lunes, 16 de enero de 2017

Tempus fugit


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Entre unas cosas y otras se han disipado ya quince días de este nuevo año, de estos próximos doce meses cargados de promesas y de incertidumbres, de desvelos y alegrías, de fiestas y puentes y felicitaciones, de supersticiones en los martes y los viernes, de un camino por delante que habrá que recorrer inspirándose en los perfumes que cada instante se vaya encargando de traernos debajo del brazo de lo efímero y lo persistente, de lo raudo y lo acompasado, del trajín de la existencia puesto en bandeja para que nuestros cuerpos y nuestros labios saboreen las cuñas de los preciados bocados del presente continuo que con fortuna se detenga en la estación de la dicha. Hay que ver cómo pasa el tiempo; las semanas adoptan una cualidad de fugacidad, los días no digamos. Uno de los peores detalles que podemos tener con el transcurso de la vida es el de considerarlo desapercibido, como si un mecanismo autómata se fuese encargando de ir mermando la solidez de lo único de lo que disponemos a pesar de la poca importancia que podamos darle debido a las prisas y las circunstancias, al desbarajuste y al vendaval y a la aglomeración de estímulos infundados y dañinos como las pasadas de frenada en una omnipresente producción que no cesa de consumirnos como a una vela, por las ofertas que nos tapan los ojos y nos ciegan el corazón, por la sinrazón de una forma de actuar basada en todo menos en la puesta en práctica de una cierta dosis de contemplación sobre las cosas más sencillas, las que realmente valen. En la expresión Tempus fugit hay más verdad reunida que en toda la condensación enciclopédica que haya sido escrita en torno a la Historia. Con frecuencia dos palabras bien dichas, bien escritas, bien acopladas al significado que les pertenece, desvinculándose de las dobles interpretaciones de la charlatanería, son más aclaratorias para la humanidad que el discurso de cualquier presidente, que el pregón del mejor de los poetas, que la declaración de intenciones de una de esas organizaciones tras las que después de tantos años tomándonos el pelo todavía no han sido agotadas las artimañas de sus estafas, que las arengas de cualquier comerciante de almas, que el sinfín de mensajes caducos y retrógrados con aire de moralina a base de la que todavía hay quienes pretenden convencer al personal de que el rey va vestido. El tiempo corre y se detiene, y de nuestra capacidad para saber relativizar el transcurrir de unas manecillas o el de un leve y fino hilo de arena depende el éxito de su paso y su sincronización con nuestros movimientos, con nuestras sensaciones, percepciones y sentimientos, con nuestro estado de placentera embriaguez amorosa, con nuestro signo de esperanza y certidumbre, con el suspense detenido y con la fragilidad de la materia de la que emanan los segundos y esas infinitesimales partes en las que se divide algo que aún no estando presente en apariencia resulta indudable su presencia, su acción inexorable y palpable y latente en cada latido que mueve nuestra sangre. La cualidad del tiempo es indescriptible, paradójicamente intemporal, remota, inexacta, perdida, oculta, extraviada, inventada, indefinida, dada a la imaginación, a la fabulación del intelecto, a la creación de la memoria, del recuerdo y del porvenir y del futuro mezclado con retales del pasado, al día a día que tan fácilmente se trufa de pretérito con la insistencia de un timbre ininterrumpido, con el tictac sonoro en nuestros corazones que tal vez sean los relojes más precisos, los menos engañosos, los más sinceros. A ti, que has detenido con un beso el reloj, te sienta muy bien el paso del tiempo porque en ese discurrir ha ido acentuándose el poso de la transigencia y la tolerancia, de la hospitalidad y de la razón de ser de la humanidad con la que se decora el paisaje de tu entorno, y de ese ejemplo saca uno en claro que el tiempo, aunque pase y pase y no se detenga, es capaz de construir obras de arte cuya belleza irradia la motivación para enfrentarse al porvenir pensando en todo menos en una batalla, dejando que el aire juegue su papel y transporte los aromas de la piel hacia el horizonte del pensamiento más fructífero, más honesto.


2 comentarios:

  1. ¡Es pavoroso notar cómo pasa el tiempo, como se acelera cada año!
    Salu2 atemporales, Clochard.

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    1. El tiempo es tan relativo como el espacio, aunque su cualidad de inexorable nos dé mucho que pensar.

      Salud, Dyhego.

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