sábado, 16 de marzo de 2013

Nuestro peso en oro






De una u otra manera nos hemos de ganar el alma, trabajar para ello mediante cualquiera de las vías de las que dispongamos, utilizando las herramientas que más a mano tengamos y siendo plenamente conscientes de la importancia que tiene dedicarle tiempo a esto: a alcanzar la necesaria serenidad que nos devuelva algo de lo perdido en el engañado intento de la carrera de galgos de la competencia. Hallar una mínima paz con uno mismo es una tarea que empieza a ser necesaria a partir del momento en el que la juventud nos viene a decir aquí estoy yo con mis primeros desengaños, y de ahí en adelante, con mas o menos fortuna, comienza el camino de subir y bajar, de creer o no creer, de preferir y escoger y aspirar a que la resignación no nos ponga una venda en los ojos. Esa tarea, la de tratar de encontrar el equilibrio de las piedras que nos sostienen, es una de las mejores maneras de emplear el tiempo y ofrece una recompensa que debe parecerse a la felicidad, a la plenitud con la que un hortelano cuida de sus tomates sin pensar en otra cosa, a la libertad de expresión que no se siente menguada por avisos de castigos ni amenazas. Sé que lo que digo puede parecer pedirle peras al olmo, y aviso de antemano que las moralinas me hacen vomitar no pretendiendo que estas líneas se tomen por algo parecido a un catálogo de recetas y buenas intenciones, estando las cosas como están y andando el mundo tan descarriado, en unos momentos de máxima tensión e incertidumbre que jamás antes se habían vivido en estas circunstancias, muy parecidos a una guerra fría, en los que comienzan a ser muy frecuentes los ojos por la espalda, el resquemor, la desconfianza, la trampa, el sospechoso silencio, las estratagemas de los cobardes incapaces de hacer algo sin mancharse las manos, la desigualdad basada en los trámites de la lentitud de la burocracia, pero no puedo convencerme de que sea imposible.
Bien es cierto que todo puede pasar, hasta la más inverosímil, lo inaudito e impensable, e incluso que lo que ya ha pasado una vez, por atroz que haya sido, puede ser una firme prueba de que pueda volver a suceder, como apuntó Primo Levi. Decía Fernando Pessoa: espérate lo mejor y prepárate para lo peor. No es mala manera de afrontar esa búsqueda de lo que al principio llamé alma, llámese también inteligencia para aquellos que lo prefieran, o espíritu, o creencia en uno mismo a partir del momento en el que se toma clara consciencia de una sola cosa: de la humilde y simple y sana y sencilla sensación de bienestar que supone afrontar la existencia en un tono de civilizado afán por mirar dentro de nosotros mismos y dejarnos de una vez de recurrir al cuento de lo que hagan o deshagan los demás, de aferrarnos a una impúdica imitación que parece no tener remedio en la que peligran las bases de la originalidad y la misma convivencia. Puede que de esa manera, cuando llegue lo peor, tengamos algún as en la manga de la tranquilidad: el reposo de saber que todo es posible. Este es un razonamiento al que llegamos todos, un camino en el que encontrarnos la mas fácil de las maneras de no tener la mente ocupada en disparates y presunciones de culpabilidad o inocencia que acentúan la presión arterial a cambio de una irreparable pérdida de tiempo. Pero parece no haber manera que concilie tantos intereses y faltas de atención.

