viernes, 2 de marzo de 2018

Diario de Marzo LXV


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Una mañana gris y un mañana sin pasado inaugurado, y un futuro sin presente que contar todavía, y lo que queramos hacer con los sustantivos de temporalidad. Un día soleado en el recuerdo, en la ventana de un paisaje con las figuras de La Ciudad, una de esas ventanas desde las que Amalio García del Moral pintó trescientas sesenta y cinco Giraldas. Hay que ver con qué facilidad nos intercambiamos mensajes por guasáp sobre la nevada que está cayendo en  nuestro pueblo o sobre el frío que hace a estas alturas del año allá donde estemos y nos pille la tormenta. A mi, que me gusta ser partícipe de la climatología junto con lo que de su mano venga de parte del azar, me resulta embarazoso decir que parece que sólo nos percatemos de las cosas por el puro instinto de eso, de la temporalidad, dentro de lo que es lícito que exista un tanto de extrañeza y de deseo por lo no conseguido a causa de hacer aquello que se suponía que había que hacer dando por hecho que era sagrado lo establecido, y así, entre unas cosas y otras nos vamos dejando asombrar por la nieve y por el viento, por el sol y por la sombra y por la temperatura, por la humedad y el aire y el chubasco, por la neblina y el vaho y las rejillas de las alcantarillas, por el vendaval y los paraguas retorcidos, por las tres sillas de la terraza de un bar que han salido volando, por los catarros que amenazan con volver, por volver a ser tan difícil que se seque la ropa, por lo que le pide el cuerpo a uno un plato de migas. Al dictamen del vital impulso interior hay que revisarlo, llevarlo al taller, hacerle alguna que otra entrevista para que junto a ese asombro se asome algo más al conocimiento.


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