lunes, 26 de marzo de 2012

El tiempo es vida.




La pasada madrugada, acurrucado entre los primeros rayos de luna del sueño y las tertulianas voces que emanaban de la radio, mientras escuchaba uno de esos programas que se ha convertido en un clásico, uno de esos espacios en los que el alma se encuentra más a gusto de lo que lo puede estar enterándose de la cantidad de atrocidades que a cada instante se cometen, con la consecuente carga de impotencia para lo poco de dignidad que nos va quedando, sálvese el que pueda, Juan Luis Cebrián comentó algo sobre José Luis Sampedro que, como todo lo que se refiera a semejente ejemplo de elegancia intelectual, me atrajo, por supuesto, de inmediato, y me salvó un poco del espanto de volver a dormir pensando en el inapelable peligro de extinción de los espíritus reflexivos, a pesar de que, en este género, los que abunden sean los octogenarios o nonagenarios convertidos en faros y referentes de la excasez de miembros de la misma estirpe, sin la que esto acabará por hundirse, pertenecientes a la clase más joven de la que aspira a formar parte el pobre diablo que suscribe estas lineas.

El maestro Sampedro, catedrático de estructura económica, del que bendito sea el Monte Sinaí que le devolvió el aliento para seguir compartiendo con nosotros sus lúcidas meditaciones, alude a la importancia de la pasión, al significativo hecho de sentirnos apasionados con lo que hacemos, con lo que respiramos, con lo que queremos, porque, nos afirma, el tiempo no es oro, el tiempo es vida. Así pues, según él, habiendo sido educados para ser productores y consumidores, nos han dado muchas posibilidades para encerrarnos en el laberinto de la infelicidad provocada por un cúmulo de insatisfacciones basadas en lo material y en inventadas necesidades con el fin de convertirlo todo en mercancia.

 Y es que, hace ya tiempo, hasta el alma se ha convertido en mercadería, hasta el silencio se vende. La situación nos arrastra hacia un no sé qué al que nos dirigimos con los ojos tapados, como borregos eclipsados, y lo peor de todo es que habiendo razones e inteligencia suficientes para criticar la situación y para poder afirmar que, a ciencia cierta, lo que nos espera es el infierno que nosotros mismos estamos construyendo, a todos nos dé por pensar que el que venga detrás que arré y que nos dé exactamente igual que al día siguiente de irnos al otro barrio se funda la tierra. Mientras tanto continuaremos gozando del descanso espiritual que nos aporta la luz de semejentes meditaciones en las que encontrar un halo de esperanza para que al menos nuestro entorno no acabe oliendo a estiercol de compra y venta.

4 comentarios:

  1. Guardemos las reflexiones de Sampedro muy cerca del alma, y tus palabras.

    Besos y versos.

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  2. Se da uno cuenta, realmente, de lo perdidos que andamos cuando siente cerca el aliento cercano de la sabiduria que te transmite cierta seguridad con la que, al menos, seguir luchando por no transformarse en una inanimada piedra, por muy preciosa que ésta sea. Gracias por compartir, y por haberme presentado en su momento, al maestro Sampedro.

    Besos, prosas y versos.

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  3. Hay tanto desquiciado compulsivo suelto que cuando uno se topa con alguien lúcido como Sampedro te alegras de que no todo esté perdido.
    Casualmente he descubierto tu blog y creo que lúcidamente, me quedaré, un saludo desde Tenerife y te dejo enlace de mi blog por si quieres vivir tu tiempo.
    http://gofioconmiel.blogspot.com.es/

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    1. Estimada Gloria:

      Bienvenida por estos cubitos con los que la sed se aplaca de la manera más humildemente literaría que podemos. Me alegra recibir noticias desde tierras tan bellas. Gracias por el enlace y por querer compartir un poco del menos común de los sentidos de la mano del maestro Sampedro.

      Salud.

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