy triste.Un abrazo memorizado!!

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    1. Somos memoria, está claro, y ante una buena memoria, de las traicioneras, hay que actuar con un mejor olvido extraído de la experiencia. La calle está poniéndose cada vez peor, hay que hacer algo YA.

      Mil abrazos.

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