miércoles, 28 de octubre de 2015

No hay manera

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Parece no tener remedio el ser humano en cuestiones de convivencia. Llega uno a poner en duda que sea el hombre un animal político por definición, que sienta la constante necesidad de relacionarse con los demás. Si echa uno un vistazo a su alrededor acaba comprobando lo desamparados que andamos de compañías de verdad, de gente que nos aguante y al mismo tiempo nos critique y nos haga avanzar. No lo soportamos, no admitimos que nadie venga a ponernos las peras al cuarto, no toleramos que nos hablen de nuestros defectos y de nuestros malos hábitos, que nos digan a la cara lo que realmente transmitimos y no lo que queremos escuchar; estamos diseñados para la auto complacencia y el orgullo, para marearnos la perdiz los unos a los otros, para formar corrillos y conciliábulos en los que las idas y venidas de un empalagoso darse la razón conforman la solidez de las relaciones. El que lleva la contraria, solo por el gusto del debate, de la discusión tras la que deviene el punto suspensivo de la nueva idea, es un aguafiestas. Con frecuencia consideramos sacar los pies del plato, o poner las cosas más difíciles de lo que están, o meternos en un charco o llamar a una puerta a la que nadie nos ha invitado, al hecho de pensar y tratar de profundizar en aspectos esenciales que repercuten directamente en no caer en la locura de tratar de obtener mejores resultados haciendo lo mismo. El miedo al cambio es un mal endémico, como lo es la brutalidad con la que un agente de policía ha sacado del aula de un instituto norteamericano a una alumna arrastrándola por el suelo. Pero por no cambiar no estamos dispuestos a hacerlo en nada, y menos en lo relevante al racismo y al asco que sentimos los unos por los otros. Parece mentira que todavía rechacemos al prójimo por ser su piel de otro color, o por pertenecer a una comunidad de la que creemos que nada tiene que ver con la nuestra, cuando si hay algo que nos une es el sencillo hecho de estar vivos y reunidos en este planeta en el que parece que es irrevocable nuestra decisión de hacernos la vida imposible. Que le pongan vallas a las fronteras austriacas para frenar el éxodo de inmigración nos resulta una medida tan previsible como añadirle unos granos de sal a un huevo soso, como si esa acción justificara la lógica de la que se deduce que cualquiera hubiera hecho lo mismo, aludiendo a razones de organización para poder de esta manera controlar mejor la masiva entrada de pobres gentes, de miles de mujeres y niños y hombres desesperados que previamente han sido desvalijados de todos sus ahorros por unas consentidas mafias sospechosas de supinos planes conspirativos contra el engranaje de las políticas europeas. Uno de las peores consecuencias de la demagogia es que acaba por implantar verdades fraudulentas, mentiras, como si se tratasen de los mandamientos de un correcto canon de conducta, llevándose por delante la planificación entera de un modo de vida, de una filosofía, basada en siglos de trabajo y de progreso; y esto puede suceder en el momento menos pensado, en cuanto a los grandes capitanes les dé otra vez por mover una  de las fichas de su tablero, movidos por el cáncer del odio que les corroe por dentro y con el que pretenden dar ejemplo.

4 comentarios:

  1. Como decía una amiga nuestra: "es que es tan difícil convivir con alguien que no sea uno mismo...".
    Sigo creyendo que el hombre es capaz de todo, de lo bueno y lo peor. Los porcentajes varían, claro que sí, pero los instintos primarios saltan a la primera oportunidad, por desgracia.

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    1. El hombre es capaz de todo, y de un tiempo a esta parte parece que se reboza en el enfrentamiento y en el odio. Qué le vamos a hacer.

      Salud, Dyhego

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  2. Es un dar jabón constante,tanto,que nadie se aclara y todos con espuma en los ojos.
    Un abrazo de agua!!

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