miércoles, 20 de marzo de 2013

Diosa primavera.






Primavera, hora bendita, minuto sagrado, segundo latente en el reloj de la adrenalina, en la disyuntiva de las margaritas, en el torrente de los aromas y en los repertorios del significado. Qué alegre resulta contemplar la resurrección de los tejados, el restaurado color de las fachadas, la presunción del espejismo en el brillo del asfalto, el canto de los pájaros dando la noticia: dejando el geométrico dibujo de su vuelo suspendido en los aterciopelados susurros de los aires: como un etéreo y transformado tatuaje sobre la frondosidad de los paisajes que dilatan el futuro en los puntos suspensivos del placer de tanto bueno como existe, en la ecuación del equilibrio cuya incógnita se reserva el derecho de admisión para los gemidos que trastoquen las normas en su comportamiento con el frío. Todo se deshace sin derretirse, nada se resiste a la magnitud del espectáculo, del cálculo preciso de la dicha cincelada con preciosas armonías impresionistas, con retratos de campos fértiles y poblados por los duendes del fulgor.
La primavera acelera el pulso del paisano y la voz de las vecinas, levanta la falda de Marilyn y hace sonreír a los taxistas; se olvida del abrigo y sus solapas, desenreda de los cuellos las bufandas, a las rebecas desabrocha los botones, se viste en mangas de camisa y por la garganta de su Marzo no pasa la vendimia de sus aguas si no han sido previamente perfumadas. La primavera espolvorea polvos de talco coloridos y emanados de las plantas, de las flores y de los árboles y de las raíces y de los arroyos y de los ríos y de los mares de la libertad del calendario recibido con el brío de la puesta en escena de los cinco sentidos: polen de azahar que aproxima a las calles el júbilo del canto gregoriano de las tardes más largas: crepúsculos sostenidos por la paleta de los tonos y las luces que los pintores transparentan y por la templanza más hirviente que la historia se permite, por lo que lo impregna todo de manera inconfundible y no se deja nada en el tintero de la vida.
Hay renovados brillos reflejados, como cada año, recordándonos que la tierra gira y que el aire se respira, que las nubes no se inmutan con el estertor de los relámpagos, que de otra forma y en otro grado más urgente se consuman las promesas: en un sobresaliente contenido y continente que huye de la rutina del invierno y su brasero, encontrando su guarida en el colmado prado del deseo de las frutas del presente, para las que aún siguen estando llenos los estanques de las uvas de la rima, y de la parsimonia de la prosa en el zigzag del portaminas y en el audaz juego de la metáfora sibilina, y en el consuelo de un poema salpicado de ternura enloquecida que vuelca toneladas de energía en una sola y en otras miles de sus causas nunca dadas por perdidas: belleza, compás, aire, pureza, concierto, viveza, regueros de pétalos, montañas de hojas maquilladas, carruseles de pigmentos enarbolando la bandera de una fecha, manicomios para cuerdos orgullosos de haber perdido la cabeza, fabulaciones retratadas, desmesura mesurada y sutileza.
La primavera saca a la pubertad a pasear las acuarelas de las voluntades más efímeras y más intactas: para comerse el mundo de un bocado y no dejar ni gota ni rastro del pecado, para tocar las palmas al son de la comparsa de la plenitud de las manzanas. Insaciables avenidas de proyectos figurados en Marte y en la Luna, en el fin del mundo que parece estar ahí al lado, a la vuelta de la esquina, en un carrito de helados cuyas cremas son del caramelo que con besos se ha montado. La primavera es el descubrimiento de planetas que hasta ahora habían estado vetados por la autoridad de la tristeza, y supone el desenlace sin llanto ni máscara ni coartada de los bienes inmediatos de la patria de la naturaleza: tartas de avainillada nata con fresas y mermelada a cucharadas, algodones de azúcar embadurnada con el rigor de la certeza del encanto, de la conquista, de la puerta abierta a la larga y ancha aventura de la diosa primavera. 

6 comentarios:

  1. Clochard:
    Incluso las "cloches" vuelan sus femeninas faldas y lanzan sus cantos al aire para despertar todos nuestros sentidos.
    ¡Bienvenida sea la primavera!

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    1. Dyhego:

      Todo se trastoca, todo se convierte en algo mágico, todo, todo en otro y privilegiado estado.

      Salud.

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  2. Menudo recibimiento Clochard,si yo fuera ella me quedaba a vivir...Un abrazo febril!!

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    1. Es lo que se merece una época tan.... tan hospitalaria, por cierto.

      Mil abrazos.

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  3. Me he quedado muda de tanto talento. Es una oda fascinante.
    A sus pies querido poeta, me rindo por completo.
    Enhorabuena y miles de petunias.

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    1. Sabía yo que algo se me había quedado por el camino. Estuve un buen rato detrás de ellas y no las veía, claro: las petunias, ahora ya se puede dar la primavera por bien recibida. Muchas gracias y miles de huertos de salud.

      Besos, prosas y versos.

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