viernes, 24 de enero de 2014

Caminamos



Caminamos por desiertos plagados de semáforos, por dédalos y adoquinados laberintos llamados antiguos cascos de ciudad, sobre asfaltos con hematomas en una curtida piel por corrosivos alquitranes, por carburantes y por aceites, por gasóleos y por recalentados cauchos sin piedad; caminamos por senderos en busca de una flor, por carriles de polvo atiborrados, de piedras y de lodo, de fango y de charcos en los que nos metemos hasta el cuello sin querer, por las orillas de una playa con la mirada puesta en el horizonte, por el paseo marítimo de las tardes de un verano que aspira a no a ser el mismo que fue ayer, por las afueras de una metrópoli en la que la presencia de ciertos trenes nos cuestiona si hemos de dejar de caminar, o si caminando hemos de seguir hasta introducirnos en el fuego lento de la incertidumbre con el que la inmensidad de lo desconocido a su amor se cuece, en lo distante y solitario, en la resolución de los jeroglíficos que no nos son frecuentes a diario. Caminamos juntos, sueltos, pegados, envueltos en el abrigo, abotonados, encogidos o cogidos levemente de la mano, en grupo o en rebaños que bajan a las catacumbas de las profundidades del metro, guiados por la intuición, por la premonición, por la emoción y la sospecha de un algo bueno o de otro fin mejor, por el peor de los posibles o por los arreglos del desaguisado, alentados por la posibilidad de una sorpresa. Caminamos pensativos dejándonos llevar, soltándole la coleta al itinerario, dando pasos por devoción de transeúntes de preocupaciones despojados, con vocación de descubridores que miran detrás de las murallas, en concurridos zocos y en atiborrados de chabolas arrabales, en soportales plagados de comercios y en juderías que de otro tiempo conservan los tatuajes de la identificación, en salpimentadas plazas de abastos con emulsión de chascarrillos y en el interior de los museos que no visita nadie, en ferias y en rastros y en puestos ambulantes, en corredores de la vida, en balcones por los que asoma el pétalo de nuestra margarita perdida. Caminamos y como en un cuadro de Edward Hopper  viendo vamos lo que iluminan las viviendas que dejan entreabiertas sus ventanas. Caminamos e inventamos vidas escondidas detrás de los rostros con los que nos cruzamos. Caminamos sobre un hilo o un alambre, sobre la cuerda floja de los acróbatas urbanos o sobre el suelo firme de quienes a costa de otros lo tienen todo bien atado, sobre las arenas movedizas de nuestro yo y sus circunstancias, sobre el halo de luz que posibilita la proyección de nuestra sombra. Caminamos y recorremos kilómetros, millas, yardas, distancias que separan los cuatro puntos cardinales de nuestro barrio, de un extremo a otro, de polo a polo, de norte a sur y de este a oeste, desde las inmediaciones del cobijo hasta las antípodas del techo, desde el centro de la tierra de nuestro corazón hasta la infinidad de las galaxias de nuestras sanas intenciones. Caminamos en fila india o de dos en dos por el hombro o la cintura abrazados. Caminamos llevando la chaqueta doblada y sosteniendo una carpeta debajo del brazo, un cuaderno en el que ir escribiendo los pensamientos que como un destello asaltan al francotirador espíritu de quien observa, contorsionándonos para hacerle un hueco a la compañía de nuestras pertenencias, mojándonos bajo el aguacero de postales que nos regala la avenida y la evidencia, la muchedumbre, el conato, el ademán atisbado en aquel hombre cuando su nombre ha sido nombrado, en la localizada postura que con cartones se ha hecho el bicho raro; caminamos despiertos, alerta, llevando nuestro pensamiento a todo aquello que se mueve y le hace un hueco a la contemplación, a cuanto nos depare una instantánea que focalice el presente continuo caminado, al borde del abismo o sobre el filo de la navaja con la que a punto de cortarle las venas al fotograma de la incredulidad del intrépido e imprevisto vistazo del terror estamos. Caminamos y al andar hacemos el camino que nuestras huellas escriben con la marca de cada una de nuestras pisadas sobre la hoja de ruta de los lugares por los que hemos pasado, paso a paso, golpe a golpe, verso a verso, trago a trago, traspiés a traspiés como si no lo hubiésemos pensado, para finalmente sentir la poderosa curiosidad de saber qué pasara si de una vez por todas del suelo decidimos levantarnos. Caminamos en dirección a ninguna parte y a cualquier lugar, como sonámbulas almas cautivadas por los neones de un bulevar, como revestidos esqueletos de carne y hueso, de piel y de cabellos, de franelas y lanas, de panas y cueros sintéticos como un paseo sin pensar. Caminamos como exploradores de la isla del tesoro, como buscadores de perlas o de pepitas de oro, como cosecheros de lo que buenamente venga, como culillos de mal asiento que necesitan refrescarse la sesera y lo mejor que se les ocurre es echar a caminar.  Caminamos como si caminar fuera una forma de respirar, una clase de inconformismo ejercido de antemano a los logaritmos del fracaso. Caminamos porque nos es tan propio como le era a los perros de Cervantes la condición de su ladrar, y no queremos quedarnos con las ganas de dar ese milagroso paso que nadie sabe dónde anda, en qué rincón se encuentra un instante antes de acabarlo de encontrar.

7 comentarios:

  1. Y por último hoy ya no caminamos; ya que de tanto subir al coche, tren, tranvía, autobús, avión, avioneta, reactor, proyectil o artefacto, hemos permitido que nuestros miembros motores se atrofien, y ahora somo poco menos que marionetas con los hilos enredados...
    Y aún sin caminar será un placer seguirte, aunque sea a rastras. No importa.
    Un abrazo.

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    1. Sea como sea aún disopemos de la suerte de tener por delante mucho que caminar, y si es con la capacidad de asombro lo menos contaminada y lo más intacta posible, mejor que mejor, procurando no caer en la trampa del observador frustrado.

      Un abrazo.

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  2. Querido Clochard,disfrutemos del camino aunque aveces parezca que en el cruce anterior cogimos la dirección equivocada,siempre habrá un cruce o cambio de sentido o nuevos horizontes en los que descansar nuestros pies descalzos...Un abrazo de sentido único!!

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  3. Querido Clochard,disfrutemos del camino aunque aveces parezca que en el cruce anterior cogimos la dirección equivocada,siempre habrá un cruce o cambio de sentido o nuevos horizontes en los que descansar nuestros pies descalzos...Un abrazo de sentido único!!

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    1. Siempre hay un sendero, siempre hay un hueco por el que caben nuestros pies, siempre hay una vereda, siempre.......para poderlos recorrer.

      Mil abrazos, Amoristad.

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  4. Caminar, siempre caminando, siempre en el camino, caminante no hay camino...
    Salu2 andantes, Clochard.

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    1. Y que no nos abandone el hábito de los pasos........ adelante.

      SALUD, Dyhego

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