jueves, 15 de octubre de 2015

Una licencia

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Decía Francisco Umbral que la mejor receta para escribir, lo mejor que él conocía para alimentar la inspiración, era haber descansado bien. Ahora es la una de la madrugada de una noche de otoño en la que el servicio ha acabado antes de lo habitual, y por primera vez en mi vida me pongo a escribir desde el lugar en el que trabajo, siempre tan dado yo al pudor que transpira la responsabilidad; los últimos clientes han pedido una copa, después de haber pagado, cuando ya estaba todo preparado para salir, influenciados por lo a gusto que les hemos hecho sentir aquí, justo cuando nos estábamos frotando las manos con esa emoción anticipada que supone saber que se dispondrá de un rato más de lo habitual para tomar una cerveza,  para hacer una parada antes de llegar a casa, para que dé tiempo a leer tranquilamente durante un rato esas páginas salvadoras que a uno le alimentan como el pan suyo de cada día. Estoy cansado pero me encuentro bien, con ganas de escribir sobre lo que sea, como cuando Ortega y Gasset se puso delante del marco de un cuadro y comenzó a escribir aquel famoso ensayo de los límites de una obra de arte por no encontrar nada mejor a cerca de lo que hacerlo; me siento como un cazador furtivo de palabras deslizando mis dedos sobre un teclado en el que siempre he escrito nombres de empresas y de clientes que van a parar a facturas que corresponden a créditos que el restaurante le concede a importantes compañías. Escribo por vicio y por inercia, por el morbo que proporciona la tenue luz del pasillo de la galería en la que me encuentro, y lo hago de pie mientras me viene a la cabeza la figura de Günter Grass, porque él debió de escribir así, de pie, en su pupitre vertical, pero no una solitaria noche de otoño, sino durante muchos días de su vida; me vienen a la cabeza los más de diez mil versos memorizados por Aleksandr Solzhenitsyn en un campo de concentración en el que no había más papel que la tenacidad del recuerdo; me viene a la cabeza Valdislav Spilzman y sus ensayos basados en la rememoración de algunas piezas de Chopin, tumbado sobre un destartalado y mugriento sofá de Varsovia a la espera de que uno de los ruidos que escuchaba no fuera la bomba que destrozara la casa en ruinas que le servía de improvisada guarida; me vienen a la cabeza las coplas a la muerte de su padre escritas por Jorge Manrique desde una trinchera; me viene a la cabeza aquella oficina del ayuntamiento de Granada en la que Antonio Muñoz Molina escribía con la misma sensación de estar transgrediendo una norma, con la excitación de estar haciendo algo que no se debe hacer, cumpliendo al mismo tiempo con una de las máximas de la literatura que es la de dedicarse a ella en todo momento, incluso cuando se pasea, mientras uno se afeita o se ducha, mientras habla con un cliente o con un compañero, mientras el duermevela de una cabezada acompaña con frases sueltas al pensamiento. Ahora he vuelto al teclado en el que habitualmente escribo, ya no estoy en el restaurante, han pasado más de doce horas y recuerdo el instante en el que comencé a hacerlo anoche como uno de esos momentos en los que uno se concede una licencia, un capricho atado a una necesidad, una vez que todo estaba a punto de irse a dormir bajo mi firme creencia de que las cosas viven, una vez que los muebles y las lámparas permanecían en ese estado de quietud fantasmal que atesoran los enseres de una casa palacio, y he vuelto a sentir de nuevo la fortuna tanto de vivir en esta ciudad como de trabajar en ese sitio en el que ayer transgredía la norma de no hacer nada que no tenga que ver con el escenario.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. La concentración es importante, el medio en el que ésta se produzca es variable, subjetivo, depende de cada cual.

      Salud, Dyhego

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  2. A pesar de estar cerrando,vinieron muchos invitados a ese escenario,no me extraña que "te vinieras arriba"... Me he transportado en el tiempo y he visto a un hombre trajeado sentado enfrente de un ordenador,en un holl con solo una pequeña luz tenue...Has disfrutado y se nota.
    Un abrazo transgresor!!

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    1. He disfrutado mucho de la suerte de poder escribirlo. Recuerdo con frecuencia aquel Hall, de vez en cuando sueño con él.

      Mil abrazos, Amoristad

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