jueves, 28 de junio de 2012

Volver a la realidad.






Soy uno de esos niños que quería ser futbolista. Quería ser Santillana o Camacho, Schuster o Maradona, no sé, uno de esos tíos a los que una multitud aplaudía cada vez que mostraba sobre el césped las habilidades con las que se desollaban mis rodillas en la calle, en esa calle por la que a penas pasaban coches y la máxima incomodidad era que un vecino amenazara con quitarnos el balón para que le dejásemos dormir la siesta; amenaza que no iba más allá del exagerado enfado de la fraternidad con el que se nos hacía entender que teníamos que aprender a respetar a los demás. Pero nosotros, tras unos minutos de estudiado silencio, sigilosamente íbamos, en un pausado in crescendo, adoptando de nuevo nuestras posiciones sobre el asfalto, y entre una farola y un bordillo, que hacían las veces de los postes de la portería, imitábamos a Arconada en una magistral párvula palomita que daba con nuestros huesos junto a las rejillas de un alcantarillado que se clavaban en nuestras costillas como un primerizo tatuaje con el que uno empezaba a entender lo duro que debía ser llegar lejos. Soñábamos despiertos, tanto que a alguno aún no se nos ha olvidado y seguimos en la brecha de los sueños, aunque de otro tipo, hasta que el cuerpo aguante lo que aguantaban las costillas de la infancia.

Ahora que asistimos al desarrollo de la Eurocopa de naciones es perceptible ese momentáneo bienestar que proporciona aislarse por un par de horas del presente e inmiscuirse en las profundidades del enfrentamiento televisado, hasta el punto de que en noches de mucha desidia es deseable una prórroga con la que alargar la distracción para después afrontar el comentario sobre lo sucedido. Que terrón de azúcar es ese con el que se nos hipnotiza la existencia y se nos olvidan los problemas. Se crea un vínculo muy especial al decirle a nuestro compañero del hueco de la barra que en esa zona no hay extremo, que el sistema de ataque es incomprensible, que el fútbol ya no es lo que era, que la llevan clara estos o los otros y que el árbitro es un sinvergüenza. Todos parecemos expertos, entrenadores, críticos deportivos, periodistas, y entre caña y caña soltamos algo con lo que amenizar la sesión. No nos explicamos la vida sin el fútbol, y ahora menos que nunca, cuando después de ver a Cesc marcar el definitivo tanto que nos lleva a la final escucho la voz de la inteligencia justo detrás de mí, en el bar, que nos dice al resto: "ganar ha sido muy duro, compañeros, pero más duro todavía será mañana volver a la realidad. Blas, díme que te debo".

3 comentarios:

  1. Querido Clochard:
    Una cosa que une y levante pasiones es siempre bienvenida y más,en los tiempos que corren.¿No te parece?Un abrazo fuerte!!

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  2. Por cierto,que tiempos aquellos cuando todavía se podía jugar en la calle y los niños tenía respeto de sus mayores.Un beso!!

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  3. Está muy bien, sobre todo por las cervezas y el papel que cada cual asume sin tener ni idea de futbol. es una manera de descargar trás la que hay mucha poesía.

    Mil besos

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