martes, 19 de julio de 2016

Retales de un diario


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Camino por la avenida de la Constitución de Sevilla y  a la par que observo a los mismos clochards de ayer cambiados de sitio voy tratando de encontrar un tema sobre el que escribir y en el que sentirme a gusto, un tema con el que resistir, con el que complementar mi dieta, como Ortega con el marco y el cuadro y la figura y la obra pero al estilo de un camarero, de un Robinson urbano que frecuenta las soledades del escritorio como remedio contra los males del desajuste de la frecuencia ordinaria de esta civilización sin brújula ni norte de la que forma parte y en cuyas aguas afortunadamente todavía no ha llegado a aprender a nadar como para echarse a dormir. Llevo en la mochila la Introducción a las ciencias sociales de Francisco Ayala, un cuaderno y un bolígrafo, llevo unas gafas graduadas y ganas de que se me ocurra alguna metáfora con la que soportar mejor este calor de Julio que recrudece la sensación de especie en extinción, este calor que nos hace soplar de resignación meteorológica y no dejar de mojarnos ni por dentro ni por fuera; llevo conmigo el reino de la voz interior que me impide percatarme de los conocidos con los que me cruzo a los que después tendré que pedir disculpas por mi frecuente abstracción cuando paseo en solitario investigando en las caras y en la dirección de las miradas. Buscar un tema es ya la premonición de que se tiene la necesidad de escribir, y reconforta mucho poder hacerlo aún no disponiendo del susodicho tema, sino sencillamente dejándose uno llevar, pensando que mañana tendré todo un día libre para mi, anotando cosas como quien escribe un diario casi con la premeditación establecida del nulle die sine linea como aspiración de modus vivendi. Dejar que las palabras se coloquen en su sitio como el creador de bodegones hace con las piezas de su puzzle original, dándole a cada vocablo el aire de libertad necesario para que al final lo que más importe sea el hecho de estar sentado y escribiendo, es la manera en la que el tiempo no se mata sino que se descubre así mismo, se amortiza y se cura del espanto del vacío, del tedio, del desdén, de la desidia, del aburrimiento. Escribir es vivir, decía José Luis Sampedro, y ordenar el pensamiento, como nos recuerda Muñoz Molina; escribir es no dejar pasar la tentación de ver plasmada una idea, un apunte tras el que en ocasiones sale otra posible conjetura que da fruto a una reflexión más profunda, incluso al pormenorizado análisis de algo que nos ronda desde hace tiempo la cabeza; escribir es uno de los placeres accesibles de la vida porque para ello se necesita muy poco y la recompensa es mucha; escribir es recrear la realidad desde una silla de la misma manera que el lector se imagina el paisaje y las estancias de la novela que está leyendo. Siente uno gratitud por mucha gente y por muchas circunstancias parecidas a la suerte, por muchos compañeros de trabajo y por muchos amigos que ha ido encontrando en la literatura, pero se siente uno enormemente agradecido y afortunado al comprobar que puede gozar de la salud suficiente como para dedicarle un rato diario a estos retales de un diario.


4 comentarios:

  1. Me pasa que se me ocurre algo, y cuando voy a darle forma para publicarlo, se me aparece tan absurdo, que lo desecho.

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  2. Hay que ser exigente con uno mismo, pero sin pasarse.

    Salud, Dyhego.

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