Echo de menos el hábito del saludo con naturalidad que aprendí de los vecinos de mi pueblo durante mi niñez. Y lo echo de menos precisamente ahora que después de haber habitado alguna que otra gran ciudad me encuentro de nuevo en un pequeño municipio. Siempre fue de buen gusto decir hola o adiós alzando la mano y la mirada en consonancia con un cierto gesto de camaradería vecinal; otro más de los vínculos con el que los habitantes de los lugares menudos convivían sin alterar el orden de la confianza ni del zumbido de las moscas en la oreja, no dando por supuesto que la sospecha de la estafa se encuentra a la vuelta de la esquina ni sintiendo la solitaria sensación de angustia que aporta el desamparo del miedo, la aprensión y la suspicacia acuciadora del chanchullo. por supuesto que de todo hubo en todos los sitios y que un poco de todo somos todos, pero sin pasarnos de la raya en la que se cruza la frontera del escepticismo en dirección a la tensión interior contenida en detrimento de los aromas del día a día.
Entiendo que uno no tenga por que ir saludando a discreción a todo ser viviente con el que se encuentre por la calle a esas horas de máxima concurrencia en las que la plaza de la sempiterna fuente junto a la que se erosiona una estatua es un hervidero; pero a las siete y media o a las ocho de una mañana de verano es sospechoso que cueste trabajo levantar la mirada del suelo para decir buenos días. Algo pasa, algo nos están poniendo en las comidas. La dosis de desengaño y desconfianza con la que salimos de casa bien temprano es un indicativo del alcance de un nefasto individualismo sin parangón. Lo llevamos a cuestas lo mejor que podemos, se lo inculcamos a nuestros hijos, lo leemos en los ojos de los compadres y soñamos con quitárnoslo de encima porque en el fondo sabemos que estamos siendo presa del néctar de un infierno servido en el maldito cóctel molotov del álgebra de la vida moderna, ese en el que la venganza es un plato que se sirve frío y las desgracias de los que viven más cerca atenúan nuestro malestar con el consuelo de los tontos.
Nadie conoce a nadie. Nadie quiere saber nada de nadie, y no digamos ya de un forastero como yo al que la otra tarde en un bar todos los allí presentes conocían y algunos en algo coincidían, pero yo, yo no conocía a nadie.
martes, 26 de junio de 2012
Nadie conoce a nadie.
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Querido Clochard:
ResponderEliminarCon los avances tecnológicos se a perdido la buena educación.Solo te saludan si te tienen agregado al facebook o al tuenti.Yo no solo practico el saludo sino que lo fomento entre los pequeños.Me encanta decir,¡buenos días!Un abrazo fuerte!!
Saludar (dar salud), habrase visto expresión más saludable. por cierto, un saludo y...
ResponderEliminarMil besos.