viernes, 1 de marzo de 2013

Tal vez Lisboa.






Hay personajes de novela que se nos ciñen a la cintura, que se nos cuelan dentro del vaso o se nos meten en la cama, que se nos acercan tanto que nos parece ser posible hablar con ellos, para confesarles algún secreto o para atrevernos a sugerirles lo que en su lugar haríamos nosotros cuando les acucia una duda o le pone puntos suspensivos el suspense a la narración; personajes a los que olemos o con los que alcanzamos una estrecha camaradería llegando a ofrecernos mutuamente tabaco en esos pasajes en los que la emoción se encuentra situada en la barra de un bar, sobre la tapa de un piano, en el mastil de un contrabajo o en la boquilla de una trompeta, en un cuarto de hotel o en una calle con soportales en una de cuyas esquinas hemos quedado con una rubia platino, llámese Lucrecia.
Suele suceder, en algunas primeras lecturas, que uno se marcha de ellas con la sensación de no haber descubierto del todo los misterios encerrados en el laberinto de una trama en la que se encuentran muchos rincones sobre los que pararse a pensar. Después, con las posteriores relecturas, uno se percata de muchos detalles que en la primera ocasión pasaron desapercibidos, incluso en una segunda o tercera, y otras tantas cosas que fueron leídas sin habérseles prestado la necesaria atención, tras las que hallamos el verdadero signo de quienes las dicen y nos hacen adentrarnos en un renovado mundo que parece haber sido reservado para esa posterior ocasión que al cabo de un tiempo hemos decidido acometer con la seguridad de que algo nos estaba esperando. Sucede con cada palabra que Biralbo se pone en la boca, en esa sensacional novela titulada El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz Molina, en cada gesto del sufrimiento acompasado por la bohemia y los tragos de Bourbon que hacen escocer las heridas de sus labios; o con el porte de artística y veterana alcohólica sabiduría con el que nos figuramos a un Billy Swann, al que parece que en cualquier momento le saldrá por la boca eso de que esta música la estamos tocando mañana, como diría Cortazar.
Tendemos a imitar, desde niños, a aquellas personas en las que encontramos los puntos de referencia sobre los que sentirnos orgullosos de nuestros actos. En las películas ocurre a menudo ese poder como de espejo que sostienen algunos personajes reconociéndonos en gestos que salen de la pantalla para instalarse en nosotros. Pero al leer, la imaginación se apoya en la memoria, en lo que se conoce para formar el plano de las calles por las que se mueven los protagonistas de la historia, construyendo un organigrama de imágenes mentales con las que darle sentido a la escena, a los sucesos y sensaciones, a los sentimientos, a las comparaciones y paisajes, a los viajes y al peso de las maletas, a las estaciones y la impaciencia de la espera, al suspense, a todo, material e inmaterial, lo que tiene que ver con la naturaleza de lo que se nos está contando; y existe ese momento de máxima complicidad para el lector en el que uno de los personajes habla con nosotros, repito; a veces desde esa primera persona en la que recae el peso de la narración y otras en una tercera que tiene que ver con alguien que sale a la palestra y siente lo que sentíamos o sentimos nosotros, cuando las circunstancias fueron similares o lo son en este preciso instante, estableciéndose un lazo que va más allá de lo literario, que alcanza lo personal, uniendo dos rostros en el espejo del lavabo, en la mirada a través de una ventana por la que se ve a una mujer perderse entre el trajín de la calle y sus gentes con destino no se sabe si a Lisboa.

4 comentarios:

  1. Clochard:
    ¡Me gustaría tanto meterme en la novela "El amor en los tiempos del cólera" para conocer a Fermina Daza!
    Salu2 descoleriza2.

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    1. Dyhego:

      Tanto a Fermina Daza como a Lucrecia es difícil conocerlas, ahí está la gracia; se necesita más de una lectura. Es asombroso lo diferentes que resultan las historias cuando han pasado tres o cuatro por ellas.

      Salud.

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  2. Querido Clochard,las relaciones humanas son química pura.Si se podría revivir igual que se puede releer un libro,otro gallo cataría...Un requeteabrazo!!

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    1. También existe muchísima química en la literatura; algunos personajes te atrapan y vuelven a destaparse con nuevas cosas que contarte en cada relectura. Esa es una de las grandezas de algunas novelas, de las buenas.

      Mil abrazos.

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