miércoles, 26 de abril de 2017

Sevillanía


Resultado de imagen de Feria de abril en blanco y negro

Nos estábamos acostumbrando ya al sol, al buen tiempo, a la templanza primaveral que en esta ciudad como en ninguna otra hace florecer las ideas a lo largo del paseo, cuando los pronósticos meteorológicos acaban de avecinar lluvia, chubascos que harán mojarse los cuerpos por fuera, justo para el día en el que por vez primera en su historia la Feria de abril tendrá comienzo una  noche de sábado, esa famosa noche del pescaito que estará pasada por agua y en la que los farolillos se moverán a los ritmos de las sevillanas y de la brisa de las nubes. La muchedumbre que se agolpe en torno al anual homenaje a la arquitectura sevillana emparentada con sus señas de indentidad, es decir La Portada, podrá verse desde los balcones de los pisos de la calle Asunción como si de un manto de paraguas se tratara. Es curioso, se habla de que el hecho de haber decidido cambiar la fecha de la inauguración de la Feria se debe a motivos comerciales que permitan aprovechar más los ingresos procedentes del flujo turístico, ya que hasta ahora siempre había comenzado en lunes, aprovechando así dos fines de semana en lugar de uno; otra más de las contradicciones de La Ciudad de la Gracia, otro más de los desajustes que la mantienen en su perpetua discordancia agarrada a su doctorado en un sobre la marcha sin el que le faltaría algo para exponerse de cara al mundo entero como el más claro ejemplo de un perfecto desorden difícil de llevar a cabo a no ser que se tengan las cosas muy claras, en ese frecuente recurrir a la improvisación fruto de la cual la espontaneidad puede llegar a confundirse con el arte; todo el mundo sabe que es casi imposible disfrutar a fondo de la Feria si no se es de aquí o si no se tiene una íntima relación con alguien de aquí que te permita asistir al repertorio de folclore popular en el que consiste la celebración de uno de los eventos que a más personas congrega, a no ser que se pertenezca a una de esas asociaciones o familias o hermandades que disponen de una caseta en la que estar comiendo, bailando, cantando y bebiendo todo el día. Bien es cierto que de un tiempo a esta parte cada vez han sido más los espacios a disposición de todos los públicos, tanto del local que no tiene albergue fiestero en una caseta privada como del forastero que no sabe dónde meterse cuando se encuentra en la encrucijada de verse en mitad de decenas de miles de personas sin brújula que lo oriente, pero con esa carencia de duende perceptible en la idiosincrasia de lo que viene a ser una caseta propiamente dicha. No le vendría mal a Sevilla compartir más desde dentro lo que tiene y lo que es, con más facilidad, sin tantos condicionantes. Es curioso cómo es el carácter sevillano, una de cuyas particularidades es la de abrirle al recién llegado las puertas de su finca de par en par para que disponga de ella con total libertad; otra cosa es que le sea abierta la puerta de la casa que hay en el interior de esa finca, aspecto que supondría estar muy cerca de gozar de una reconocida ciudadanía sin que haya sido necesario haber nacido aquí, una especie de alcanzar por méritos propios la calidad de sevillano. A pesar de sentirme muy bien adoptado en Sevilla noto que eso es muy común, ese darlo todo sin concretar nada; puede que por el hecho de estar habituados a vivir en la calle, lugar en el que se habla y se arreglan los asuntos al compás de la imprevisión, donde la gente se conoce y donde más a gusto se encuentra para compartir lo que aparentemente es y lo que supuestamente piensa; debe ser el clima, o tal vez esa tendencia de las culturas más folclóricas a sacar a relucir fuera de sus casas los brotes de autodeterminación que se encuentran cohibidos en el interior de cuatro paredes. Puede que en el sur nos cueste mantener la calma hogareña, que nuestra necesidad de aire libre durante muchas horas al día sea fisiológica, que la momentánea fuga de estar a la intemperie tomando una cerveza sea una de las vitaminas de nuestra dieta, que andurrear poblando las terrazas y los mostradores exteriores de los bares de conversaciones acentuadas por un tono de voz alto y dramático como el quejido de una Soleá nos sea tan connatural como al gazpacho le son el ajo y el pepino, puede. A lo que voy: que una ciudad como esta, La Ciudad de Chaves Nogales, La Ciudad de la Gracia de José María Izquierdo, no se merece tanta ojana sino más bien una dialéctica a la altura de su belleza.




2 comentarios:

  1. Clochard:
    siempre se ha dicho que la feria de abril es para los que pueden entrar en las casetas. Como nunca he ido, no pudo dar mi opinión.
    A mí no me gustan las aglomeraciones. En Murcia la semana santa y las fiestas de primavera están seguidas. La semana de las fiestas la aprovechamos normalmente para viajar, pero si por alguna razón estamos por aquí, es que ni se me ocurre ir a las barracas. Y en cuanto al folclore, aguanto una jota o dos como mucho. Supongo que me pasaría igual con las sevillanas.

    Salu2.

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    Respuestas
    1. Sevilla es una ciudad fantástica, en la que cabe todo y no se come a nadie; Sevilla es una ciudad plagada de contradicciones, hospitalaria y cerrada al mismo tiempo. Siempre serás bienvenido a Sevilla.

      Salud, Dyhego.

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