viernes, 2 de octubre de 2015

Azúcar moreno




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Parece que le esté costando trabajo al otoño llegar al punto de partida de su definición. No mengua, por ahora, la sensación de calor durante los medios días y las gentes continúan paseando en mangas de camisa, con pantalones cortos, en chanclas, con una botella de agua cogida de la mano, disfrutando de los últimos coletazos de un largo verano que por momentos parecía irrespirable, sobre todo en esas primeras horas de la madrugada en las que los termómetros de la calle superaban los treinta grados para asombro de propios y extraños. En estos primerizos días otoñales se agradece la brisa y el color de los atardeceres, el recuerdo al aroma de principios de curso, la sensación de estar tocando aquellas gomas de borrar que desprendían una leve fragancia a nata. Si con un poco de suerte caen cuatro gotas la humedad del asfalto nos lleva en esta ciudad a la contemplación de otro tipo de belleza, a otra clase de atuendo urbano bajo el que se refugian las fachadas y sobre el que el paseo adquiere una tonalidad de pacífica marcha no exenta de poesía. En Sevilla los aterdeceres de otoño son como el preludio de unas cuantas horas de felicidad en las que uno podrá dedicarse con fruición a la lectura o a ver una película, a atender las necesidades domésticas con música de fondo, a comenzar a oler a tierra mojada, a pensar en ir comprando una entrada para una función de teatro del próximo domingo. Vivimos de recuerdos y de planes, de proyectos, de ilusiones e ideas, pero también vivimos de nuestra correspondencia con las estaciones, de las costumbres reservadas para cada una de ellas tejiendo el calendario con hábitos en los que nos vamos instalando con comodidad y con deseo. Las imágenes que nos proyecta el otoño guardan un matiz de ternura porque en ellas se aunan la templanza que equilibra los extremos, el descanso del bochorno y el augurio de los fríos. En Octubre pone uno al día las existencias de su ropero y comienza a otorgarle un anhelado protagonismo a las prendas colocadas como en una parrilla de salida con meta en el refugio de la llovizna que no cala. En cada hoja que ahora cae al suelo hay escrito un verso de la naturaleza, un paso dentro del camino del tiempo reservado para la puesta en marcha de la indumentaria del otoño, para unos meses con cariz de azúcar moreno con el que endulzaremos el presente.

4 comentarios:

  1. Me parecen unas reflexiones preciosas. El otoño te sienta bien.

    Beso. Reyes

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    1. El otoño, Reyes, es un terrón de azúcar moreno que me tiñe las canas, porque en Sevilla, como decía Manuel Chaves Nogales, no se envejece.

      Besos

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  2. Aquí, por lo menos, las noches son fresquitas y hasta se puede tapar uno con la sábana. Placer de dioses.

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    1. Ni que lo digas, es un gustazo despertarse con la fresquita y echarse una mantita encima.

      Salud, Dyhego.

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