jueves, 14 de marzo de 2013

Sólo entonces.









Ayer, al recibir la noticia del nombramiento del nuevo Papa Francisco I, instintivamente me acordé de un amigo muy devoto que, teniendo en cuenta el tiempo que empleó mi teléfono en enviarle un mensaje, no es de extrañar que fuera uno de los miles que se congregaron en la plaza de San Pedro para celebrar la resolución del cónclave. Ni pincho ni corto, no me interesa nada de lo que tenga que ver con la iglesia católica cuando se asoma a un balcón a cuyas espaldas hay un edificio cargado de obras de arte, construido con mármoles extraídos del antiguo coliseo romano, y repleto de joyas y símbolos de ostentación que traslucen una estética contraria a su misiva principal de caridad, cooperación, paz y fraternidad amparada en el calor de los buenos sentimientos y la sobriedad. No me seduce nada esa imagen. En cambio en cuanto a las repercusiones que pueda tener la elección de uno u otro candidato, en lo concerniente al significado histórico que algunos santos padres han tenido, en la fuerza de la onda expansiva de las decisiones que se tomen ahí dentro, en el Vaticano, me gusta informarme al menos para no andar muy perdido, y cada vez que lo hago no dejo de pensar en el referente ineludible que supone esta institución para con el mundo, la vital importancia de los acuerdos, del contenido de los concilios, las encíclicas y los edictos con respecto a la forma en la que giró, gira o vaya a girar el planeta. Desde niños estudiábamos en los libros de Sociedad del colegio, aquella E.G.B., que uno de los máximos poderes, y en algunas épocas el que más, era el de la iglesia: la religión, la fe y la creencia en algo intangible, espiritual, que condiciona la marcha del mundo entero; y a base de años uno va atravesando la andadura del desierto de la vida casi sin darse cuenta de lo poco que hemos evolucionado: de la necesidad que tiene la humanidad de que le cuenten un cuento, de la facilidad con la que lo dejamos todo en manos de la esperanza y la divina providencia a la suerte de la cual ha habido incluso ministros que se han entregado para resolver problemas como el del paro: habemus poca vergüenza.

Salgo a la calle y me cruzo con decenas de personas que creen, hacia los que confieso una cierta envidia sana difícil de explicar, como mi amigo el de la plaza de San Pedro, o como otro antiguo compañero de fatigas profesionales que en un libro que me regaló en mi despedida de un lugar de trabajo escribió que yo me llevaría muy bien con Jesucristo: gente de buena fe a la que merece la pena escuchar y ver actuar, como a esos misioneros que no permiten que la impotencia y la fatiga les derrote en mitad de su camino hacia la salvación de un par de niños, aunque vean como otros cientos se les han quedado en la senda de sus intentos; gente que colabora y contribuye, ya digo, no solo con sus palabras sino con sus actos, y en lo poco o mucho que puedan te echan un cable, aunque seas ateo confeso y sin remedio, o agnóstico que no lo tiene claro. Entonces salta a la vista esa gran incongruencia, ese desajuste sin límites entre los postulados, los mandamientos y las consignas que otorgan al asunto un velo de bondad, misericordia, humildad, entrega, lucha, silencio, amor, compasión, piedad y convicción de hacer el bien de manera austera y sin esperar nada a cambio frente a la gigantesca ampulosidad de las sedes, la intervención en los negocios, la colaboración con regímenes dictatoriales y las vueltas de tuerca que incluso a alguna guerra mundial se les haya podido dar desde las instancias que sirven de referentes para personas como este par de amigos míos o esos millones de ciudadanos que habitan chabolas, favelas o suburbios construidos de retazos de chapa oxidada, cartones, maderas podridas y alambradas.
Me pregunto si el cardenal Jorge María Bergoglio pensó ayer en esto, cuando se asomó ante la multitud expectante que coreaba mensajes de bienvenida en su honor; me pregunto si este señor del que sabemos que se ha caracterizado por una andadura sencilla a más no poder habilitó un lugar en sus pensamientos para preguntarse así mismo a ver cómo lo hago a partir de ahora, a ver cómo les cuento yo a todos estos, venidos desde, como dijo refiriéndose a su nombramiento, casi del fin del mundo, desde todos los rincones de la tierra, para que entiendan que una cosa es una cosa y otra es otra. Él, que siempre viajó en autobús o en metro y rechazó la posibilidad de alojarse en una vivienda con más comodidades que las de su rudimentario apartamento, que se hacía diariamente la comida, que cogía un micrófono y predicaba en las calles de Buenos Aires, que besaba los pies de los enfermos y acudía a ayudar a todos los desamparados, que cantaba los goles de su equipo de siempre y saludaba a los vecinos, que caminaba con el mismo aire desapercibido que un parado, ahora se encuentra en el lugar al que hace ocho años no accedió porque se retiró en la tercera votación, justo antes de la definitiva, en la que se vio demasiado cerca y prefirió darle paso al favorito Ratzinger, a quien apuntaban todas las quinielas, aunque suene a blasfemia esto último que me parece bochornoso cuando lo escucho de la boca de algún profesional de la comunicación; ahora tendrá que intentar parecerse a ese par de amigos míos que lo celebran y veneran y aplauden y ponen en un altar, para que las campanas del corazón de todos los fieles suenen sin interferencias ni asonancias del cinismo: solo entonces podremos decir que la iglesia ha tomado un nuevo camino.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    Hace unas semanas vi la película "Habemvs papam", que me pareció bastante interesante y premonitoria.
    No cuento nada más porque, como no me gusta que me destripen las películas -vaya o no vaya a verlas-, tampoco quiero fastidiar a los demás.