Marcel Proust confesaba ganarse el alma en los libros que escribía, como sin en ese ejercicio encontrara una senda hacia la purificación, hacia la verdad de la consciencia, hacia la esencia de las cosas mismas, empezando por el entorno del que formaba parte hasta concluir en cada uno de sus gestos, hasta dar pelos y señales llegando a los insospechados límites de lo que puede encerrar la reflexión en torno a una taza de café con leche y una magdalena que se desmigaja. Hay religiones, como el budismo, en las que la capacidad meditativa de sus miembros alcanza cotas admirables y envidiables si uno se para a pensar en las toneladas de pastillas antidepresivas que se consumen cada año en este planeta al que ya solo le falta cambiar el sentido de su rotación. Existen maestros de yoga que son capaces de quedarse con la mente en blanco, sin pensar en nada, como queriendo alcanzar un nirvana que les repare del sufrimiento, durante un largo rato. El sencillo acto de respirar correctamente nos puede llevar a la relajación sin más esfuerzo que concentrarnos en la manera de coger aire y expulsarlo de nuestros pulmones. La admiración de obras de arte, el refugio del estudio limpio y sosegado, sin más pretensiones que aprender algo más para no perderse demasiado en esas infructuosas explicaciones de las que rescatar la manera en la que tratan de engañarnos, da como resultado una capacidad de alcanzar la calma de una diferente manera a la que conocíamos antes de habernos parado a pensar, normalmente después de un estrepitoso fracaso o desengaño, evolucionando y sabiendo que no sabemos nada y encontrando en ello el refugio necesario para una libertad merecida. Ver, oír, escuchar, contemplar, opinar tranquilamente, vivir de forma inquieta pero civilizada: ¿Es eso tan difícil?
Me pregunto con frecuencia, cada vez que hojeo un libro en el que se habla de la Grecia Clásica y de las grandes virtudes intelectuales de sus más representativos protagonistas, si tan malo es pretender hacer las cosas con algo de sentido del reparto de beneficios sin esperar a cambio nada más que la sencilla tranquilidad con la que poder atender a otras cuestiones como el mero tránsito de la vida, pero puede que esté ahí el problema, en lo de esperar algo a cambio. Claro está que la respuesta es que no, pues somos animales racionales que se distinguen por eso, por su capacidad de discernimiento y de asimilación, por saber cómo adaptarse al medio y encontrar el equilibrio en el que hombre y naturaleza convivan sirviéndose el uno al otro sin hacerse daño. Pero ese equilibrio, esa necesidad de sentir el bien parece no ser tan sencilla, incluso me atrevería a decir que viable podría ser un término que ya se pone en tela de juicio, porque el negocio naufragaría, y a las pruebas me remito, y la cuestión parece que reside en reinventarse, en hacernos otros afines a los tiempos por negros que éstos sean. Ya lo sé, no voy ahora a descubrir la pólvora, pero un pequeño reordenamiento individual ayudaría algo: hay que mover una montaña, y cada cual es un granito que vale muchas veces multiplicado su peso en oro.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    Hace unos días volví a ver la película de Almodóvar "Todo sobre mi madre". Un personaje dice en un momento dado: me llaman la Agrado porque me he pasado la vida intentando agradar a los demás haciéndoles la vida más fácil.
    Tarea meritoria, desde luego, hasta que llega el fatídico momento en que, por ser así, piensan que eres tonto, se aprovechan de ti y no valoran nada de lo que haces.

    Hay una enseñanza zen o feng sui, no sé muy bien, que dice que cuando limpies tu habitación (o tu vida, si se tercia) hay que hacerlo siguiendo círculos concéntricos, empezando por el más cercano.

    Los jóvenes quieren cambiar el mundo sin cambiarse ellos mismo (rebeldía, lo llaman los adultos).
    Los adultos quieren cambiarse a sí mismos y en entorno inmediato (los círculos concéntricos): a eso lo llaman los jóvenes "adocenarse, derechizarse, aburguesarse.

    Conozco a un "joven rebelde" que se fue a quitar galipote a Galicia durante el asunto del Prestige, pero no se ocupaba de regar las cuatro macetas y cinco arbolitos que tenía su madre (yo sí me ocupé de esas plantas).

    Por supuesto, da más "caché" decir que has estado en Galicia limpiando alquitrán. Regar unas tristes macetas que no soportarían una semana del atroz verano murciano, es algo así como una tontería que ni merece ser tenida en cuenta ni agradecida.

    Salu2 fengsuiseros.

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    1. Dyhego:

      Me has recordado a cuando muchas veces me paro a pensar, a la hora de fregar los platos o hacer cualquier pequeña cosa de organización personal de esas que antes, por desidía, me costaba mucho hacer, lo que disfruto haciéndolas, y lo fácil que me resultan después el paseo, la observación, respirar, estar presente en el paisaje urbano aunque no medie palabra con nadie. Es como la extensión tras la que todo fluye.

      Salud.

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  2. "Esperar lo mejor y prepararte para lo peor",la voy a escribir en un papel y a ponerla en la puerta para mirarla antes de salir al mundo por las mañanas.Me parece una buena motivación para mirar hacia adelante con real-optimismo...Un abrazo positivo!!

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  3. Amoristad, en el caso diario que nos ocupa, en esta vida con sus trajines y sus deberes, con sus obediencias y sus credos, vienen bien las palbras de Pessoa. Disfruta de lo mejor, y ya sabes...

    Mil abrazos.

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