jueves, 21 de marzo de 2013

Sin pelos ni señales.






A pesar de no recurrir a combatir los pasajeros momentos de desapego a las actividades con las que mejor me lo paso optando por ver la televisión haciendo uso del trozo de autómatas que llevamos dentro, dejándome llevar por el sonambulismo del mando a distancia y sus perniciosas consecuencias sobre la espuma del cerebro si se sobrepasa la dosis prescrita por el sentido común, tengo el hábito de dedicarle un rato diario a la caja tonta para ir en busca de aquello que ocurre bajo el nombre de noticia, de la misma manera que disfruto manchándome los dedos con la grisura que se desprende de la prensa, sin pasarme tampoco de la raya en la ingesta ya que pronto tropieza uno con el olor a chamusquina, lo suficiente para ir tirando y verlas venir si es que eso es posible por estos medios, y como referencia informativa he tomado algún que otro programa en el que poder sacar en claro algo que se asemeje a la verdad de entre todo lo que se publica y se enmascara de eufemismo. Resulta llamativo que uno de los espacios en los que a las cosas se les llama por su nombre, por no decir el único además de Salvados de Jordi Évole, es un resumen sarcástico de la actualidad, El Intermedio, de la mano de la irónica genialidad de un magnífico equipo liderado por Miguel Monzón: el Gran Wyoming. Dos granos de arena en la inmensidad de un ancho desierto.
 Tenemos los telediarios y los periódicos, las emisoras de radio y el mar sin fondo de la red, en esta etapa de la civilización en la que parece que todo llegará mucho más lejos de lo previsto en los avances que despuntaban hace apenas unos años, en estos dos siglos encabalgados en los que cada día sale un nuevo invento con el que la tecnología, más allá de pretender hacernos la vida más cómoda y a nosotros más imbéciles, nos abre las puertas de instrumentos que nos acerquen a todo ser viviente del planeta sin movernos del sofá, atándonos de pies y manos manejando nuestros datos y comercializando con nuestras identidades : tenemos, aparentemente, a nuestra disposición toda la información que deseemos con solo pulsar un par de teclas pero desgraciadamente no disponemos del respaldo moral de quienes manejan los hilos mediáticos para que sea creíble una pequeña parte de cuanto se emite, y casi todo lo que sale a la luz pública es literalmente mentira o ha sido tergiversado hasta ocupar el molde del pastel con el que se le supone más sabroso.
Decenas de periodistas, a diario, esperan en la puerta de unos juzgados o a la salida del Congreso de los Diputados, en el portal de la vivienda de un político corrupto, en la puerta del Senado o allá donde se encuentre el germen de la crónica o la aparición de la primicia. Vemos cómo los reporteros atraviesan el mundo entero para darnos a conocer lo que hacen otras culturas que luchan por sobrevivir mientras la parte oscura de la globalización les lanza sus garras y lo mancha todo de sangre. Todo parece más fácil que nunca para que la transparencia no se tope con las tortuosas alimañas del partidismo ni con las razones ideológicas que no dejan de mirarse el ombligo: todo tiene apariencia de estar dispuesto para que el ciudadano de a pie, ese que hace cola en la oficina de empleo o en la puerta de un comedor social, ese que se debate entre la ruina y lo imprescindible por culpa de la estafa del archiconocido caso de las acciones preferentes que acabaron salvándole el culo a Bankia, ese que lleva a sus hijos al colegio y después se marcha a repartir currículums, sepa con pelos y señales qué sucede a su alrededor y de qué forma: en qué modo transcurre todo aquello cuyos mínimos movimientos pueden alterar el presente de las casas de los que sostienen con su esfuerzo el castillo de este gran embuste; pero parece ser que la realidad nos dice todo lo contrario, por paradójico que pueda parecer este sinfín de posibilidades para estar correctamente informados, transmutadas en todo lo que atiborra las emisiones de los telediarios previamente alimentados con los multimillonarios presupuestos de las cadenas de televisión para hacer frente a la cobertura de sus redacciones, ya que tienen pinta de ser una farsa, un teatro en el que sus mejores actores no se atreven a divulgar con valor las verdades del barquero por miedo a ser despedidos, o por estar tan convencidos de que le aportan mucho beneficio a sus lineas editoriales no saliéndose de los márgenes dictados desde los despachos de las mismas agrupaciones políticas, y lo que resulta más peligroso de todo: la certidumbre con la que abordan sus cometidos denotando una falta de conciencia social que raya el drama del egocentrismo y la misantropía cuyas consecuencias son el perfecto silencio que se transforma en la más repugnante de las ignorancias: la que no se quiere enterar del mundo en el que vive y que superlativamente colabora a la inevitable desigualdad que cogerá a unos cuantos refugiados bajo las faldas de sus habilidades reptiles y denigrantemente intelectuales.
Flaco favor a las bases de toda escala de valores en la que ha de sustentarse una sociedad; pero claro, si no existe dicha escala, o si se encuentra en vías de extinción, pues todo el monte acaba por ser orégano y la más inminente de las preocupaciones es rezar por si mañana se funde la tierra y nos pilla dentro intentando con nuestras plegarias que ésto suceda lo más tarde posible, y el que venga detrás y se encuentre el cotarro de escombros, nuestros hijos sin ir más lejos, que se busque la vida. Todo esto demuestra uno de los rasgos de la grave enfermedad por la que atraviesa el sistema: la promulgación cada vez con más fuerza, aprovechando las carencias de la extrema incultura universal y haciendo el papel de tuertos en el país de los ciegos, de un populismo informativo que ha vuelto a estar de moda, acercándonos a épocas arcaicas que ya parecían haber desaparecido de los mapas del recuerdo, poniéndonos cerca de lo que queremos escuchar sin decirnos mañana estaréis corriendo el peligro de ésto o de aquéllo, y, por poner un ejemplo, dejando que los comités de decisiones reunidos en Bruselas, en los que impera un sorprendente ambiente de impunidad, se devoren naciones enteras  a costa de no aceptar las condiciones de un rescate con matices de chantaje, porque a nosotros se nos estará contando cualquier barbaridad con tal de desviar nuestra atención, como la ridícula y bochornosa tendencia por parte de algunos locutores de radio, de cadenas que ostentan un difícilmente igualable bagaje, de decir que el fútbol nos ayuda a olvidarnos de la desgracia que tenemos encima, pretendiendo acercarse a sus oyentes en esas madrugadas en las que no pueden dormir por no tener ni idea de cómo amanecerá mañana, poniendo el ejercicio del populismo en el Everest de lo mediático. Y de ahí en adelante una montaña de motivos para poder decir que nos encontramos manipulados sin pelos ni señales.

