jueves, 23 de enero de 2014

Miradas




Hay miradas y miradas, miradas de frente y de soslayo, por encima del hombro y de reojo, miradas curiosas y asesinas, miradas que dan cosas por supuesto y no escatiman en detalles, dispuestas a no dejarse convencer, a seguir en sus trece, miradas que lo valoran todo con el rigor con el que se cotizan las triquiñuelas de la untada cobardía con la mermelada de las desfiguraciones del presente. Hay miradas adictas a la calumnia y al insulto, a la mentira cual bote salvavidas de la falsedad de las excusas, al placer en el despropósito de los astros del prójimo sin llevarse nada a cambio, al tirón del bolso en el que se encuentran la piedra angular y la medicina, el punto de apoyo y el contrafuerte de las arquitecturas de las almas libres de prejuicios. Hay miradas que cuando miran delatan, declaran, hablan, cuentan, describen, lo dicen todo, miradas en cuyos ojos se leen los versos de la resignación y del cansancio, del desasosiego y de la memoria que se topa con la oscuridad de los recuerdos, de la desesperación de haber esperado tanto, miradas hartas de andar descalzas, miradas con insoportables dolores de rozaduras y de callos, de predicar en el desierto, de seguir al pie de la letra eso de no volver la vista atrás para que les acabe costando tanto. Hay miradas que no miran, aunque parezca mentira, como quien no oye ni escucha cuando le hablan, miradas sobradas, impacientes y calculadoras, miradas fuera de la órbita de la conversación, idas, despobladas de interés por la respuesta, traspuestas en otro lugar al que solo se accede sabiendo adivinar lo que significa el brillo de los ojos. Hay miradas que ya no ven por aburrimiento, por desgaste y por cansancio, que van tropezando con todo, que necesitan de la ayuda de un lázaro con quien compartir la uvas, miradas oxidadas por las impiedades y el rencor, abolidas por las bombas del desengaño, por las explosiones sin pudor, secas de llorar tanto, suicidas por amor al arte y por compasión con el entorno, miradas fugitivas que se olvidaron de la búsqueda y se conforman con lo que van encontrando, con las migajas en la solapa del hidalgo, con pasar los dedos en el monedero de las cabinas,  miradas trastornadas por la ambigüedad de la rutina, extasiadas porque ni en sus más delirantes delirios se esperaban semejante mal agüero. Hay miradas felinas, ansiosas e impertinentes, demoledoras de cuanto se levanta en beneficio de la calma y en nombre de la paz, miradas que no se sienten hartas de insistir en la arrogancia y la avaricia, excitadas con el erotismo de la codicia, miradas que conviene no mirar, miradas que no riman con el mar. Hay miradas para todos los gustos, para quienes prefieren mirar de cerca o de lejos, para quienes se atreven a mirar en el interior o para quienes optan por el sombreado de los ojos. Miradas de experto y de novato, de licenciados en la vida y de profesores de academia, de pardillos en los asaltos y de maestros en las habilidades del atraco con guante blanco. Hay miradas cabizbajas que del suelo no levantan las pupilas, atolondradas miradas en las manchas del asfalto, ensimismadas en la cuadriculada extensión de las aceras, miradas que no se cansan de mirar abajo. Hay también enamoradas miradas de la naturaleza del paisaje y de los cuadros, abrazadas a la aventura de la contemplación de la belleza, embebidas en la lectura positiva de las circunstancias, miradas con las que da gusto hablar a base de no dejar de mirarse, con las que uno no se siente solo, con las que caminar deja de ser un trabajo y se convierte en una gozada sin esfuerzo, miradas que no miran el reloj, que no hacen un alto en el camino para decir que no recuerdan cuanto dijeron, miradas limpias, cristalinas, transparentes, de poros abiertos, humildes, cautas y valientes, miradas que sonríen a la vez que por ellas pasa el tiempo, miradas colgadas de los jardines de la infancia, hechas a medida de la templanza, equilibradas como la demostración de una ecuación, afinadas con la perfección de un diapasón, libres como las leyes de las excepciones que confirman la regla, tocadas por la barita mágica de la geometría, miradas que se prefieren porque sale uno ganando sin necesidad de competir, miradas que no se saben más que nadie, que se ajustan a los moldes de los labios, que no se escapan por la ventana ni manchan las sábanas con nostálgicas batallas, miradas perfumadas con amor.

4 comentarios:

  1. ¿No escribes artículos en ningún periódico? Porque cada uno de tus post es un Ensayo, y de los buenos! Este: Miradas, te lo publicaría ya mismo Clochard, solo que mi mirada no es la de un director de editorial, sino la de un enamorado que una vez perdió el perfume del amor...

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, José, por tu aliento y generosidad. Escribir es un placer que va formando parte de la dieta de uno, e igualmente es compartirlo con los demás. Espero que ese perfume perdido se tope contigo a la vuelta de cualquiera de las esquinas por las que transita la vida, ojalá.

      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Clochard:
    ¡Ojalá todas las miradas fueran como el mar! Me gusta esa metáfora.
    Salu2 bienmira2.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ojalá todas las miradas fueran como ese aspecto de plato que en plena calma toman las aguas del océano. Mientras tanto habrá que seguir luchando y disfrutando con todo tipo de miradas, incluida la nuestra.

      SALUD; Dyhego

      Eliminar