jueves, 7 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XXXVII


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Escuchar un piano es una delicia comparable a la de contemplar la simetría de los ejercicios de los trapecistas del Circo del Sol. Hay unos dedos que acompasan el silencio acariciándolo con dulzura, con esmero cotidiano de artista involucrado, de alma esfumadiza entre las notas de una melodía sutilmente afín, improvisada en los aderezos de un sólo y de un nada más, y de uno de esos mensajes que la armonía le lanza al presente continuo de lo que nos traigamos entre manos. Chopin. Los renglones de una partitura parten de la base de la hermosura acorde con la proporción de un dibujo de sonidos imaginados. El piano aflora la sed de la naturaleza auditiva, la hace cónyuge de la fabulación y entonces ya está, ya es cuestión de que haga acto de presencia la intuición, alineando y desviando la estrategia premeditada, saliendo como debajo de una piedra plagada de puntos suspensivos puestos ahí de una forma deliberada, perfectamente encuadrada en el enfoque de la sinergia, en la condición sine qua non coser esos pedazos de pespuntes magistrales. Creo que el Jazz comenzó con Bach.

2 comentarios:

  1. Me has recordado a mi amigo el genial pintor murciano Carlos Pardo, pinta y toca el piano a las mil maravillas. Para él, como para tí, el arte no tiene secretos. Saludos.

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  2. Me hubiese gustado saber tocar el piano, o cualquier otro instrumento.
    Salu2, Clochard.

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