martes, 10 de febrero de 2015

Siempre lo mismo



Si se para uno a pensarlo siempre acaba escribiendo sobre lo mismo. Siempre dándole vueltas a las mismas cosas dichas de diferentes maneras. En cada palabra que uno escribe acaba habiendo un poco de esa insatisfacción que trata de saciar mediante la expresión de ideas, de sus ideas, de razonamientos tejidos en la tela de araña de su particular filosofía. Francisco umbral no dudaba en criticar abiertamente a aquellos escritores o pensadores, a cualquier tipo de artista, que no le gustaban por mucha que fuera la reputación de éstos, y lo hacía con la libertad propia del reino, del único sitio, en el que según él era posible ejercer de veras la libertad: en la literatura. Cuando miro a mi alrededor, en esas confabulaciones que instintivamente vienen a visitarme durante mis paseos, además de acordarme de aquello que según Nietzsche venía a decirnos que los mejores pensamientos son los pensamientos caminados, igualmente recuerdo el ojalá llegues a ser lo que eres de Píndaro. Ser lo que uno es. Cuántas personas,  la mayoría me atrevería a decir, pasan, pasamos por esta vida sin desarrollar nuestro talento, sin desenmascarar las claves de un código de barras que solamente nos pertenece a cada uno de nosotros, lo que nos hace diferentes, lo que somos y nada más. Puntas de iceberg es lo que acabo contemplando, diamantes en bruto, enigmas sin resolver, planos de edificios no levantados, cuadernos plagados de huecas siluetas que pocos se atreven a rellenar de colores. El miedo a lo desconocido junto con la desconfianza de los tiempos modernos acaba por mermar a una sociedad parasitaria y acomodada en el virus de la ramplonería y el rechazo al mérito que lleve implícito algún tipo de sacrificio. El primer paso, el de la valentía necesaria para crearse un mundo propio, es algo que debería enseñarse en los colegios como asignatura con la que fomentar el espíritu crítico de seres que gozan del privilegio de encontrarse con las puertas del mundo abiertas de par en par; en esos comienzos en los que el cerebro es una esponja, en esos inicios en los que la virginidad del cristal no rayado es un campo abonado para el desarrollo de la lucidez, y no como desastrosamente se están encargando de deteriorar y fatalmente condicionar tantas sectas y organizaciones con fines políticos tras los que se encuentra el interés de la destrucción y el clientelismo engañado con la infamia de la promesa de un falso edén. ¿Por dónde empezamos? Seguramente por nosotros mismos indagando en el concepto Libertad, aprendiendo su significado, llevándolo a sus nobles consecuencias, creyéndonos seguros de ser capaces de, además de construir terribles guerras y armas de destrucción masiva, realizar el proyecto de desarrollo personal que potencialmente existe en el interior de cada uno de nosotros. 

7 comentarios:

  1. Supongo que es más fácil cambiar nuestro entorno que cambiarnos a nosotros mismos...
    Y por otro lado, siempre he pensado que hacer lo que uno quiere exige sacrificios costosos.
    Salu2, Clochard.

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    1. Tal vez si queremos cambiar nuestro entorno hemos de empezar por nosotros. Hacer lo que uno quiere requiere sacrificios, como toda creación, por supuesto.

      Salud, Dyhego.

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    2. Me refería a que no siempre puede uno hacer lo que quiere porque hay deberes que cumplir. Y, por otro lado, el precio que se paga por la libertad suele ser la soledad.
      Salu2 acompaña2, Clochard.

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  2. Hay demasiadas islas mentales pensando igual y demasiados colectivos discrepando en sus creencias...Yo creo que la cuestión es:¿Nos llevamos bien con nosotros mismos?Ese sería un buen comienzo para el cambio.Educación emocional en los colegios "ya".
    Un abrazo consensuado!!

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    1. Educación cívica dirigida a respetar el trabajo de los demás, que repercute directamente sobre nosotros, y a valorar los esfuerzos. Hemos de darle más mérito a la reflexión, a la dedicación, a la creación, a la vida si nos ponemos así.

      Mil abrazos.

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  3. Me gusta tu blog, Juán Carlos, un abrazo

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    1. Gracias por pasar por aquí, Iván; celebro que te guste.

      Un abrazo.

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