sábado, 18 de enero de 2014

De una novela a otra





Para quienes viven con la incertidumbre a cuestas de no saber dónde acabarán estando dentro de unos cuantos días no hay nada mejor para ayudarles a despojarse de los malos presagios ni a conservar la calma como arroparse en el consuelo de la lectura. Anda uno terminando de leer una novela y ya está pensando en cuál será la próxima. Alentado por el argumento del libro que se tiene entre manos, justo antes del final, comienzan a aparecer ideas que relacionan la siguiente obra con lo que se está sacando en claro de la que nos ocupa, y durante esa mental recapitulación de conceptos que vamos tejiendo en las últimas páginas aparecen las pistas que como un faro pretenden conducirnos hacia el siguiente texto; es ese uno de los momentos en los que uno percibe a todas luces la grandeza del hábito de leer, lo inabarcable del mar de las letras y la cantidad de conocimientos que andan a la espera de ser descubiertos por el siempre espontáneo olfato del autodidacta. Esta es una de las maneras de ir de una novela a otra, casi sin pensárselo, dejándose llevar por la intuición que desea alargar el hilo y no abandonar definitivamente un tema, no dándole demasiadas vueltas y conservando ese aliento emocional que huele a los mejores cursos del colegio. A veces es un personaje el que se encarga de ir allanando el camino de la futura elección, en otras ocasiones es un dilema moral, un hecho histórico, una tendencia artística, una corriente cultural o un sistema filosófico, o sencillamente la voz del propio autor, que se nos instala y nos conduce pausadamente hacia su pensamiento mezclándolo con el nuestro, identificándonos de tal modo con él que acaba siendo una de las mejores maneras de reconciliarnos con el mundo y de no sentirnos solos. En ese camino de identificación se encuentra también el cruce en el que un autor nos lleva a otro, y ese otro a otro, como si de los saltos de una rayuela se tratara, y en esas ando yo de Elena Poniatowska a Saul Bellow, de México a Nueva York, de La piel del cielo a El planeta de Mr Sammler, y entre novela y novela casi no reparo en lo que me ha hecho ir de una a otra, tan solo en una sincera y práctica sospecha de que me esperan horas de placer que se encargarán de hacerme olvidar el dilema de dónde estaré en unos cuantos días. 

4 comentarios:

  1. Frente a los que dicen que hay que leer con método, estamos los que creemos que hay que leer lo que te venga en gana. Sin orden ni concierto. Como el que se pone a pasear y va cogiendo las sendas que le parecen más agradables.
    He terminado "La vida, instrucciones de uso" de Pérec, "Noticias de la noche" de Márkaris y anoche mismo empecé "Suite francesa" de Irène Némirovski. La verdad es que no tengo ni idea de cómo he ido a parar de unas a otras.
    Salu2 griegos.

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    1. Y muy importante, Dyhego, es eso de que libro que no has de leer déjalo correr, como le gusta decir a Andrés Trapiello. Tomo nota de esas lecturas y sigo en la brecha de las mías. A disfrutar y que vengan muchas más....

      SALUD

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  2. Yo he saltado de las Baladas del Ajo de Mo Yan, a La Gárgola de Andrew Davison, y ahora me dispongo a empezar, Flores para Algernon de Daniel Keyes.
    La primera interesantísima, genial y dura; la segunda extraña, con algunos momentos brillantes. Veremos que nos depara esta tercera dela que he oído hablar muy bien...
    Un abrazo.

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    1. Espero que esa tercera te depare muchos de esos buenos momentos que hacen retirar la mirada del libro y clavarla en el techo, o en el horizonte, o en ese vacío en el que se queda fijo el pensamiento.

      SALUD y buena lectura.

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