sábado, 23 de julio de 2016

Gustos


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Hace unos días me dijeron que yo tenía muchas ganas de leer debido a que una de mis preferencias de la última semana está siendo Javier Marías, que eso no hay quien se lo trague, que lo que hay que hacer es leer cosas que entretengan; la decepción fue mayúscula ya que supuestamente el sujeto emisor de dicha declaración de criterio literario es alguien a quien yo creía más versado, no ya porque a él no le guste Marías sino por el tono de solvencia rozando en desfachatez que utilizó para referirse a algo tan delicado como la creación literaria, siendo él una persona que seguramente no se haya planteado la ecuación sujeto, verbo, predicado con más insistencia que la de los correos electrónicos de rigor profesional. Pero se nos da muy bien hablar sin escuchar y hacerlo a la torera, y me temo que viene a ser este uno de los rasgos característicos de la sociedad española. No es la primera vez que me sucede algo parecido, en otras ocasiones han sido autores como Proust, Umbral, Muñoz Molina o Saramago, todos ellos grandes santos de mi devoción, objeto de críticas demasiado gratuitas por parte de personas que en apariencia por cómo se comportan y a cerca de lo que hablan son lectores. Quedé estupefacto el otro día sobre todo por la facilidad con la que alguien es capaz de emitir un juicio de valoración hacia las preferencias de otra persona a la que de lo único que conoce es de compartir unas cuantas cervezas a esas horas en las que después de una larga jornada lo que a uno más le apetece es relajarse escuchando música de fondo y conversar cordialmente sobre cualquier tema que sea interesante, aunque para esto último la cosa, y ahora soy yo el que emite una valoración, se esté poniendo cada vez más difícil. Lo interesante, lo que entretiene con facilidad, y acaba aburriendo a las cabras, es darse continuamente la razón, remover sin parar la palanca del molino de la verborrea condescendiente sin ton ni son a la que un astuto Sócrates de turno, de esos que si saben escuchar, cogería de media en un par de contradicciones por minuto. Dar qué pensar, escudriñar los entresijos de una opinión, preguntar más de un por qué, incomoda, pone de manifiesto nuestra atrofia dialéctica, y por eso nada como soltar de vez en cuando algún que otro improperio a cerca de temas de los que generalmente no estamos bien informados sentenciando con cara de indignados una de esas coletillas que se ponen de moda entre los que pueblan los programas de entretenimiento masivo de encefalograma plano de la televisión. Me llaman mucho la atención esas personas que afirman sus proposiciones de manera categórica rematándolas con un "te lo digo yo"; me resulta muy sospechosa esa rotundidad, ese final sin puntos suspensivos con aspecto de dárselas de venir de vuelta de todo sin haber ido a ninguna parte. Y algo así pasa cuando uno habla de libros y lo hace con ilusión, con ese grado de interés que demuestra que se quiere conocer más para poder disfrutar de lecturas pendientes, de esas lecturas a las que por inexperiencia no se llegó en un buen estado de forma en el primer intento. Confundir la maestría con el empalago aumenta las posibilidades de que nuestro espíritu crítico reflexione cada vez con menos perspicacia y agudeza agrandando cada vez más la distancia entre nuestros ojos y lo que tenemos delante de las narices. Leer para entretenerse, además de para aprender y para vivir más vidas en esta que tenemos y para ser mejores personas, creo que es otro de los muy lícitos fines de todo lector, pero de ahí a que se ponga en boga que solo es el pasatiempo lo que importa me parece de una falta de miras y de un cansancio vital que poco tiene que hacer ante lo que está cayendo disminuyendo las posibilidades de llevar a cabo una demanda firme y clara de un cambio de rumbo social del que todos somos responsables.

2 comentarios:

  1. No hay nada peor que la manía que tienen algunos de afear tus lecturas u obligarte a leer lo que ellos consideran imprescindible.
    ¡A la porra!

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    1. Bueno, de todo se aprende; muchas veces aprende uno a cómo no hacer las cosas, a cómo no comportarse.

      Salud, Dyhego.

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