miércoles, 12 de abril de 2017

Tumulto


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Por aquello de que hay tirar adelante, de que hay que luchar y persistir en el intento de ir ganándose uno la vida sin arrojar la toalla concediéndose el beneficio de la duda, manteniendo la fe en su trabajo y en tratar de salvaguardar al máximo su entorno más próximo, a veces, como todo ser viviente, me cuestiono el por qué y el para qué de las cosas que tenemos que hacer para que todo se encuentre más o menos en orden, el por qué de los esfuerzos, de las intenciones, de los planes, de los sacrificios, de las ilusiones que ponemos en esas facetas nuestras que tienen que ver sobre todo con el trabajo y con la relación con los demás para que existan auspicios de prosperidad emocional sin condicionantes de interés cuando a cambio recibimos una postura de oídos sordos por parte de quienes tienen la potestad de que las cosas cambien, con la salvedad de algunos hombres buenos y la influencia de un amor bisílabo que le ayudan a uno a seguir creyendo que mientras la Tierra gire y nade un pez hay vida todavía. Me cuestiono el rasero con el que se mide el mérito, el prestigio del que gozan muchas futilidades, el auge de malos referentes al que estamos asistiendo de brazos cruzados absortos en la pantalla de la caja tonta, la forma en la que nos han inducido a meter la cabeza por el aro de la irracionalidad, la imposibilidad a pesar de vivir en una sociedad supuestamente avanzada de que resurja un cierto sentimiento de Renacimiento que haga al hombre pensar un poco más por si mismo,  de todo eso en lo que consiste esta vida tan llena de obligaciones y con tan poco tiempo libre para desarrollar un imprescindible mundo propio con el que recíprocamente alimentarnos los unos de los otros, para pararnos a pensar en cómo hacer de una vez por todas bien lo que tengamos que hacer, sin necesidad de renunciar a lo que somos para alcanzar un grado de supuesto bienestar tan envasado  al vacío como en el que ahora se nos despacha en las sospechosas bandejas de los excesos de generosidad, sin esa perentoria sensación de agobio como de animales puestos a prueba de la intensidad de la corriente eléctrica de alto voltaje del molino de pólvora del mercado; y se me ocurre que a partir del momento en el que la relación entre los hombres fluctúa entre lo mediocre y lo bueno, o entre lo bueno y lo no tanto que puede llegar a ser malo, se dan una serie de circunstancias que parece como si lo desbarataran todo o como si estuvieran a punto de mandarlo todo al traste, encontrándose ahí el punto de inflexión entre la modorra y el progreso. Hay algo que falla en nuestro cerebro, cualquier cable suelto, una de esas arandelas que sobran y no sabe uno dónde poner una vez que ha sido montada la máquina de la conciencia. La línea divisoria entre la estabilidad y la caída es muy fina, basta con despistarse un poco y ya está, se acabó y habrá que volver a empezar; y todo porque la arquitectura de las relaciones y de los tratados y de los contratos, y de todo aquello que se firme o haya que firmar o fuera o fuese firmado, se sostiene con el enorme margen de error del rédito y de la constitución de lo establecido como norma con nombre de moda, de imposición burocrática para la que no hay vuelta de hoja. Me paro a pensar y llego a la conclusión de que el hombre nunca ha sido capaz de llevarse bien encima de la Tierra, de vivir en paz soportándose sus virtudes y sus defectos, acompañándose en el camino hacia una nada que podría ser la gloria consagrada después de muchos siglos de colaboración, pero no tenemos arreglo; quiero decir que un buen proyecto para el hombre hubiera sido habérselas apañado para aprender a morir tranquilo por el mero hecho de haber existido, de haber pasado por aquí y haber contribuido en lo que cada cual haya podido sin más pretensiones que las de que dure lo que dure el viaje irse al otro barrio con la sensación del trabajo bien hecho, estirando las piernas antes del último bostezo dando las gracias por el buen trato recibido, deseándole a los que se quedan que sigan ese ritmo, ese camino, que no cesen en su empeño de vivir en paz. El hombre, no sé si Sapiens o Estupidus o Imbecilis por excelencia, no ha sido capaz de repartirse la riqueza ni de ayudarse para crecer al unísono, y eso es ya una palpable prueba de lo defectuosa que es nuestra caja de cambios, de lo mal regulado que nos viene el cárter desde la fábrica, de lo deprisa que nos montaron el chasis en la cadena de montaje, y de la ausencia de recambio para las válvulas del corazón y para las bujías del alma. De un conflicto bélico, los políticos, cada cual con la parte de fundamentalismo que le corresponde, que lo han provocado salen reforzados de orgullo y con ganas de otro mayor, como si no se hubieran quedado satisfechos con el número de víctimas y necesitaran más sangre y más fuego y más terror y más miseria con la que mantener a todo el mundo acojonado, cuando en realidad lo que se necesita es que no exista ese tipo de gente, esos Dráculas de la metralla y el nitrógeno, esos comediantes de la feria del fracaso de la humanidad en forma de batallita con mando a distancia en la que mueren millones de personas, por poner un ejemplo; pero han conseguido que acabemos mirando para otro lado, han conseguido saturarnos de atrocidades debilitando nuestro sistema sensitivo; han conseguido atrofiar nuestra delicadeza y en esas estamos, en el tumulto de títeres sin cabeza en el que se ha convertido un escenario previsto para la mejor de las funciones que ha terminado en isla maldita y perdida en mitad del universo.




2 comentarios:

  1. Clochard:
    la naturaleza humana es extrema, somos capaces de lo mejor y de lo peor, depende de las circunstancias. A veces parece que todo va mal, pero siempre hay esperanzas. Es lo último que se pierde y, si no podemos arreglarlo todo, sí podemos arreglar nuestro entorno. A veces la única recompensa es la que uno mismo se otorga con el trabajo bien hecho, aunque nadie más sepa apreciarlo.
    Salu2.

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    1. Sin duda luchar por que nuestro más próximo entorno se encuentre bien ya es un buen motivo para seguir manteniendo la fe en que pueden venir tiempos mejores; el tema está en los Capitanes, en los que de un día para otro ponen una línea en el mapa, crean una frontera, se inventan una guerra, devalúan una moneda o hacen uso del mundo como si su particular Monopoli fuera; ahí está el tema.

      Salud, Dyhego.

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