4 comentarios:

  1. Querido Clochard:"De lo que te cuenten no te creas nada y de lo que veas la mitad"...Un abrazo y 1/2!!

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    1. Amoristad, hay que forjarse un criterio propio, escuchando y leyendo, viendo y discutiendo, hablando y sacando conclusiones que más o menos te dejen tranquilo. Ahora, de ahí a saber de verdad lo que ocurre hay un abismo que los medios no están dispuestos a desvelar, ni nunca lo han estado.

      Mil abrazos.

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  2. Clochard:
    Me considero bien informado (dentro de lo que podemos saber) porque leo prensa, veo tele, escucho radio y miro por internet. Escucho a los compañeros hablar, a los amigos debatir, a los vecinos opinar. Pero de lo realmente importante no nos enteramos.
    Tardo en llegar a mi trabajo 40 minutos y, en ese lapso de tiempo, me ha dato tiempo a hacer no uno sino varios barridos por todas las emisoras de radio. Lo bueno es que los trapos sucios de la derecha son mostrados por la izquierda y la ropa sucia de la izquierda, la enseña la derecha. Lo malo, es que los periodistas son predecibles y los tertulianos unos pesados. Todos los años me pasa lo mismo, a medio curso estoy tan asqueado, que decido no escuchar más la radio. Ya llevo dos semanas que sólo me pongo música.
    Todo este rollo para decir que, en realidad, no nos enteramos de la misa la mitad. Yo no quiero que los tertulianos me den su opinión (ya tengo yo la mía y la suya me importa un pito), querría que me informasen de los tejemanejes y vinculaciones que desconozco y que son importantísimos para hacerse una idea de por donde van los tiros. Verbigracia: yo no sabía que Ana Mato era la esposa del pájaro de Pozuelo. Esos detalles que parecen de prensa del cotilleo, pero que no lo son, me los escatiman y ahí está la clave para entender muchas cosas.
    Cuando Esperanza Aguirre dimitió ¿alguien lo sabía? No. ¿Alquien sabía quién iba a ser el nuevo papa? No. Luego la información básica sólo la conocen los interesados. Lo demás es bla bla bla bla bla bla.
    Salu2.

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    1. Dyhego:

      Si, parece que hay mucho dato encerrado, mucho interés con el que se juega, y al final todo acaba embadurnado de una neblina de tira y aflojas con la que se quiere dejar satisfecha a la población. Lo malo es que estamos acostumbrados a esto, que lo vemos así como normal, y replantearnos una manera realmente transparente de hacerlo supondría cambiarlo todo y para eso no hay nadie dispuesto, o unos pocos a los que llaman locos.

      Salud.

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