jueves, 29 de marzo de 2012

El feo y el guapo.






Nos quejamos con frecuencia de la falta de personas que sienten devoción por las artes del servicio. Tratamos de salir de ese callejón, cercano a la ausencia de salida pero sin dar la guerra por perdida, solicitando la colaboración de las escuelas de hostelería o contratando temporalmente a seres a los que les enseñamos las bases y todo es cuestión de empezar. Lo del gusanillo, miren ustedes, habrá unos que sí, habrá otros que no. En ocasiones tienes la fortuna de encontrar a alguien a quien además de querer ganarse unas pelillas le va la cuerda camarera, y entonces, pues de maravilla. Preciosidades aparte.Todo no se puede pedir, en eso estamos de acuerdo, lo sabemos y creo que somos conscientes.

 Siempre partimos de la base de que siendo buena gente se puede llegar muy lejos. Evidentemente son imprescindibles unos requisitos mínimos de higiene, amabilidad, concentración y respeto hacia las normas básicas de convivencia, con omisión de la pasión, que sería ideal pero no exigible, entre otras cosas porque sentir pasión por esto, por ser un buen camarero, jefe de sala o sommelier que entienda el oficio como algo vinculado al arte de vivir, de la manera que está montado el circo de nuestra civilización, es cuestión de cuatro colgados que se pasean por el mundo pensando que contribuyen de alguna manera a que no caiga una bomba atómica sobre el planeta, y que de vez en cuando despiertan y descubren que la mejor manera de seguir viviendo es continuar soñando. Una postura muy calderoniana y altamente recomendable para los que se niegan a pensar que la vida es un valle de lágrimas y que aquí hemos venido a sufrir. 
Pero a lo que voy, que se haya puesto de moda que uno de los parámetros importantes, a la hora de fichar gente, sea el atractivo físico, y que ante la disyuntiva, en igualdad de condiciones o no tanto, de elegir a un feo o a un guapo, la balanza se decante por el segundo sin tener en cuenta otra serie de cuestiones realmente sustanciales que con frecuencia nos pasamos por el arco del triunfo porque la monería tira mucho, me parece un bochorno con pinceladas discriminatorias que pone las cosas donde se merecen. Quillo, esque ya no hay pofezionale. Y esto está pasando. Y puede que uno de los perjudicados sea un padre de familia que realmente necesita el trabajo y que injustamente es desbancado por un guaperas que en cuestiones de dignidad y eficiencia no le llega a la suela del zapato. Y luego nos quejamos. "Paso de la falsa belleza igual que el sabio que no cambia París por su aldea..."
De tanto en tanto tengo la posibilidad de leer el contenido de un currículo, y confesando que tiendo a pensar que las cosas nos irían mejor si todo fuese diferente, no le presto demasiada atención a la fotografía en la que se presenta la jeta del individuo en cuestión solicitando un hueco. Sinceramente, me la trae al pairo. Veo, releo, observo y hago mis cábalas. Me figuro los escenarios en los que ha ejercido. Reflexiono sobre lo que puede o no entender a cerca de lo que nos traemos entre manos, y si me resulta interesante comienzo a pensar en las preguntas que me gustaría hacerle al sujeto cuya encanto fotografiado en busto tengo delante, si entrar en cánones de hermosura porque no tengo derecho a eso, ¿ me entienden ?
Una vez en la entrevista trato de recaudar datos sobre la honradez y la involucración, el gusto, el tacto y la modestia de la buena educación, y si civilizadamente llegamos al entendimiento y acabamos trabajando juntos, entonces si que hablaremos de la auténtica belleza: del reparto de felicidad.

2 comentarios:

  1. Querido Clochard,los arboles no nos dejan ver el bosque,tienes toda la razón,tristemente es lo primero que nos llega,al igual que un libro, que lo primero que te llama la atención es su portada.Un abrazo.

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  2. Querida Amoristad:

    Y es que tenemos los ojos tan vendados por lo que ni siquiera tiene alma que...todavia nos vemos en el derecho de juzgar algo tan irreprochable como el aspecto con el que uno vino al mundo. Y de eso se están encargando una serie de guapos, cuyas cabezas están llenas de serrín, que contaminan de indecencia el sencillo acto de la reflexión.

    Mil besos.

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