viernes, 15 de marzo de 2013

Con la sesera refrescada.





No todos los días se tiene la posibilidad de asistir a un acto cultural consistente en una conferencia sobre narrativa o a la presentación de un libro, en esta ciudad del sur de España en la que la literatura se sostiene de las patas del banco de Juan Ramón Jiménez y poco más, con todo lo que hay a pesar de andar en la cuerda floja de lo desconocido. La velocidad de la luz de la vida hace que cada vez con mayor insistencia dejemos de lado lo sucedido ayer y nos apresuremos a dar cuenta del presente de una manera voraz y sin el romanticismo del carpe diem sino más bien bajo las desenfrenadas acciones de la intolerancia y el desconocimiento de la inmensidad que acapara cualquier detalle: poca quietud y mucha prisa hacia ninguna parte. Por eso resulta atractiva la comparecencia de un escritor en la pequeña sala de una biblioteca reservada para el momento, en cuyo vacío se presagian los atisbos de una sabiduría que aún no nos ha sido regalada, en la que escuchar y poder preguntar algo al respecto de las inquietudes que uno tiene, y que se imagina poder tener en relación con esa deseable parte en común con cualquier autor, en esa admirativa mirada que se le dirige a quienes han logrado abordar una historia, página tras página, y dos y tres y en este caso hasta dieciséis.

 Ayer en Huelva, Francisco Díaz Valladares presentó su última novela: Antares. No he leído ni ésta ni ninguna otra obra de este autor, pero me pareció atractivo asistir a dicho acto para escuchar sus palabras, las palabras de un escritor, lo que con ellas dice una mente creativa e inquieta, uno de esos hombres que pasan parte de su jornada rascándose la cabeza en busca de ideas y poniéndole nombre a los personajes, inventando historias, sacando a flote argumentos y emocionándose a lo largo del camino de la escritura. Parece ser que su obra está escrita para ser leída por todos los públicos pero fundamentalmente destinada a saciar el hambre lectora de los jóvenes. Qué envidia dan estas personas cuando hablan de sus horarios preferidos para ponerse manos a la obra cada día, emanando de sus reflexiones una pulcritud de entusiasmo con la que el oyente aficionado siente un primer empujón para lanzarse a proponerse un mínimo rigor disciplinario y hacer algo parecido.

Me gustan ese tipo de libros en los que se encuentran datos sobre la vida de los escritores: preferencias y anécdotas, hábitos del oficio, manías, formas de trabajar y de comportarse, aficiones y ritos afines a la época que les tocó vivir, en fin esa serie de cosas que forman más bien parte del fetichismo y de la tendencia a venerar, casi siempre desproporcionada, a nuestros referentes literarios y que poco o nada nos inducen a satisfacer nuestro apetito intelectual en torno al estilo y a lo que es realmente la literatura: los mecanismos para contar y persuadir, la forma de hacer que los lectores disfruten y se sientan atrapados por la suerte en la que transcurre una historia, por su contenido y por la fuente de conocimientos inmersos en el engranaje del relato, para que la sigan y la escudriñen y se sientan, en cierto modo, partícipes. Precisamente ayer, mientras terminábamos de acomodarnos las diez o doce personas que asistimos al acto, me entretuve en hojear un libro recién adquirido que habla de eso, de las vidas de los escritores: Vidas escritas de Javier Marías, en el que aparecen la póstuma salida a la luz del diario de Thomas Mann, la severidad protocolaria de Henry Miller, la tortuosa y enfermiza existencia de Joseph Conrad, el hermetismo del carácter de Wiliam Faulkner, la distancia entre el olvido y la memoria de Vladimir Nabokov o el nagativismo de Ivan Turgueniev, entre otros, con los que uno se siente como inmerso en esos días que vieron a estos genios andar por el mundo y se imagina aspectos en todo caso accesorios con los que enriquecer su visión sobre los autores y las diferentes circunstancias en las que llevaron a cabo su obra.

Francisco Díaz insiste en que en primer lugar hay que escribir para uno mismo, para disfrutar del mero acto del ejercicio, sin contemplaciones, dejándose llevar por los personajes y el paisaje:  por esos seres misteriosos que tienen vida propia y a los que parece que a lo más que llega el autor es a bautizarlos porque después se les va de las manos todo cuanto les tenía preparado, porque adquieren impulsos que van más allá de la voluntad del escritor y actúan por ellos mismos, desvinculándose de lo prefigurado -  hasta que de repente llegas una mañana, te pones delante del teclado, y unos minutos antes, cuando estás repasando el punto en el que ayer dejaste el relato - dice Francisco Díaz- te das cuenta que uno de los personajes ya tiene dos hijos después de haberse casado, como si no lo hubieras escrito tú y tuvieses que ponerte al corriente de la historia para no equivocarte, no vaya a ser que uno de ellos te eche en cara algo, como si fueran los personajes los que van y vienen diciéndole a la mano que agarra el lápiz o a los dedos que pasean sobre el teclado qué es lo que tienen que contar sobre ellos y por dónde han de continuar los pormenores de cada acontecimiento-.
Es mágico. Escuchar a alguien así, que asegura que eso que cuenta de los personajes y de la inspiración ocurre de verdad, hace mantener ciertas esperanzas en que hay vida detrás de esas puertas que se niegan a abrir los surcos de tinta sobre los papeles en blanco en los que no hay quien escriba nada, y además reconforta el alma ver como hay espíritus que invocan a los chavales a que se introduzcan en el mundo de la creatividad, en el arco iris de las palabras, en la paleta de colores de las aventuras y en el conocimiento de los universos de la literatura, pero eso si, ante todo disfrutando; y entre lo que nos dijo Francisco y lo que sigo leyendo en el libro de Marías me voy haciendo, una vez más, a la idea de la cantidad de novelas que hay detrás de cada una de las que hay escritas, y después de la charla me voy a casa como un niño con zapatos nuevos, con la sesera refrescada.

4 comentarios:

  1. Cuando a uno le apasiona algo no lo puede ocultar y tampoco debe...Un abrazo refrescado!!

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    1. Es una maravilla asistir a las palabras de gente que sabe de lo que habla, no dejar de aprender de los maestros es una fuente inagotable de referesco constante para la mente.

      Mil abrazos.

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  2. Clochard:
    Da mucho gusto escuchar a gente que sabe y más si lo hacen con entusiasmo. Esto último no lo pueden fingir. Por desgracia, no he podido asistir a todas las que hubiera deseado (Houellebecq, Vargas Llosa y otros). Recuerdo con especial agrado una conferencia de Carmen Martín Gaite. En cambio, en una tertulia de escritores en la que estaba una afamada novelista, me cayó de mal la susodicha...
    Salu2.

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    1. Dyhego:

      Se corre el riesgo, cuando asistimos a una charla, conferencia o presentación de un libro de cualquiera de nuestros referentes, de que nos caigan mal o nos resulten diametralmente opuestos a como nos los habíamos imaginado. Pero sea quien sea el que hable, cuando lo hace con sinceridad y solvencia, enseñando lo que sabe y destapándose, da gusto.

      Qué buena remesa de nombres los que citas, qué envidia, cómo me hubiera gustado. Bueno, con algunos aún estamos a tiempo.

      Salud.

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