miércoles, 13 de julio de 2016

Bajo costo


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Entro en una librería de saldo de la calle Tarifa, uno de esos descubrimientos a los que uno accede a partir del momento en el que un loco, otro loco de taberna de barrio que reposa su espalda sobre el respaldo de una silla sin mejor compañía que la de la lectura de una de esas obras que vete tú a saber por qué ha llegado a sus manos, le comenta a uno a cerca del hallazgo. Al tratarse de una librería de bajo costo, de ese low cost con el que se internacionaliza el mensaje de la entrada, es frecuente ver cómo llegan personas cargadas con bolsas, incluso con carros parecidos a los del supermercado, para dejar allí sus ejemplares a cambio de unos cuantos euros. Yo acaricio el lomo de algunos ejemplares, raro es el día que salga de aquí sin un libro, y mientras lo hago compruebo que aún no me he curado de lo que bien puede ser llamado literatosis porque no dejo de prestar atención a los pasos, a las conversaciones, al rápido contrato que están sellando sobre el mostrador quienes vienen a dejar su cargamento con quien se encuentra al frente del negocio. Siempre me ha llamado la atención cuando al mantener una conversación sobre libros siempre hay quien sale al paso del tema de las anotaciones diciendo que jamás se debe escribir nada sobre las páginas de un libro, que hay que cuidarlos como oro en paño, como si hacer una pequeña reseña o escribir el lugar y la fecha de adquisición fueran sacrilegios que trasgreden las normas de todo buen aficionado; pero el caso es que a mi lo que nunca, hasta ahora, se me ha ocurrido hacer es cambiar mis libros por una ridícula cantidad de dinero solo por el gusto y el placer de ver más descongestionado mi apartamento, sin reparar en causas que tuvieran que ver con la más extrema necesidad ya que eso supondría hablar de otra cosa. Los libros van y vienen, se dejan caer sobre el suelo del olvido, se olvidan en el banco de un parque, se prestan y se pierden; los libros forman un conglomerado de inspiraciones con las que se escribe la historia de los hombres. Cualquier libro, por malo que sea, tiene un alma inseparable del trabajo y la dedicación, de una mínima corrección, de ese divino instante en el que el lector levanta la mirada para clavarla en el techo o en el horizonte a consecuencia de una de esas descargas eléctricas en forma de inteligencia a lo Marcel Proust. El libro es uno de los elementos sagrados que codifican la convivencia entre la ignorancia y el aprendizaje, sea de low o de high cost, de corto o largo recorrido. Es emocionante entrar en un sitio como este con la presunción de que se entra en una cueva maravillosa en la que puede que al primer golpe de vista uno sea sorprendido por uno de esos títulos que hacía años no encontraba tan accesible.

2 comentarios:

  1. Hace poco adquirí un libro de ocasión que me ha llamado mucho la atención y del que he aprendido mucho.

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    1. Nunca sabes dónde te vas a encontrar algo valioso, y en una librería es fácil que eso suceda.

      Salud, Dyhego.

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