martes, 27 de marzo de 2012

La prisa mata.





Las avenidas son el símbolo del rugido, del bramido de los tubos de escape soltando el humo de los carburantes que tiñen el firmamento de un representativo gris que sirve de fondo para la acuarela sobre la que malvive el cielo. Las ruedas pisan el asfalto atropellando a su paso todo resquicio de calma que permita la inmovilidad de un papel. Los semáforos dictan en un tricolor lenguaje internacional las órdenes que los transeuntes acatan y, como si de la parrilla de salida de un circuito de velocidad se tratara, en grupos parecidos a rebaños atraviesan hasta alcanzar el lado opuesto en el que cada cual decidirá su camino. Los cláxones maltratan la virtud del decibelio, le aportan matices de furia e impaciencia con la que se alimentan las ansias de no saber a dónde no llegar tarde. Una frenada es apurada y por los pelos no da al traste con el espectáculo de la dinámica brutal y veloz sobre la que se desarrolla la descarga de adrenalina que, antes de entrar en la trinchera desde la que abriremos el fuego con el que gastar las balas que nos aporten el sustento, nos dé la falsa sensación de seguridad y valentia propia del subdesarrollo de las partes sensibles del cerebro con las que queda comprobado la laguna en la que, adobados en un opio de telebasura y publicidades, con las que se deterioran las reglas del juego de las aspiraciones del alma encerradas en un callejón sin salida, nos sumergimos y buceamos lanzándonos, unos a otros, arpones que alcanzan incluso a aquellos que eligen las profundidades de la superficie para caminar a su antojo viéndose sorprendidos por el alarido de una sirena.

La prisa mata y entorpece al intelecto en todo aquello que no tenga que ver con la guerra del kilómetro por hora y el metro por segundo gracias a la cual hemos convertido parte del planeta en una pelea de sabuesos. La prisa aflora en el pensamiento, se ha instalado en nuestras vidas para encargarse de hacerlas más cortas, menos vidas al fin y al cabo, y más parecidas al frenético infierno de indeseados puntos de destino en los que se ha convertido esto. La emoción anda mal despachada porque apesta a alquitranes que pisan el cuello para abrirse camino a base de infundadas excusas aborrecidas por el juicio del silencio. La prisa me ha dicho que me espera esta noche en el bar de la esquina y he decidido no quedar con ella prefiriendo no mandarla a la mierda porque bastante peste tenemos ya con el ruido del stress autoritario que al más guapo le da cara de enfermo.

4 comentarios:

  1. Querido Clochard:
    "vísteme despacio que tengo prisa",tenemos tanta ganas de llegar sin saber ni a donde,que no disfrutamos del camino.Da vértigo la velocidad que existe hoy en día,con lo bonito que es disfrutar de cada momento.Menos mal que hay alguien como tú que nos hace reflexionar compartiendo su mirada a al mundo.un abrazo despacito.

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  2. Querida Amoristad:

    Así es, y lo malo es que pensamos que es una auténtica utopía lo de conseguir una forma de vida diferente, menos destructiva y cabal. Gracias por compartir la tranquilidad de las letras.

    Mil besos.

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  3. HOLA,SI..TU ANONIMA SEVILLANA...ESTA CLARO POR LA FORMA DE ESCRIBIR..PERO ME GUSTO MUCHO ALGO QUE DIJISTE EN ALGUN TEXTO QUE EL TIEMPO NO ES ORO...EL TIEMPO ES VIDA. EN TAN POCO TIEMPO ME ESTAS ENSEÑANDO A SER UN POQUITO" MAS TRANQUILA. GRACIAS Y UN BESO

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  4. Anónima:

    Me alegro mucho de poder contribuir a que nazcan en usted los efectos de la deseada tranquilidad. Es un placer que las letras aporten su granito de arena en la causa.

    Salud y besos. Cuídese mucho.

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