domingo, 1 de enero de 2017

Primeros compases


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Después de la larga jornada de trabajo en la que consistió el último día de 2016 comienza uno el nuevo año a las tantas, tras haber descansado durante todo el día, tumbado y ensimismado en la contemplación de las manchas de colores que pueblan las paredes de mi apartamento, pensando en lo que a estas horas debe estar pasando en la calle y Alepo, en Siria y en La Casa Blanca, en las telarañas de la rabia de Moscú, habitando en el país de las musarañas y en el séptimo cielo del confort austero que tiene bastante con un par de leves mantas y un cobertor para sentirse a gusto y reconciliado con el mundo. Tomo café y en el instante en el que acciono de nuevo la cafetera reparo en ti, en tu forma de hacer otro, en el movimiento con el que tus brazos enroscan las dos piezas de ese invento tan parecido a la lámpara de Aladino en la que se encuentra el aroma de los despertares hogareños, la dulzura del nuevo día y la fragancia del bienestar casero en la que se mezclan los olores propicios a la mañana recién pintada como los del tabaco y los del poso que dejó la madrugada en las habitaciones. Comenzar un año es como destapar un tarro lleno de abundancia que habrá que saber manejar, es como tener la vida por delante en el interior del lienzo en blanco de los próximos doce meses, y los propósitos y las promesas le otorgan a uno un aire de proyección que lo instaura en el presente de la misma manera que le hace sentir y ser consciente de la fortuna de mantener sus constantes vitales indemnes y alerta, en el preciso sitio que necesitan para recordar el perfume de una piel que permanece en la memoria. Como el día es frío salgo a la calle abrigado y me dejo llevar por las calles del barrio de San Lorenzo con la sensación de gozar del placer accesible de la libertad de un día de descanso en el que reconfortarme con un paseo plagado de pensamientos caminados, fijándome en la luz de las ventanas e imaginando lo que puede estar sucediendo en cada uno de los hogares, cruzando la mirada con personas a las que aún se les adivinan los coletazos de la superación de la resaca de la gran fiesta con la que se abrió la caja de bombones de los siguientes trescientos sesenta y cinco días. Cuando llega este día parece como si una fuerza agazapada en nuestro interior nos impulsara a proponernos dejar de  fumar de una vez por todas, o a plantearnos llevar una dieta mejor, o a escribir una novela o a comenzar a ir al gimnasio o a hacer algo que constantemente nos hemos planteado pero de cuya frustrada consecución se han ido apoderando el transcurso de las circunstancias y el mosaico de las interrupciones contagiadas de falta de voluntad. Para mí no hay mejor plan que la gratitud hacia todo lo que me rodea y gracias a lo cual me puedo dedicar a dormir tranquilo, a llevar una vida relativamente bien armonizada con el reino de las voces en el que se empieza a escribir cada una de estas entradas, a estrujarle el zumo a las naranjas de lo sencillo y a convencerme cada día con más insistencia de que la bondad es una de las riquezas más gratas de ser disfrutadas y menos al alcance de la mano de cualquier negocio. Con la vida por delante, y con el cuerpo preparado para lo que venga, echa uno a rodar por este nuevo año con la ilusión y la curiosidad de ese niño que se asombra del mecanismo de un lápiz.

2 comentarios:

  1. Que el tarro que acabas de abrir te ofrezca doce unidades de alegría, paz, tranquilidad y felicidad.
    Te mereces todo lo bueno que hay.
    Un salu2 nuevo, Clochard.

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