domingo, 10 de diciembre de 2017

Diario de Diciembre XXXVIII


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Al atardecer me he cruzado con unos tipos que lucían gafas de sol; parecían detectives, lo mismo hasta lo son. Hay un bar en la calle Tarifa que ofrece a sus clientes la posibilidad de hacer ellos mismos el pedido mediante una carta que hay que rellenar, como quien va a unas elecciones del Senado, junto a un bolígrafo por una cuerda a un servilletero atado. Acaba de pasar un nigeriano vendiendo bolsos que tiene cara de Santo. Creo que los Vagabundos son Santos, que los Músicos callejeros son Santos, que los Arquitectos y los Pintores y los Taberneros son Santos, que los artistas son Santos evangelizando el ambiente con su presencia, untando la tostada con la mantequilla de la generosidad y con la dulce mermelada del saber estar. Los escaparates se han vestido de color navideño. Hace días que se encendieron las bombillas. Algunos negocios han optado por pasar del tema. Le he escuchado decir a un camarero: "Me cago en todo lo cagable", toda una obra de arte en el desafío que supone abarcar la inmensidad de las cosas que a uno le puedan molestar. Se da uno cuenta de que se encuentra al principio del camino del aprendizaje cuando le cuesta asimilar las reacciones que a sí mismo se provoca. Hay un bebé entretenido con el diapasón de una tablet, de su tablet, de la tablet del bebé para que no se mueva ni haga ruido ni nos moleste, para que se quede ahí sentadito y en su mundo, en un mundo inundado de referencias sensitivas procedentes de la tecnología, en un mundo en el que los demás nos podemos tomar las cañas y las gambas con gabardina tan ricamente y sin el prejuicio de desatender al ser indefenso que se encuentra en el carricoche. Una pareja de flamencos acompasa la mirada de los viandantes con un quejido atroz de melancolía. Los bucólicos suelen enterrarse en su asombro, por eso son los más conscientes de no tener nada, de no ser nadie, de no pertenecer a este mundo.

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