jueves, 1 de octubre de 2015

Happy hour

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Hay libros que durante años nos acompañan sin que los hayamos leído, que van formando parte del decorado de nuestro apartamento, que ocupan un hueco dentro de un armario, de una maleta o de un cajón, un tanto a nuestro pesar, a sabiendas de que tarde o temprano les llegará el momento. Con el último libro que me ha pasado esto ha sido con El planeta de Mr Sammler, de Saul Bellow, que desde hacía ya casi tres inviernos iba y venía conmigo a todas partes, siempre empezado y vuelto a empezar, introduciéndome a veces en cualquiera de sus páginas por el mero gusto de hacerlo, con esa clandestina sensación de abordar algo inmerecidamente, a base de raudos vistazos con los que se iba atenuando ese sentimiento de culpabilidad que se tiene cuando acaba uno por achacarle todos sus males a un bochornoso brote de desidia en cuyas garras termina siendo una débil víctima, paliando en parte el desánimo y acercándome a algo que me aguardaba con la paciencia de un Buda. Sobre una estantería reposan juntos, conviven, libros que se han y que no se han leído: cuadernos, agendas, revistas, novelas, biografías, ensayos, atlas y enciclopedias, volúmenes en los que se encierran horas de trabajo a merced del lector que un buen día sienta el impulso de indagar en uno de ellos para dejarse llevar por la sorpresa del descubrimiento y por el arrepentimiento de no haberlo hecho antes. Se para entonces uno a pensar en cuál fue el origen del ejemplar que tiene en las manos, dónde lo compró, con motivo de qué fecha se lo regalaron, cómo llegó a formar parte de su colección. Resulta curioso comparar las diferentes maneras en las que se fueron unos libros reuniendo con otros hasta formar esa familia de papel impreso que con tanto respeto nos lo aguanta todo, hasta el punto de ser inmune a nuestra ignorancia. Desde libros encontrados en el banco de un parque hasta recopilaciones de poemas extraídas del expurgo de una biblioteca puede ir uno dando fe de lo que de literario hay en el asunto, como sucede con esos papeles que hace mucho tiempo que un desconocido dejó marcando una página sin sospechar que alguna vez acabáramos siendo nosotros los continuadores de sus infructuosos intentos, o esas otras dedicatorias escritas en las primeras hojas de una novela adquirida a precio de saldo, que por hache o por be acabó en el puesto del rastro al que hemos ido a topar con ella. Hoy, en mitad del gentío del Jueves de la calle Feria, había un vendedor que a viva voz anunciaba la venta de cuatro libros por la módica cantidad de un Euro, calificando de happy hour la oportunidad, la ganga, las ganas de quitárselos de en medio para no acarrear con ellos de vuelta a casa después del madrugón y de la larga jornada. Mientras tú te llevabas La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, y Cartas marruecas, de José Cadalso, yo hacía lo propio con dos bien conservados volúmenes en los que se encierran las aventuras de Don Quijote y Sancho Panza, que una vez puestos debajo del brazo me han hecho pensar en la relativa importancia que le damos a las cosas y en la fragilidad con la que se desmoronan los cimientos de lo que tanto denuedo y quebraderos de cabeza proporcionó hasta que Gutenberg se salió con la suya mediante el definitivo Eureka de su proyecto. No deja uno de sorprenderse con este presente en el que la banalidad de lo más caro es directamente proporcional a lo efímero de su existencia.

6 comentarios:

  1. Me llevé un chasco cuando un hermano mío me hizo ver que no me daría tiempo antes de morirme a leerme todos los libros de mi biblioteca y es una lástima, porque hay libros buenísimos que me están esperando. Un placer visitarle.

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    1. Decía Azorín que era una pena tener que morirse teniendo en cuenta la cantidad de libros que le quedaban por leer. Pero aún nos queda mucha vida, y mucha esperanza.

      Salud, Jesús, y sea usted bienvenido.

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  2. El valor relativo de las cosas. Lo que para uno es sòlo mercancia, para otro es una autèntica joya, cuando los opuestos se tocan suceden fenòmenos como la happy hour del jueves. Todos ganan... aunque se queda un sabor agridulce al ver el poco valor que damos a la cultura o mirado desde otro àngulo quien no tiene un buen libro es porque no le da la real gana.

    Beso. Reyes.

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    1. En este mundo cruel nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal por el que se mira. Por cierto, también vi un libro de Campoamor en el Jueves. Feliz lectura, Reyes.

      Besos.

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  3. Me pasa cada vez con más frecuencia, que no recuerdo las historias de libros que he leído y que me gustaron en su día. ¡Me da una pesambre!

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    1. Pues es casi una suerte poder releerlos con esa sensación, así que manos a la obra. A todos nos pasa un poco eso.

      Salud, Dyhego

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