lunes, 9 de junio de 2014

La vida por delante



A medida que uno va cumpliendo años y va acumulando experiencias, en ocasiones los recuerdos de algunas de ellas se muestran emocionantes. A veces me da por recapitular y hacer inventario de lo vivido, de lo más representativo de cuanto anduve de arriba para abajo, de los cuartos en los que dormí y de las ciudades por las que paseé buscando nada, tan solo recreándome en los detalles de sus calles y de sus gentes. A veces pienso en lo que me llevó a ser lo que soy que a penas es la sombra que proyecta mi cuerpo; otras uno permanece a la espera de una nueva oportunidad, como con el presentimiento de que esto no ha hecho nada más que empezar, y cuando alguien más joven que yo se encuentra a punto de comenzar una de esas fantásticas aventuras que significan tener la vida por delante, la pura alegría del viaje y del descubrimiento, uno siente una cierta nostalgia de aquellos momentos en los que hacer y deshacer una maleta eran sinónimo de nuevas lecciones, de mundos por conocer, de personas con las que iniciar una convivencia que hasta entonces había permanecido como a la espera de nuestra llegada. 
Cada vez que veo a alguien con aspecto de estudiante, merodeando las inmediaciones de una biblioteca o de una facultad, siento la misma envidia sana que me depara la instantánea del viajero preparado para tomar un tren, un avión o un autobús. Muchas veces he quedado embobado ante esa imagen del viajero y he comenzado de inmediato a imaginarle una futura existencia, un próximo destino, y he empezado a ponerle a esa vida que ni siquiera es la mía el decorado de algunas de las anécdotas con las que naufragué y salí a flote en estaciones llenas de gente que mezclaba sus idiomas hasta lograr entenderse. Hay tanta riqueza suelta entre nosotros, tanto que compartir, tanto que aprender los unos de los otros, tanto, que a veces da la sensación de que una sola vida es insuficiente, y tal vez viajar sea uno de los métodos más interesantes para hacerlo, para compartir todo eso: para inmiscuirse en costumbres hasta ahora desconocidas, en hábitos que parecían no concernirnos, en horarios un tanto distintos, en dietas basadas en otro tipo de alimentos, en la diferente distribución del espacio de un hogar, en acentos que se irán instalando en nuestra boca y en nuestros sueños, en palabras con las que iremos dándonos a entender de una manera recién aprendida, en definitiva en un todo sacado del bloque de mármol de la vida de la misma manera que Rafael decía extraer sus esculturas.
Hoy me ha dado por escribir sobre esto porque hay alguien, una ex compañera de trabajo y una de esas personas cuya energía se transmite por la belleza de una mirada limpia y generosa, que está  apunto de abordar la empresa de un viaje al extranjero, concretamente a Gales, con el noble fin de aprender otra lengua y de continuar absorbiendo conocimientos de cuanto le ocurra; y a medida que han ido pasando las líneas me he ido acordando de lo gratificante que resulta cada pequeño paso en la carrera del aprendizaje cuando uno no cede en su empeño de querer poner los cinco sentidos para tocar el presente con las manos, para hacer de muchos momentos de la vida obras de arte, sobre todo aquellos en los que el crecimiento personal es el fin al que se destinan los esfuerzos del ser humano.

4 comentarios:

  1. No hay nada mejor para aprender un idioma que irse al país de origen.Envidia sana tú lo has dicho Juan,por su mirada,por su valor y por su inconformismo.
    Mil abrazos...!!

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    1. Ese tipo de personas se merecen lo mejor de los descubrimientos, si señora.

      Mil abrazos....!!

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