miércoles, 27 de febrero de 2013

Un digno indignado.








Una tarde del pasado mes de Octubre, en la biblioteca de Aljaraque, pueblo de la provincia de Huelva en el que se siente la misma aburrida hospitalidad de ciudad dormitorio que en Móstoles, buscando alguna obra de José Luis Sampedro dí con un ensayo, en forma de manifiesto y clara exposición de ideas en clave de un claro despliegue de verdades a las que les hace falta la compañía de la esperanza, cuyo prólogo ha sido escrito por éste: Indignaos, de Stéphane Hessel. Entonces andaba yo con la idea de que toda la simiente del movimiento en torno a la indignación ciudadana que tuvo, y por fortuna continua teniendo, su representación en el 15-M venía del casi omnipresente mensaje que José Saramago dejaba, en forma de indeleble huella que da mucho que pensar, tras la lectura de cualquiera de sus obras. Pero fue entonces, cuando tuve el libro de Hessel en las manos, cuando realmente me enteré de que fue este señor quien incitó a no bajar la guardia en el siempre romántico afán de no tirar la toalla mediante la noble manera en la que el pueblo puede hacerlo: protestando y poniendo en escena una férrea solidaridad y alianza hacía todo tipo de necesario compromiso y con la convincente ilusión de que las cosas pueden mejorar y ser de otra manera.
El primer aspecto que me sorprendió, y con el que sentí una de esas sanas envidias que le hacen a uno pensar que con el tiempo le gustaría ser como ese hombre, fue su edad: pasaba de los noventa, algo en común con el prologuista de la pequeña gran obra que resulta indignaos, con el maestro de la sutileza y el sentido de la justicia, con el economista más cabal e inteligente del que la tierra haya dado muestras de presencia: José Luis Sampedro. Conformaban, pues, un tándem como lo son el tomate y la albahaca, como la manzana y el azafrán, como el pan con queso, como la aceituna negra y el mango o el Sauternes y la miel, un matrimonio de los llamados inseparables en el terreno de las ideas, para el que aún en el final del trayecto quedaron fuerzas con las que manifestarse de tan lúcida y contundente manera, tanto como si tuvieran no más de veinte años: hecho que explica la multitudinaria respuesta y la fácil asimilación de conceptos por parte de quienes se vieron obligados, embaucados por el incentivo de la honradez de los motivos, a llevar a cabo la puesta en marcha de la indignación.

Hoy, a sus noventa y cinco años, Stéphane Hessel se dispone a descansar definitivamente, y a buen seguro que lo hará con la tranquilidad que otorgan los trabajos bien hechos. A partir de hoy no tendrá que rendirle a nadie cuentas sobre la sabiduría de sus pensamientos ni del razonamiento en torno a la equidad humana de sus planes, sencillamente bastará con el recuerdo de su presencia y sus planteamientos para sentir que todavía se encuentra entre nosotros, como todos los que han pasado por el mundo dejando el rastro de una inquebrantable visión de la dignidad regalándonos su más profundo conocimiento. Siempre tendremos el consuelo de la estantería de la biblioteca en la que encontrar su compañía cuando nos asalten las dudas sobre los porqués de esta caída en picado, pero con él pronto encontraremos la solución para saber que merecerá la pena seguir intentándolo reafirmándonos en una serie de valores para los que la justificación es lo más parecido a la inteligencia.

4 comentarios:

  1. Que descanse en paz el señor Hessel...Un abrazo muy fuerte!!

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    1. Era un fenómeno, un valiente con casi un siglo a sus espaldas, un chaval de noventa y cinco años con tantas ganas de hacer cambiar las cosas como los jóvenes que se manifiestan en las plazas, y lo seguirá siendo.

      Mil abrazos.

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  2. Clochard:
    Había oído hablar de este señor y del libro. Fue todo un éxito de ventas en Francia un año o más antes que aquí, pero no lo he leído.
    ¡Ojalá llegue a esa edad y con esa lucidez de caletre.
    Salu2 seseros.

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    1. Dyhego:

      Debe ser sin duda un placer despedirse de este mundo con una tan bien amueblada cabeza. Sigamos el ejemplo y hagamos lo posible para que al menos con nuestro pequeño esfuerzo, tan solo con no someternos a las grandes comeduras de seso con las que nos atosiga la realidad, podamos sentirnos orgullosos.

      Salud.

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