martes, 20 de marzo de 2012

Jueces y parte.




La gran plaza es ese tipo de lugares en los que se detecta una particular sencillez a la hora de llevar las cosas tal y como vienen; una manera de entender la vida; una peculiar forma y filosofia existencial a la que le basta con una parada de metro y unos cuantos autobuses urbanos para que el resto de la ciudad tenga a mano este rincón del mundo clavado en sus entrañas. Sus vecinos pasean sorteando pasos de cebra con la sensación de disponer de todo lo necesario para que sus vidas no sean alteradas por el corbateo y la gomina. El pan y la fruta, el café y los churros, el cocurucho y la granizada, la peluqueria y el locutorio, un pequeño mercado y la tienda de un chino, bares de tapas, de copas, comercios en los que aun se puede encontrar ropa de toda la vida y en los que uno no se encuentra en la terrible encrucijada de las imposiciones de la moda; espejos en los que se mira un pueblo sencillo y apaleado por la furia del huracán capitalista. Gente corriente que habita un privilegiado lugar para la poesia situado entre dos mundos. Cruce de caminos entre la ostentación y el deterioro del rostro de un yonqui. Centro neurálgico de la incertidumbre entre dos barrios.

Marqués de Pickman abajo, al otro lado de la frontera, a una parada de metálico y rechinante en las curvas gusano subterraneo, se encuentra la desdicha del infortunio que a algunos les ha tocado vivir y con el que resulta dificil imaginarse una existencia digna. Trapicheos y hacinamiento. Carnes de cañon, perros de presa. Melancólicas manchas de colchón enfurecido por el resentimiento de la necesidad. Huellas del día después que nunca es mejor, que poco a poco aumenta la resaca y acentua las caries de estas indefensas aceras a las que le salen ojeras y canas con el miedo y el rechazo que todos sienten por pisarlas. Soledad acompañada del zumbido del ácido. Polvos de talco, chute por la vena. maldita sea.

En dirección opuesta, Eduardo Dato dirección Nervión, la cosa cambia a medida que los pies se deslizan dejándose llevar por la apertura que proporciona una avenida que irradia la luz del engaño comercial cuando se adentra en los aledaños de una bombonera futbolística. El ser humano pulula, orgulloso de sus compras, sembrando de colillas el asfalto y fingiendo risas que enmascaran la silenciosa incomodidad de no tener valor para decir hasta aquí hemos llegado, porque correría el impermisible riesgo de la incomprensión, de rozar la locura por estar cuerdo, y así el !@#$%^&* sapiens permanece fiel a sus principios dejando que le desplumen la cartera en la boutique de turno de las muchas existentes en esta zona. Soberbia de tres al cuarto. Vanidad y pedantería con la que se engordan las cuentas de unos cuantos y aumenta el consumo de tranquilizantes.

Dos mundos tan cercanos y distantes. Tedio y pasión. Blanco y negro. David y Goliat. Tú y yo, jueces y parte sin saber dónde escondernos por sentir que no podemos hacer nada para frenar al tren de la desigualdad mientras éste pasa delante de nuestras narices tratando de vendernos un billete con el que olvidarnos del asunto para no morirnos de hambre.

2 comentarios:

  1. Te he visto sentado en la terraza de un café, camiseta negra, quitándote y poniéndote las gafas, afilando la mirada con el lápiz en tu montesquine, disfrutando con cada detalle, persiguiendo la idea escurridiza...Todo Clochard, puro en cuerpo y letra.

    Besos y versos.

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  2. Querida Blimunda:

    Solo yo sé bien que cada vez que salgo de la boca del metro y pongo los pies en este lugar de Sevilla, no es que me afloren las ideas, es que son tan latentes y palpables que me confundo entre ellas. Se reunen tantas y diferentes circunstancias aquí que hay trabajo para una Moleskine y una Parker, para una Cannon y para el francotirador ojo de los poetas. Ciertamente existe una terraza en la que suenan muy bien los hielos.

    Besos, prosas y versos.

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