miércoles, 14 de octubre de 2015

La parte chunga


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El otro día me comentó un amigo que estaba comprobando la aparición de un nuevo tipo de vagabundos, con distinto aspecto al de aquellos que ostentan ese deterioro proporcionado por la heroína y el alcohol, una suerte desconocida hasta el momento que tampoco era la de aquellos otros en apariencia padres de familia que se han visto abocados a pedir en la calle, sino más bien algo parecido a personas en busca de una vivencia, como si se encontraran realizando un estudio social basado en su experiencia durmiendo sobre la acera refugiándose del frío con cuatro escuetos y manchados cartones, tratando de poner a prueba su capacidad de resistencia. Me contaba que eran jóvenes los que él veía en la calle O´donnell de Sevilla, gente normal y corriente pero con la extrañeza de una edad fuera de sitio, como si no les hubiera dado tiempo aún a conocer lo suficiente para acabar de esa manera; jóvenes más o menos bien vestidos, más o menos bien aseados, con pinta de estudiantes, con la vida por delante, jóvenes en los que no encontraba una explicación que respondiera a la incógnita de esta nueva variedad que según mi amigo atestiguaba por sí misma el desangelado ambiente interior de las personas de nuestra época. Lo cierto es que estamos asistiendo a una etapa convulsa en lo que a referentes se refiere, una etapa en la que se está empezando a vivir de otra manera, en la que las cosas cambiarán aún más hacia la desigualdad y en la que conviene estar preparado para lo peor,  para lo que, como estos cambios de aspecto de los vagabundos, se nos avecina. Acaba uno pensando que, de de la misma manera que muchos escritores afirman que cada uno de nosotros lleva una novela dentro, también llevamos a un vagabundo, a un devenir con el que no contábamos,  una de esas partes chungas que puede salir a relucir en cualquier momento y ser tan letal como una puñalada en el pecho. Vivimos un tiempo revuelto, confuso, indigno de la capacidad de raciocinio del ser humano, un tiempo de debilidad, de impotencia, de falta de ganas, con todo lo que hay, con todo lo que tenemos, un tiempo en el que una especie de ceguera, a lo Saramago, nos está conduciendo a la natural selección de un sálvese quien pueda y a mí que me dejen como estoy. Me pregunto cuánto es capaz de resistir antes de sucumbir a la locura una persona que se encuentra en el callejón sin salida de la indigencia; cómo se planteará el nuevo día esa persona que lo único que desea es olvidarse de todo; me lo pregunto y acabo encontrando una especial fortaleza en todos ellos, una admiración considerable hacia todos los que veo en esas circunstancias, me imagine o no lo que les haya llevado hasta el agujero negro de una mugrienta nada, incluidos esos jóvenes que estas noches aparecen en la calle O´donnell como fantasmas salidos de un cuento de terror, de un relato de Edgar Allan Poe, como emisarios de la inminente aparición de la total y definitiva pérdida de memoria del ser humano.

2 comentarios:

  1. Desde luego nuestros hijos lo van a tener chungo, pero chungo. Por desgracia.

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    1. Hagamos, al menos, lo que esté en nuestras manos, aunque sea muy poco, aunque solo sea cultivar una forma de vida que de pie a una buena salud mental.

      Salud, Dyhego

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