lunes, 11 de marzo de 2013

Venga ya.






Parece mentira que hayamos llegado a estas alturas de la historia, en pleno siglo XXI, sin saber todavía comportarnos como personas adultas delante de nuestros hijos. Muchas veces tengo la sensación de sentirme raro y fuera de lugar, no ya por no comulgar con muchos de los gestos con los que veo que algún conocido educa a sus retoños, aspecto en el que dada mi condición de soltero no tengo demasiado que opinar, pero sí en el tono empleado para la comunicación y en las palabras con las que se les trata de decir algo a los pequeños: en las expresiones, en los gritos, en el desafuero comunicativo digno de las bestias, en la pura confusión indigna de todo proceso civilizador.
Recuerdo, al comienzo de mi adolescencia, que un amigo de mi padre me dijo que había personas que llegaban a los cuarenta y a los cincuenta años de edad y todavía no habían madurado, y que probablemente no lo harían nunca. Cada día, al escuchar el ruido de una pareja de vecinos y el llanto intermitente de una niña que desgraciadamente vive con ellos, me acuerdo de lo que me comentó aquel señor.  Otra de las cosas que me pasa por la cabeza con relativa asiduidad, muy a menudo ya que cada día hay bronca en ese apartamento en el que reina la discordia, es si estas personas sabían lo que estaban haciendo cuando decidieron tener a esa niña que no se merece esta sucesión de barbaridades domésticas y que está pagando todas las consecuencias, porque ahora parece que el arrepentimiento es tal que la gresca se confunde con cualquier hábito ordinario de la vida en esa casa que se encuentra justo debajo de mis pies: una casa de locos indomados que no andan bien de la cabeza, en la que los alaridos inspiran tanto malestar como pánico sugirió el cielo entre el pueblo y la bahía en el que Edvard Munch fue sorprendido por la sensación de aquel paisaje.

Es terrible, el terror se encuentra en todas las esquinas, y entre los mayores parece ser más frecuente que entre los chavales. Los niños son piezas de oro macizo, perlas en el interior de una concha, diamantes que el tiempo y la buena educación se irán encargando de pulir hasta hacer de ellos una de las máximas aspiraciones a las que puede optar un ser humano: ser una persona consciente de que todo cuanto hace repercute de una u otra manera en aquellos que le rodean: en el bienestar y la armonía, en la convivencia y el uso de las corrientes normas del civismo, en el goce de los días con la naturalidad con la que no se le puede pedir mucho más a una vida para sentirse a gusto; y hay que saber que traspasar la raya de esa frontera, en la que se encuentran enfrentadas las libertades de uno u otro lado, la nuestra y la de los demás y viceversa, supone comenzar a poner difícil el estado de calma propicio para poder empezar cualquier discusión en el tono deseable para llegar a un acuerdo, no a conquistar América ni a descubrir una nueva tumba faraónica, sencillamente a ponernos de acuerdo en facilitarnos el sosiego de la existencia sin que ésto suponga un reto con el que quedarnos sin oxígeno. Pero parece que resultaría impensable, habida cuenta del punto de partida basado en un estado de desesperación, azoramiento e incongruencia nerviosa en el que algunos se empeñan en llevarse el gato al agua utilizando una jerga fuera de lugar y dando muestras de un animalismo a la altura de las fieras campestres que habitan el bosque, y sin ir más lejos en su propia casa.

Pero no me extraña, sinceramente, no me extraña, todo me parece lo más normal del mundo, no podría ser de otra manera. Si salgo a la calle compruebo la falsedad y la condescendencia con la que, en la panadería por poner un ejemplo, los vecinos se saludan y alagan mutuamente para después, a la espalda y cuando uno de ellos se ha ido, lanzarse puñaladas sin pudor ni prudencia en sus comentarios de víboras venenosas e insatisfechas. Pero no me extraña, no me extraña porque llevamos años, muchos años, siendo enseñados a no ser libres, a no decir lo que pensamos, a engañarnos y recalentar continuamente la pantomima del teatro que representamos en la vida cotidiana, que huele a comida de bote pasada por el tamiz del microondas. Además, habría que decir que somos muy cobardes, muy tramposos, muy miserables, tanto como en esa cara de perrillos falderos que se nos pone cuando hablamos con un médico, un banquero o un abogado, o como cuando acudimos a una ventanilla de una administración y sonreímos porque nos sentimos los más indefensos del mundo, por mucho que se nos vaya la lengua diciendo tonterías a destiempo y seamos expertos en preguntas capciosas y malignas que se ajustan a nuestra más fiel radiografía: eso también es muy nuestro, hemos nacido en un pueblo cotilla y acomplejado y envidioso, y ahora queremos ser competentes cuando ni siquiera somos educados ni sentimos ningún respeto ni admiración por el esfuerzo intelectual y pacifista de aquellos pocos que se muestran voluntarios a hacer por donde remar en otra dirección, cuando somos el hazmerreir de Europa entera. Venga ya.


4 comentarios:

  1. Querido Clochard,la vida está mal repartida desde el minuto uno y encima esa pareja se escudará en que la niña es suya,pedazo de ingratos.Yo lo denunciaba a las autoridades,esa niña necesita que alguién la ayude y esa pareja necesita que les pongan un espejo delante y que los amolesten por lo menos.Pobrecita la chiquitina...Un abrazo por delante y por detás!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Decía Mario Benedetti que en este planetito con vida millones de niños se mueren de hambre civilizada. El mal reparto es equitativo a la ceguera con la que nos amparamos yendo, por poner un ejemplo, a ponerle flores a una virgen o a suplicarle a un santo que nos conceda un deseo. Y la educación y el civismo sufren el mal de encontrarase en el furgón de cola, en el coche escoba de nuestras preferencias para sentirnos vivos.

      Mil abrazos.

      Eliminar
  2. Clochard:
    En algunas cosas estoy de acuerdo y en otras no.
    La nueva foto es impactante. Me gusta (la otra también).
    Salu2.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dyhego:

      Muy lógico y respetable. La nueva foto del perfil es "El falso espejo" de René Magritte, en el que un cielo azul con nubes sustituye el iris de un ojo: el ojo mira al cielo que se refleja en él. Un toque del surrealismo que tambien, como lo que hacen algunos escritores, fue llamado Realismo Mágico.

      Salud.

      Eliminar