    En cuanto a la capacidad del nuevo papa para "cambiar" la dirección de la iglesia, supongo que hay que esperar a ver cómo actúa y, sobre todo, no hacerse demasiadas esperanzas. Demasiadas veces lo hemos visto.

    La iglesia debería se pobre pero, por otro lado,y esto es lo curioso, a los fieles les gusta la pompa, el boato y la riqueza. Esta ¿"paradoja"? es apreciable en todas las culturas y en todas las épocas. ¿Acaso a los musulmanes no les gusta tener la mezquita mejor decorada? ¿Tal vez los tibetanos no construyen budas de oro?

    Una vez oí la siguiente anécdota (ignoro si será cierta o no): un "pecador" fue a confesarse ante un cura y le contó que se había gastado no sé cuánto dinero en putas y bebidas. La penitencia que le impuso fue que destinara la misma cantidad a obras sociales.

    Perdona si me he extendido.
    Salu2 fumatosos.

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    1. Dyhego:

      A ver si tenemos suerte y esta semana ponen alguna, como Las sandalias del pescador, Habemvs Papam o algo así.

      Al nuevo Papa, ya lo veremos: hará lo que le dejen hacer o lo que menos arriesgado y peligroso, incluyendo su integridad física, le resulte. Ójala que se tire un poco a la piscina y sea original y tan independiente como parece que ha sido hasta ahora.

      Las comparaciones son odiosas, si los musumnanes o los budistas o quienes sean actúan de una manera no es pretexto para que ua religión como la católica haga lo mismo tirando por tierra una serie de basas que prometen mucho, desde el punto de vista humano.

      El cura de la anécdota es un claro ejemplo, muy gracioso pero muy ilustrativo, del auténtico negocio.

      Y no te disculpes, que haces muy bien en extenderte.

      Salud.

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  2. Como puede dar tanto que hablar y tener tantos seguidores una religión que ha matado,quemado,humillado y vejado a tantos seres humanos en nombre de un supuesto Dios.El poder corrompe a los hombres sean sacerdotes o presidentes...Un abrazo pobre pero honrado!!

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    1. Pues debe dar tanto que hablar, digo yo, por la inseguridad implícita en el ser humano siempre necesitado de algo a lo que agarrarse, por la debilidad misma que nos caracteriza, caiga quien caiga

      Mil abrazos.

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