martes, 31 de enero de 2017

Veinte minutos


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En veinte minutos caben una y mil posibilidades y noches y amaneceres, un mundo y medio que son dos y que giran en torno a la fabulación de una boca, de unos susurros y espasmos y delirios y aconteceres ensimismados en la perfección de unos dientes que sobresalen entre la abertura de la ópera de unos labios propicios a la tentación, una espera que ha obtenido el aroma a saliva envuelta en café, una charla con la que se dé comienzo al inicio de una relación que desemboque en lo inesperado, un imprevisto resuelto con las herramientas que a su disposición tiene el intelecto para no sacudirse en un alboroto de platos rotos ni de vasos mal brindados, un cosmos de lo que ni siquiera había sido imaginado, un te quiero y no te quiero y no sé cómo ni de qué manera he llegado a ser tan dependiente/independiente de tus postulados: aquello que de platónico pasó a real, a tangible y musical, que de funeral pasó a júbilo y celebración y reencuentro con la seda del otoño, a resurrección, a ramillete de violetas, a volteretas sobre el pedestal de las estatuas de los poetas de los que nadie se acuerda en esta ciudad. En veinte minutos da tiempo a hacer tantas cosas que la capacidad de asombro de la que uno dispone nunca es suficiente, porque sólo en uno de esos veinte minutos pueden amasarase tantos besos como versos en La Divina Comedia de Dante Alighieri, como rimas en La vida es sueño de Calderón, como trazos en Los girasoles de Van Goth, como notas en El bolero de Ravel, como posibilidades de lectura en Rayuela de Julio Cortázar, como curvas en una carretera de Los Andes, como interpretaciones de Matisse sobre las manchas del techo de un cuarto de alquiler, como logaritmos aristotélicos en una pasión desenfrenada y bisílaba, mojada por el caldo de cultivo de los efluvios humanos más acordes con ese viaje a la Luna que acaba en resfriado, en mocos compartidos, en silbidos de entusiasmo, en rímel marroquí con el que se embadurnan las costas de unos párpados. Lo malo del tiempo, además de ser inexorable y de, en homenaje a Heráclito, es no poder, cagonlaleche, bañarnos dos veces en el mismo río, es que se acorta o se alarga a su antojo y en función de las sensaciones salidas de las circunstancias como por arte de magia, y hay que saber manejar esa faceta suya para no verse atrapado en el confín de las irresoluciones del presente, en el galimatías de lo no explicado, en la eterna duda del por qué ahora que tanta falta nos hace su arena, su agua, su aire y su fuego, hemos llegado a la combición de que es lo más importante. Si lo relativo es la cualidad de la relatividad que se conforma en virtud, vamosaver en don, de la que tan magistral prueba dio nuestro querido José Saramago,casi nunca lo es tanto como cuando nos ponemos a pensar en el paso de los minutos, de los veinte minutos que se esfuman en un abrir y cerrar de ojos, en el visto y no visto de ese poco más de un cuarto de hora, en la fugacidad empaquetada en el recipiente de las imposiciones ordinarias, porque de ello depende nuestra valoración con respecto a la irrepetible importancia de lo sucedido durante esos veinte minutos en los que puede que corramos el riesgo de que se nos queme una tostada o de que la cafetera emita sus gemidos de vapor como avisándonos de que todo tiene un límite si no queremos acabar rompiendo la dulce monotonía de Machado, el transcurrir de los segundos de la clepsidra cotidiana, el devenir del puro tacto y del placer de lo que más cerca tenemos, tan sencillo como los guantes de lana que nos cubren las manos en los días de frío polar, tan humilde como la sensación de cariño que se pueda tener de un recuerdo de la infancia, tan noble como el saludo dirigido a un vagabundo, tan simple como el inconsciente acto de respirar que de tan automático que nos parece se nos olvida al igual que se nos olvida lo que puede llegar a durar un trozo de tiempo bien aprovechado en el limbo del silencio y de la penumbra, en la meditación enclaustrada en la concentración de una sombra, en los claroscuros de la figura de una mujer recién levantada caminando por la angostura de un pasillo, en los labios que dicen Amor en la oscuridad de una habitación durante el pedazo de madrugada extendido sobre las luces del nuevo día. Veinte minutos son una galaxia que no se quiere desprender de su forma de entender de otra forma el universo.



4 comentarios:

  1. Veinte minutos, bien aprovechados, pueden convertirse en todo un universo de vivencias. Sobre todo si hay esperanza. Si no la hay, esos veinte minutos pasarán a ser un horror.
    Salu2 relojeros, Clochard.

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  2. El ser humano tuvo que inventar máquinas para darse respuestas,pero el tiempo no lo mide un reloj,es efimero y caprichoso...Veinte min puede parecer una eternidad o un fugaz instante y si tú memoria falla,como es mi caso,puede que nunca pasó,o quizás se detuvo...
    Un abrazo intemporal!!

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    1. El tiempo es efímero y caprichoso, Amoristad dixit, si señora.

      Mil abrazos.

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