sábado, 9 de marzo de 2013

Buen tiempo.






Después de una semana de lluvia, de un viento extraño que deshabitaba las calles antes de lo habitual, la ciudad vuelve a su usual estado de calima, con el que parece haber permanecido desde que fuera fundada, resplandeciendo bajo los rayos de un sol que ha pillado desprevenido a la mayoría; gente que sale a llevar a cabo sus obligaciones y apenas andados unos metros ve como les sobra el abrigo y el jersey: esa sensación de agobio que otorgan las prendas puestas a destiempo y la incomodidad de no poder despojarse de ellas hasta dentro de un rato y observar cómo a casi todos le ha pasado lo mismo, por miedo a coger un resfriado o sencillamente no haberse puesto de acuerdo con los repentinos cambios de un clima que cada día es más imprevisible, tanto como lo que ni siquiera alcanzamos a suponer que nos pueda suceder dentro de un instante. Ayer, antes de ir a dormir, parecía que amanecería con el mismo aire y los mismos chorros de agua que hasta justo entonces ofrecían esa música que desprenden los canalones, no había nada que incitase a pensar que las fachadas mostrarían este brillo propio de primavera que aquí, en el sur, pronto se convierte en el bochorno del verano, como si una vez pasados los dos primeros meses del año las estaciones tuvieran prisa por disputarse el puesto en lo alto del termómetro.

Como la sensación ha sido de contrariedad era inevitable un cierto intento de adaptación como el que se realiza cuando uno viaja a otro lugar en el que se vive de otra manera, y una de las mejores maneras de introducirme en ese mundo regalado que nos ha cogido de improviso ha sido refugiarme en la música, en las melodías alegres de un disco que lleva acompañándome muchos años, un unplugged de Bryan Adams en el que se escuchan con nitidez los golpes del batería y los punteos de una guitarra que armoniza perfectamente con el buen tiempo y con ese dejarse llevar por los sueños de las cosas que a uno le gustaría que estuvieran pasando.

Junto a las canciones que nos han emocionado, de las que cada cual tiene su propia selección archivada en la memoria como se tiene todo aquello que no conviene olvidar, esas tablas de salvación que algunas veces son meros pensamientos o nostalgias fundadas en creencias o quijotadas con las que caminamos siendo más nosotros mismos, se encuentra un álbum de fotografías mentales, de postales de sitios y parajes ideales, de movimientos y aficiones no consumadas, de planteamientos oníricos que difícilmente podemos contarle a nadie porque son la materia con la que se organiza el diálogo con nuestro otro yo: ese que cuando es preguntado por qué es en lo que está pensando responde que en nada. Y entre las canciones y los fotogramas del pensamiento se fragua la alegría de poder vivir en otro mundo que en apariencia es igual a éste en el que nos encontramos. Puede que no seamos lo que nos pasa sino lo que hacemos con lo que nos pasa, y cualquier oportunidad ha de ser tenida en cuenta como punto de partida de un nuevo surco en el que labrar la sencillez del tránsito de las horas, la observación del panorama que nos rodea, como en este día soleado en el que todo parece haber sido pintado por un pintor vanguardista.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    Una buena música, escogida en el momento adecuado, puede hacer mucho bien, ya lo creo.
    Salu2 musicales.

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    1. Dyhego:

      Desde luego, incluso tomar una decisión importante.

      Saludos diatónicos.

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  2. La música te eleva a otra dimensión donde los oidos solo oyen y el corazón te escucha...Un abrazo de soul!!

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    1. La música forma parte de todo lo que nos rodea cuando nos paramos a pensar en algo, es como el perfume que necesitan los pensamientos para sentirse bien vestidos.

      Mil abrazos.

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