sábado, 25 de enero de 2014

La noche





la noche aparca el coche en la doble fila del cielo y el infierno, en la línea continua del andén hacia el delirium tremens, en áticos y en atiborrados sótanos de botellas y de vasos y alfileres , de jarras de cristal y de topacio, de techos de los que pende la lámpara de los Aladinos de la madrugada. La noche es la emisora de radio que escuchan los que padecen el mal del insomnio eterno; la noche aparca en peajes de autopistas hacia el negro firmamento y en moteles de carreteras secundarias en los que para el fugitivo que huye de los haces luminosos, en aeropuertos cuyas terminales dan la bienvenida a las aves de paso del orgasmo, en estaciones con hileras de autobuses aparcados a la espera de ser cargados de macutos y de cuerpos solitarios, de manos cansadas de abrirse para pedir un cigarro. La noche es mucha noche cuando se suelta la lengua después de un par de tragos con sabor a la madera del elixir de los barriles que navegaron en el transatlántico del derroche; la noche bebe el brebaje del fruto rojo macerado en aguardiente triplemente destilado, sorbos que desinhiben la simplificada imaginación del contrabando en bolsitas de plástico, en diminutas pastillas muy dadas a provocar el infarto, en pirulas y en colillas, en filtros y en chorreantes boquillas de aceite afgano; la noche repone sus fuerzas con cebada fermentada en depósitos de zumo mágico, en aguas de fuego maceradas con maltas y con turbas crecidas en las orillas de un arroyo bárbaro; la noche embadurna su garganta con burbujas saltarinas que devuelven el encanto, con enebro y con quinina que para las fiebres del sueño son mano de santo, con la embotellada morfina a la que los fantasmas de la oscuridad sueldan su morro para devolverla luego a las arrugas de su rostro. La noche es un guante que recoge a los encerrados ermitaños en su torre de marfil y los devuelve sanos y salvos, intactos, casi sin estrenar, a la hora en que la mañana se encargó de transmutar lo que era noche en pura y dura claridad, en despertares pesarosos, en bostezos y cabezazos, en la incredulidad de los vampiros, en el soniquete de mucho ruido y demasiada terca vanidad cascando nueces. La noche ampara al borracho y al bohemio, al poeta y al cantautor, al estudiante que se quiere despejar un rato, al profesor hastiado de corregir el mismo cuestionario, a quienes no duermen ni piensan en hacerlo ni siquiera un rato, a quienes se detienen a contemplar la dirección del viento en las veletas del averno pensándose dos veces si hacerles caso. La noche se pinta los labios con pomadas sin horarios, y nunca cierra los ojos ni se muerde los labios a menos que sueñe algo; la noche se embebe con la opacidad de los hielos cargados de cloro, nada como pez en el agua de las tinieblas de los whiskies con matizado retrogusto de yodo, apuesta firme por el contraste entre el lúgubre soneto y el poema espontáneo; la noche baja a tientas las escaleras que conducen a los sanos y salvajes antros que parecen siempre estar a punto de cerrar, que se van llenando de duendes adictos a ese estado de sitio en el que nada está prohibido; la noche mueve el bolso en las esquinas, se monta en el asiento de atrás de un coche, paga al contado y no acepta propinas, recorre con las yemas de sus dedos los bolsillos en busca de un pitillo, o de una nota perdida cual Juan Carlos Onetti, o de una calada de cianuro que le sacuda del sobresalto; la noche echa mano de un pañuelo de seda para mojarlo con su llanto y dárselo de beber a las estrellas; la noche tiene sus vicios y por un momento se mete en el baño, se unta con betún sus zapatos de bailarina cada vez que sale al escenario, hace de un verbo un vocablo para convencer al centinela, seduce a los porteros, rezuma gramática parda. La noche es un faro en mitad de la niebla de una película de gansters, una bruma espesa en los muelles del puerto, una red tendida sobre el precipicio de los barrios bajos, una manera de entender, el hueco elegido y perfecto para ciertos hábitos, un lenguaje que se escribe muy despacio y se habla como cuando se mastica tabaco; la noche es la singularidad del camarero y del camello, la papela de primera edición, el canuto y el cogollo, el caballo al galope de su la máxima expresión, el fosforescente carmín con el que se curan las heridas que provocan los besos de tornillo mal enroscados; la noche es todo lo que ha sucedido en un planeta escondido durante toda la noche justo antes de que hayamos venido a despertarlo.

6 comentarios:

  1. Cuántas noches bulle el mundo de locura, crímenes y vida, en su expresión más extrema. yo he vivido algunas noches de esas y todavía no recuerdo si en realidad las viví o fueron ensueños de muerte, ebriedad y placer...

    Un saludo.

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    1. Esas noches reúnen un poco de todo eso que tú mencionas, incluido un poco de la cualidad de ensueño que en si mismas son, ese ensueño que hace que se paren los relojes.

      Un abrazo.

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  2. La noche tiene el poder de sacar las verdades de nuestra alma...Nos resulta tan atrayente como enigmática y eso hace que en muchas ocasiones busquemos la luz en su oscuridad...Un abrazo claro de Luna!!

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    1. Buscar la luz en su oscuridad, qué bonito...........qué poético, tanto como la noche.

      Mil abrazos

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  3. Clochard:
    La noche puede ser todo, es más compleja que el día.
    Me gusta mucho tu descripción.
    Salu2 nocturnos.

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    1. La noche está plagada de misterios, de infinita inspiración. La noche es una compañera muy particular. Gracias.

      SALUD, Dyhego

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